Fernando Trueba regresa a los cines con El olvido que seremos, una película que estaba seleccionada para el Festival de Cannes 2020 pero que, a causa de la pandemia, ha retrasado su estreno hasta este 7 de mayo.
La obra, 100% colombiana y basada en la novela homónima de Héctor Abad Faliolince, cuenta con un único actor español, Javier Cámara. Él interpreta al padre del escritor, Héctor Abad Gómez, un médico y profesor universitario comprometido con la sociedad colombiana y por la que tuvo que huir del país y enfrentarse a los mandatarios, poderosos y guerrilleros.
Escepticismo inicial
La cinta, que ha pasado por algunos festivales, se ha llevado ya varias nominaciones y ha cosechado algunos premios, entre ellos, el Goya a la mejor película iberoamericana. Un hecho que ni el propio director se esperaba.
El cineasta confiesa que se metió a hacer la película muy poco convencido de que se pudiera llevar a la pantalla. El libro en el que se basa la cinta es tan íntimo y personal que se veía incapaz de enfrentarse a ellos. Pero el pequeño Abad Gómez y los productores lo convencieron. El resultado es 100% cinematográfico con el talento, el savoir-faire y el sello inconfundible de Trueba.
--Pregunta: ¿Cómo le propusieron hacerse cargo de la adaptación de El olvido que seremos?
--Respuesta: Me la proponen siendo un libro que me había gustado mucho y que incluso había regalado a unas 10 o 15 personas.
--¿Qué respondió?
--Les dije que no se podía hacer, directamente. Vi la cara de desolación del productor. Me parecía que, primero, había un problema técnico muy gordo por todos los años que pasan. Además, es que es un relato tan íntimo, real, verdadero, que sale del corazón y los recuerdos de una persona que no sería una adaptación, sería que yo hiciera una película sobre mi madre, donde pudiera ver esa intimidad y cercanía que hay en el libro. El productor me pidió que lo leyera una vez más para que lo reconsiderara y ver si podría encontrar otro ángulo. Yo, muy seguro de mí mismo, le dije que encantado, pero que no creía que eso pudiese cambiar mi opinión. Y aquí estoy, haciendo una entrevista contigo.
--¿Qué le hizo ese clic?
--Sentir que no es una película política a lo Francesco Rosi, es una historia de amor de un padre y un hijo y de una familia. Y que yo siempre me quejo de que el cine no deja de vanagloriar a psicópatas, asesinos, superhéroes y subnormales y por una vez que me ofrecen un filme de un personaje que representa la decencia, la humanidad, no hacerlo... ¿Qué justificación moral tengo para no contarlo? No se puede mantener ese discurso y para una vez que tienes una oportunidad no hacerlo.
--Pero del guion se encargó David Trueba.
--Sí, tuve una gran suerte. Yo estaba en mitad del guion de la película que estoy haciendo con Mariscal y les pedí dos meses para acabarlo. Pero me pidieron si no habría alguien de mi confianza que pudiera empezar a trabajar. Que pensé: '¿tanta prisa os corre que no podéis esperar dos meses?'. La persona que me vino a la cabeza fue mi hermano, aunque es el tío más liado que conozco. Se lo comenté a David, a quien también le gustaba mucho el libro, y justo había terminado una novela y el montaje de una película y me pidió que si era para ahora perfecto, porque pasado un tiempo podría estar con otra cosa. David no solo arrancó, sino que hizo el guion. Y eso fue una suerte para la película y para mí, porque te da una libertad muy buena como director. Coger un texto que no lo has hecho tú, pero que de alguna forma estás ahí, te permite hacer surf, volar más que si lo has escrito tú con tu mano, que te ata más al suelo. Tengo la sensación de que gente como Howard Hawks o Alfred Hitchcock, que hacían películas con guiones de personas de su confianza, tenían mayor libertad que si lo hubieran escrito ellos.
