El Barça se encuentra ante un momento trascendental de su historia. Ante un proceso electoral que debería finiquitar un ciclo muy convulso, con una clara desafección entre los despachos y el vestuario del Camp Nou. El fuego cruzado ha resquebrajado a una institución históricamente dividida, a una entidad que no supo gestionar su edad de oro y se desangró por los “malabares” de Josep Maria Bartomeu, devorado por una plantilla a la que otorgó mucho poder por su indefinición en la gestión deportiva.

El acoso y derribo a Bartomeu comenzó en enero, con la destitución de Ernesto Valverde. El malestar de los capitanes no presagiaba nada bueno. Y mucho menos con la elección de Quique Setién. La herida, lejos de cicatrizar, se agrandó. El Barçagate añadió más gasolina al fuego, que prendió a lo grande tras el 2-8 de Lisboa contra el Bayern. A mediados de agosto, Bartomeu ya estaba sentenciado. A nadie sorprendió que se activara una moción de censura contra la gestión de la junta directiva.

Bartomeu se convirtió en un muñeco de trapo. Todos se atrevían con él. Messi, el primero. Los ataques se multiplicaron y muchos sostuvieron que sería recordado como el peor presidente de la historia del Barça, como si Joan Gaspart no hubiera existido y el equipo no hubiese ganado cuatro de las últimas seis Ligas disputadas.

El Barça, hoy, se encuentra en un momento crítico. Tal vez no tenga urgencias deportivas, pero su modelo económico debe ser revisado. Bartomeu fue muy generoso con los salarios de los futbolistas y la crisis del coronavirus se ha cebado con el club. Los recortes serán sonados. No le queda otra a la institución, se ponga como se ponga Messi, un futbolista que ahora cobra 100 millones pero rinde como uno de 10. El argentino, sin duda el mejor de toda la historia del Barça, es más un problema que una solución que deberá gestionar el futuro presidente.

Candidatos, de momento, hay muchos. Y saldrán más nombres. A Laporta se le espera, pero el Barça necesita un proyecto nuevo. También son conocidos Benedito y Freixa, a quienes nadie cuestiona su barcelonismo pero sí su capacidad para gestionar un club tan complicado. El primero se inventó una bebida azucarada que algunos todavía esperan en las elecciones de 2015 y el segundo se metió en negocios sospechosos de trading deportivo.

El Barça, por la excepcionalidad del momento, necesita una transición tranquila. No una Guerra Civil cruenta. Una candidatura de consenso no sería una mala idea, pero ya se sabe que el club es la mejor caja de resonancia para cualquier aspirante. La eterna división entre rosellistas y laportistas, con sus derivadas, debería enterrarse definitivamente en beneficio de una institución que se juega mucho en las urnas. Si cada uno hace la guerra por su cuenta, el Barça puede vivir otro ciclo negro y emular al Manchester United, un equipo que lo ganó todo durante dos décadas y se desplomó en los últimos años.