El Barça, aunque costara admitirlo en septiembre, ni está ni se le espera para grandes gestas. La actual es, en el mejor de los casos, una temporada de transición. El equipo no da para ganar la Liga y, mucho menos, la Champions, por los desajustes de una plantilla con muchos vicios y carencias, agravados por la depresión que comenzó hace un año y que vivió su capítulo más doloroso en Lisboa. Con el fatídico 2-8 contra el Bayern de Múnich.

Asfixiado por su precaria situación económica, el Barça no pudo satisfacer las demandas de Koeman. Dest fue la excepción. El técnico holandés también pidió a Wijnaldum, Eric García y Depay, pero se quedó con las ganas. Previamente, Bartomeu había cerrado los fichajes de Trincao y Pjanic. El primero fue una apuesta de futuro. El segundo, un “malabar” del antiguo presidente para cuadrar las cuentas. En dicha operación se incluyó el traspaso de Arthur.

Trincao costó 31 millones y Pjanic se tasó en 60. El portugués tiene más de Simao que de Figo. Mucho más preocupante es el caso del centrocampista, apático y sin feeling con Koeman. En Cornellà, Konrad e Illaix demostraron que es mejor tirar de la cantera que fichar a futbolistas de medio pelo o en el ocaso de su carrera.

El Barça vivirá en un estado de provisionalidad hasta la celebración de las elecciones. La situación del club es crítica. La entidad necesita un tratamiento de choque, un plan, y enterrar definitivamente un pasado muy exitoso que ha acabado siendo una rémora por demorar una revolución que llegará tarde.

Koeman, con sus virtudes y defectos, es un técnico valiente, flexible, poco dogmático. Apuesta por el talento y premia la motivación. En Cornellà se quedó con el prometedor debut de Illaix, la autoridad de Araujo y poco más. Acabado el partido, estaba enojado y preocupado. Pocas veces ha sido tan crítico con sus futbolistas, que fallaron dos penaltis y sufrieron demasiado para noquear a un rival de Segunda B

La segunda unidad desaprovechó su oportunidad. Cornellà sentenció un poco más a Riqui Puig, un futbolista con mucha clase y pésima actitud que se diluye día tras día. También quedó retratado Júnior, uno de los muchos fichajes erráticos de la era Bartomeu. La suya es una fotocopia muy mala de Jordi Alba.

Al Barça, con pocos mimbres de primer nivel, se le puede hacer muy larga la temporada. Hoy cuesta imaginarse a un equipo victorioso en su duelo con el PSG en la Champions. La Liga es poco menos que una utopía, con un Atlético que gana más por inercia y compromiso que por buen fútbol. La gran oportunidad, aunque duela, es la Copa del Rey, eliminados los dos colosos madrileños.

El Barça, que en los años 80 celebraba las Copas y las Recopas con efusividad, ha vuelto a su pasado más tormentoso. Koeman ya ganó el torneo del KO con el Valencia en una temporada muy movidita en Mestalla. En el Camp Nou muchos firmarían terminar el curso con un título, a la espera de tiempos mejores, señal inequívoca de la depresión de un coloso que se miró mucho tiempo al ombligo y aplazó la toma de decisiones. El conformismo y el buenismo del último lustro penaliza hoy al Barça.