--¿Esto lo llevará a animarse a dirigir guiones de otros?
--El sueño es que te den un guion maravilloso de otro, pero eso no suele ocurrir. Guiones maravillosos no hay o, como mucho, hay dos al año en todo el mundo y normalmente tienen dueño.
--¿Por qué se decidió por Javier Cámara?
--Eso fue curioso, porque pensé que era una pena que Javier Cámara no fuera colombiano porque hasta se parece al personaje y sería ideal. Curiosamente, el autor, que es muy respetuoso con la película y no quería interferir, me dijo: "Te lo tengo que decir, pero tú haz lo quieras. Hay un actor que se parece mucho a mi padre, Javier Cámara". A pesar de eso, como todo el mundo daba por hecho que el protagonista debía ser colombiano me puse a buscar actores colombianos. Pero en un momento dijimos, “dejémonos de tonterías, es Javier”. Además, para mí, Javier tenía algo importantísimo, porque al documentarme sobre la película este hombre en todas las fotos se reía con una carcajada que no le cabía en la cara, de un alegre, y esto Javier lo tiene.
--Dice que la cinta no es política, pero está muy presente en la historia.
--Es que es la historia de una educación, porque educaba a sus hijos de una forma ilustrada y poco convencional. Era un hombre muy libre que educaba en la libertad y que pensaran en sí mismos. A mí, las películas que me marcaron eran películas sobre la educación, como El niño salvaje de Truffaut y El milagro de Ana Sullivan de Arthur Penn.
--¿Cree que se está perdiendo este tipo de educación y que, por tanto, el filme puede servir de reivindicación?
--Yo no hago películas para reivindicar ni para las ideas. Lo primero que ha de transmitir una película son emociones, sentimientos, y las ideas ya vienen detrás por añadidura. Si lo que quieres es contar algo político o unos cambios sociales has de hacer política o escribir un ensayo, pero las películas no son el medio.
--Pero en sus películas siempre hay alguna idea…
--Sí, siempre me gusta meter cositas y tal, pero nunca en primer plano. Pero porque es tu personalidad, lo que piensas.
--¿Se exagera a veces demasiado en esa necesidad de hacer cine reivindicativo?
--Cada uno lo hace a su manera. El cine social o político también ha tenido sus maestros, desde Francesco Rosi a Ken Loach, que usaban el cine como un medio de intervención. Y aunque yo diga que pueda ser erróneo y que quizá el cine no es el medio para este tipo de transformaciones, la realidad a veces te contradice. Cuando Loach hizo Cathy come home el debate nacional fue tan grande que se cambió la ley de vivienda en el Parlamento británico. Entonces piensas que es muy positivo que se haya hecho ese filme. No va a quedar para la historia del cine, pero es la película de un ciudadano ejemplar y un tipo útil a la sociedad en la que vive y no puedes negar su valor. Yo hice el Milagro de Candeal de una favela en El Salvador donde luego construyeron dos escuelas y una plaza. De alguna forma, la película provocó ciertos cambios en la realidad que eran para bien, por lo que no hay que negarse a nada.
--Cuando decidió empezar a hacer cine, ¿cuáles eran sus referentes?
--Por ese entonces eran tan eclécticos. Por un lado, era Robert Bresson y por el otro, Woody Allen. Por uno era Truffaut y por otro, Jean Eustache. También la comedia clásica, Billy Wilder, Hitchcock, Preston Sturges. Renoir, por supuesto, ha sido un referente siempre en mi vida. Y creo que las mantengo. Siguen siendo los directores a los que amo. También es muy importante las cosas que uno ve o lee entre los 15 y los 25 años, que allí es cuando uno se hace, y eso te marca.
--Usted fue crítico y pasó a hacer cine, al estilo de la Nouvelle Vague; ¿se siente el único representante de ello en España?
