El Barça vive en un estado de esquizofrenia colectiva. En una montaña rusa permanente (una semana después de palidecer en Leganés se dio un festín en Wembley, su estadio fetiche) que todo aficionado descodifica a su manera. En un club con muchas vanidades, la junta directiva que preside Josep Maria Bartomeu recela de Valverde, el técnico desconfía de algunos jugadores y éstos quieren jugarse el curso a la ruleta rusa, destensados en La Liga y obsesionados con ganar una Champions que se le atraganta desde 2015 para deleite madridista. El cóctel, explosivo, no desentona en un club tan ciclotímico que se agarra a la magia de Leo Messi y sobrevive con cambios lampedusianos (cambiarlo todo para que todo siga igual) cuando el diagnóstico, desde hace años, recomienda una sacudida valiente.

Valverde, aparentemente un hombre tranquilo y de club, es un técnico de palabras dulces y hechos menos amables. Calla públicamente sus recelos y discrepancias con la cúpula, pero no da carrete a los futbolistas que le impone el área técnica/directiva, como Yerry Mina y Malcom, porque él pidió a Íñigo Martínez y William. A nueve meses para que expire su contrato, Valverde no tiene prisa por resolver su futuro y cuesta imaginarse que prolongue su obra en el Camp Nou.

El técnico extremeño, cuestiones contractuales al margen, tiene un cacao mental de campeonato. Pragmático por definición, supo gestionar la plantilla de la pasada temporada en la adversidad pero se lía en la abundancia. Hace un año, el Barça era un equipo granítico y ahora se resquebraja por su endeblez defensiva. Con cuatro centrocampistas, se sentía cómodo. Seguro. Ahora sigue sin dar la tecla para equilibrar a un colectivo con mucha vocación ofensiva y menos predisposición al trabajo sucio. La petición de Messi de alinear a tres delanteros y medio es un suplicio para Valverde, quien posiblemente estaría de los nervios si también tuviera en su equipo a Griezmann. Contra el Tottenham, en una cita de alto riesgo, rescató su manual favorito. Y acertó.

Victor Wanyama (i) de Tottenham disputa el balón con Lionel Messi (d) de Barcelona / EFE

Victor Wanyama (i) de Tottenham disputa el balón con Lionel Messi (d) de Barcelona / EFE

Victor Wanyama (i) de Tottenham disputa el balón con Lionel Messi (d) de Barcelona, en partido de Champions en Wembley / EFE

Los jugadores, egoístas por definición, saben que tienen paraguas. Si las cosas se ponen feas, el culpable siempre será el entrenador y tras un año agotador, con Mundial incluido, han comenzado la temporada a un ritmo sosegado. Cuando pintaban bastos después de tres varapalos, más de uno se puso el mono de trabajo y en Londres corrieron y jugaron como si les fuera la vida. ¿Habrá continuidad en Valencia?

Cuatro piezas básicas, Piqué, Sergio Busquets, Rakitic y Luis Suárez, todavía están lejos de su mejor nivel, pero tal vez fuera Umtiti quien mejor retratara la autocomplacencia que se ha instalado en el vestuario del Camp Nou. Hoy, el defensa francés está de baja por unas molestias en la rodilla que arrastra desde hace meses, pero muchos alucinan con el tono altivo con el que regresó tras ganar el Mundial.

Piqué, cuarto capitán del Barça, canta más que Shakira cuando se enfunda la elástica azulgrana. En muchos partidos parece un gallo sin cabeza, descarado cuando agarra la pelota pero despistado y errático como guardián de Ter Stegen. Más centrado, pero con poca chispa, ha comenzado Rakitic y ya se sabe que Busquets y Suárez son futbolistas de aceleración lenta. Messi, la eterna referencia, no encontró aliados fiables hasta Wembley y los últimos partidos de La Liga fueron una lucha suya contra el mundo. Más alejado del portero rival cada año, el astro argentino toca más pelotas, pero es menos trascendente. En Londres dio un paso adelante y todo fluyó.

Agitado e imprevisible el vestuario, Bartomeu y la dirección deportiva afrontan el curso con muchas alertas activadas. En los despachos del Camp Nou no las tienen todas consigo con la continuidad de Valverde. Al contrario. Antes de seducir a algún técnico mediático o una figura ilusionante (ojo, se habla de Thierry Henry), sería aconsejable que se definiera el modelo porque no es de recibo que se reivindique el legado de Cruyff y el mánager general del fútbol (Pep Segura) tenga otro librillo de cabecera.

Bartomeu, sin embargo, lo tiene claro. Paz y tranquilidad en los despachos y que Messi lo resuelva todo en el campo, que para eso le ha firmado un finiquito muy generoso que en su día pondrá los pelos de punta a más de uno.