Hay partidos que conviene ver y no oír por ninguna radio, y hay partidos del Barça que los vería siempre en Som un sentiment, un bar de Lleida donde está instalada la Penya Blaugrana de esta localidad y donde la contraseña del wifi te da buen rollo: DeJong2020. Es como estar en el Camp Nou. Todo el servicio lleva camiseta azulgrana, la de las franjas horizontales, y la clientela, obviamente, también luce algún objeto que identifica a los culemaniacos.

El bar en si es un Museo. Banderines, bufandas, fotografías, lugares especiales donde aparecen los nombres de figuras históricas del barcelonismo. Siete pantallas de televisión y unos altavoces por donde suena el himno del Barça al mismo volumen que en el Camp Nou al comienzo del partido y cada vez que el Barça marca un gol. Y cuando Suárez hace la chilena maravillosa todo el bar ruge y el jefe, Dani, sale y como si hubiera marcado él choca su mano con toda la clientela. Y la misma escena se reproduce con el gol de “chileno oportunista” que anota Vidal y con el 3-0 de Dembelé. Pero la emoción embarga como si fuera un gol cuando salta al campo Rakitic. La parroquia ama al croata.

Hay partidos en los que conviene apagar la radio porque dicen todo aquello que no quiere oír un culé: “Vidal está en todas partes, pero esa es su virtud y su desgracia porque hay momentos en los que no está donde debe estar” o “si a un sevillista le dicen que su equipo va perdiendo después de las oportunidades que ha tenido, bla, bla”.

Som un sentiment es un bar culé, pero también un estadio, un Camp Nou, y el Barça hoy en día es un equipo que parece dispuesto a contradecir todo lo que los tertulianos dicen de él. Un bar-estadio en el que cuando Messi marca el 4-0 suena la canción de El Balón de Oro, una oda al mejor futbolista del mundo interpretada por la Banda del Tigre Ariel. Una gozada.