--El problema es que ahora la cosa ha cambiado mucho. Hay dos libros que se titulan algo así como La muerte de la cinefilia. Yo quiero pensar que eso no es verdad, que a lo mejor no existe la cinefilia como la entendieron los de la Nouvelle Vague y de filmotecas, pero creo que entre los jóvenes de ahora también hay amantes del cine que les gusta ver los clásicos. Creo que, en cualquier forma artística, si uno no tiene una relación con el pasado no puede construir el futuro. Me parece lamentable que algunos piensen que el cine empezó con La guerra de las galaxias. ¡Hay muchos, eh! Tienen un hueco en su formación y educación muy grave.
--Y ahora, que se graba con móviles y otros dispositivos, ¿qué piensa?
--A mí me parece perfecto el cine que se haga con lo que sea. Hay cámaras muy pequeñas que graban en 4K y me gustaría rodar una película con ellas, porque te permiten usarlas como un bolígrafo para escribir. Es algo muy revolucionario. Truffaut y Bresson soñaban con un cine que pudiera ser totalmente personal y huir de los grandes conglomerados industriales y que representara el cine de autor en su acepción más pura.
--¿Se ha perdido el cine que cuenta historias?
--Yo no soy de teorías conspirativas, pero uno podría pensar que, igual que los griegos usaban el teatro para la formación de la ciudadanía en la Grecia clásica, el cine y la televisión formatean también a los ciudadanos. El cine, retratando tanto la violencia, el crimen, el sadismo, nos está acostumbrando a convivir con el mal, cuando el mal es algo que deberíamos rechazar y combatir, no habituarnos a él.
--¿Cuál es el cine que ahora le interesa? Porque imaginamos que sigue siendo gran consumidor de cine.
--Pues sí. Me gustan muchos. Por ejemplo, del cine estadounidense me gusta y me interesa más el que hace Alexander Payne, Richard Linklater, los Cohen, Woody Allen o Wes Anderson que el que pueda hacer Tarantino o los de superhéroes, que me interesan mucho menos.
--¿Qué cree que ha aportado usted al cine español? ¿Se cree referente de alguien?
--No suelo pensar en esas cosas. No sé si hay gente para la que sea un referente. Hombre, igual por cercanía, en mi familia puede haber, pero a la vez los veo tan personales, independientes y con un estilo tan propio de ellos que me evita pensarlo. Puedo ver algunas referencias o guiños, nada más. Yo he sido muy individualista a la hora de hacer mis películas y he estado siempre fuera de la moda. Nunca he sido un director de moda y eso lo agradezco muchísimo.
--No lo habrá querido, pero ha tenido grandes éxitos como Belle Époque, La niña de tus ojos…
--Hacer una película que fuera un éxito o una producción grande siempre fue para mí una posibilidad para hacer una película fuera de todo. El éxito de La niña de tus ojos me servía para hacer Calle 54; el éxito de Ópera prima, para Hasta que el cuerpo aguante. Siempre he intentado aprovecharme del éxito para colar otra cosa. Y siempre que he tenido la posibilidad de hacer un filme grande tipo El embrujo de Shanghái o esta, a su manera, me decía a mí mismo, aprovéchala y disfrútala porque a lo mejor ya nunca más puedes hacer una grande y tienes que hacer películas pequeñas, ¡y fenomenal! Pero agradece el regalo que te ofrece la vida.
--¿Tiene intención de parar algún día?
--No. Pero nunca digas de este agua no beberé. A mí me gustaría morirme haciendo películas, pero eso depende de la relación con la vida, igual a los 80 años pienso de otra manera.
--¿Cómo ve el estado de salud del cine español?
