Las comparaciones entre Diego Armando Maradona y Leo Messi son tan habituales como absurdas (o no tanto). Ambos forman parte de la élite más selecta del fútbol. Las coincidencias son notorias, pero también las diferencias. Ambos son zurdos, bajitos y, técnicamente, superdotados. Ambos han jugado en la selección argentina y en el Barça, pero es ahí donde empiezan las diferencias. Maradona tuvo un paso fugaz por el Camp Nou, donde aterrizó muy joven. Messi llegó siendo un crío y suma ya 15 años en el primer equipo. Con la Albiceleste, el relato también es distinto.

Diego alcanzó su plenitud con Argentina en el Mundial de México. Su mano de Dios y su gol maradoniano ante Inglaterra forman parte de la historia más selecta del fútbol. Cuatro años después de la guerra de las Malvinas, Maradona rescató el orgullo argentino con un engaño y una acción prodigiosa. El entonces futbolista del Nápoles tiró de talento y carácter para liderar la victoria albiceleste, porque la suya es “la historia de un luchador”, magistralmente relatada en la película de Asif Kapadia que se estrenó el pasado fin de semana en Barcelona. Messi, en cambio, no ha vivido un cuento de amor similar con la selección y en Argentina lamentan que no tenga la voracidad ni la personalidad de su antecesor.

Maradona tuvo una infancia difícil. El Diego nació en Villa Fiorito, definido por el astro argentino como “un barrio privado”. “Privado de agua, luz y gas”, matiza, en tono sarcástico. Marcado por sus orígenes, el excampeón del mundo nunca olvida el día que se trasladó con su familia a una zona menos degradada de Buenos Aires. Messi, en cambio, se crio en un ambiente más amable. Menos conflictivo. Y con apenas 12 años viajó a Barcelona para quedarse en la Ciudad Condal.

Maradona llegó a Barcelona con 21 años. El suyo fue un fichaje estratosférico (por su elevado coste, próximo a los 1.000 millones de pesetas de entonces, unos 6 millones de euros) y arduo, por la oposición de la dictadura militar argentina. Una misteriosa enfermedad y una grave lesión en el tobillo de la pierna izquierda marcaron su convulsa etapa en Barcelona, donde su agitada vida nocturna chocó con la mentalidad conservadora de José Luis Núñez, el presidente de la entidad.

Diego Armando Maradona mientras vestía la camiseta del Barça / FCB

Diego Armando Maradona mientras vestía la camiseta del Barça / FCB

Diego Armando Maradona mientras vestía la camiseta del Barça / FCB

En Nápoles, posiblemente la ciudad más caótica de Italia, Maradona encontró el mejor hábitat. Disfrutó en el campo y en su tumultuosa vida privada, ídolo de masas y compañero de viaje de la camorra. Conectó muy pronto con un club vilipendiado en el opulento norte de Italia y nada le motivó más que los insultos a los napolitanos en los campos de la Juventus, el Milan o el Inter. Por eso proclama que el día más feliz fue cuando ganó el scudetto con el Nápoles, un logro impensable en el sur de Italia. Ese día, en la pared del cementerio Poggioreale de la ciudad podía leerse la siguiente pintada: “No sabéis lo que os habéis perdido”. Horas después, respondía otra pintada: “¿Estáis seguros de que nos lo hemos perdido?”.

En el glorioso 1987, Maradona ganó también la Copa y en años sucesivos añadiría una Copa de la UEFA (1989) y el segundo título de liga (1990) en Italia. Héroe en Nápoles, se convirtió ese mismo año en el personaje más odiado de Italia cuando su selección derrotó al combinado transalpino en las semifinales del Mundial en el mismo escenario de sus grandes éxitos.

Vilipendiado en Italia, su caída a los infiernos fue cruel. Su adicción a la cocaína y algunas compañías pasaron factura a un personaje al que muchos dejaron tirado. Seis años y medio después de ser acogido por 80.000 entusiastas del Nápoles en su estadio, Maradona abandonaba la capital del Vesubio en solitario. Se llevó, eso sí, el cariño de un pueblo de adora por igual a San Jenaro y Maradona, el otro Dios de los napolitanos.

Barcelona, desgraciadamente, fue un capítulo menor en la vida del Diego, pero eternos son sus goles en el campo del Estrella Roja y en el Bernabéu, tras humillar a Juan José. Un legado muy pobre para una persona de excesos del que disfrutamos muy poco en Barcelona.