Tras hacer frente a la pandemia del Covid-19 y controlar la expansión de su contagio con el cierre de fronteras, Nueva Zelanda se enfrenta ahora a unas gallinas salvajes que atemorizan a su población.
Las aves no son nuevas en el país. Ya detectaron su existencia en 2008, pero en aquel momento la población de esta especie era muy menor. Poco a poco, por eso, la población fue creciendo y en 2019 ya eran 250 ejemplares, por lo que el Gobierno las capturó y las reubicó en granjas.
Coronavirus
El tiempo ha pasado y con el paso de la cuarentena por el brote del Covid-19 han aparecido 30 gallinas salvajes más en un pueblo al oeste de Auckland, Titirangi, un suburbio donde viven menos de 4.000 personas. Sus habitantes sospechan que algunos ejemplares pudieron no haber sido capturados y, durante el confinamiento decretado por el Gobierno neozelandés, se han reproducido.
"Hay un local que las alimenta y lo ha seguido haciendo durante la cuarentena por lo que las cifras comenzaron a aumentar de nuevo", revela el presidente de la junta comunitaria del lugar, Greg Presland. En el lugar, sus habitantes están divididos. Muchos temen la rebeldía de las aves y otros consideran que les da un toque de color.
Dilema
Las hipótesis señalan que la actitud de las gallinas se debe a que algún habitante dejó a un par de ellas sueltas y se volvieron “rebeldes”. Presland, que tuvo a 15 de ellas a 50 metros de su casa, asevera que "una combinación de no poder dormir y ver el vecindario destrozado hizo que algunas personas realmente las odien". Las gallinas han provocado incluso destrozos en las raíces de árboles nativos en peligro de extinción, los kauri.
El pueblo espera capturar las decenas de los animales para que no vuelvan a crear estos daños, incluso hay quien pide entregarlas a una compañía de pollo congelado. Frente a ellos están los habitantes que las siguen alimentando, y que, según sus detractores ha atraído a otros animales: ratas que vienen a por la comida de las gallinas.