--No lo sé. Yo creo que estamos en un momento raro. Los productores independientes han desaparecido o prácticamente y todo lo que se decide se hace desde los despachos de las televisiones y las plataformas. Hay que lidiar con eso. Los clásicos del cine americano tuvieron que lidiar con los grandes estudios. No es que los estudios quisieran que ellos hicieran obras maestras del cine para que permanecieran, pero ellos, algunos, conseguían hacerlas. A los directores de hoy día les toca lidiar con esos nuevos estudios que hay y dentro de eso conseguir hacer cosas. Alfonso Cuarón logra algo muy interesante cuando va allí y consigue hacer Roma.
--¿Cuál es su relación con las plataformas?
--Por ahora no tengo, la verdad, pero imagino que acabaré haciendo alguna cosa por ahí. Por el momento, no he estado en ese mundo, pero no solo no lo descarto, sino que considero que será necesario.
--¿Cree que puede acabar con el cine en la gran pantalla?
--Creo que no, porque ellos tienen una contradicción interna muy grande: quieren el look cine y así se lo dicen a los directores y productores. El cine es el Rolls-Royce, todo el mundo quiere tener esa magia que tiene el cine y, de alguna forma, comprarla, controlarla. El cine siempre va a ser la forma más bella de contar una historia. Más que ninguna otra. Esa es su fuerza
--¿Cómo ha visto la gestión cultural durante la pandemia?
--Muy mal. Aunque creo que tenemos probablemente el mejor Gobierno hasta ahora --y no me refiero a los presidentes, sino a algunos, a la mayoría de las ministras--, curiosamente creo que no tiene demasiado interés por la cultura. Por lo menos no lo ha demostrado. Eso es lo que más me decepciona. La cultura para ellos es algo secundario y en la vida no lo es. La gente ha leído más libros, oído más música y visto más películas y series que en su vida, lo que quiere decir que la cultura nos ayuda a salir adelante, a sobrevivir y a entender el mundo. Es muy necesaria. Si un gobierno no se da cuenta de eso es cojo.
--Y con todos los premios que ha recibido, ¿cómo fue recibir un Goya a la mejor película iberoamericana?
--Es divertido, porque no estaba en el guion. Nunca lo hubiera esperado en la vida. Esas cosas son divertidas. Por ejemplo, yo he ganado Grammy cuando no es mi profesión o mi trabajo, es una especie de hobby, de afición o de amor que le tengo a la música. Por eso me divierte y me parece un regalo de la vida.
--¿Cómo surgen entonces esas películas que hace alrededor de la música?
--Es algo que se fue desarrollando y creciendo. Al principio, no estaba presente de manera consciente. Pero con el tiempo, si miras atrás, ves que en mi primera película hay personajes que tocan música y acaba con un grupo de jazz que toca música en la plaza. La segunda es de un hombre que hace canciones y canta en la calle. La tercera es de una comedia de alguien que compone canciones. En otra ruedan un musical, Belle Époque es un musical latente en la estructura de la historia. Saul Chaplin, productor de 7 novias para 7 hermanos, vio tres veces Belle Époque y me dijo, si yo fuera un poco más joven habría hecho un musical en Broadway con eso.
--Siempre se puede atrever usted.
--Me lo han sugerido varias veces. En Estados Unidos quisieron comprar dos veces los derechos del remake y yo me negué a venderlo. Tanto [Rafael] Azcona como yo nos negábamos, pero si ese hombre nos los hubiera comprado habríamos dicho que sí los dos, porque nos divertía esa posibilidad.
¿Y Hollywood nunca lo tentó?
--Hollywood no existe. Hollywood me tentaría en los años 30 si la Paramount me contratara, pero ahora, ¿qué es Hollywood? Yo he estado allí, pero no es nada… Los países no existen, aunque los políticos se empeñen en separarnos y decir que hasta aquí llega España y aquí empieza Francia. Es mentira.
--Cuénteselo a alguien de Cataluña…
--Eso ya es la mayor de las chorradas. Yo voy mucho a Barcelona y ahora más a menudo, porque estoy haciendo la película con Mariscal.
--¿Qué tal con Mariscal?
--Mi relación con él es buenísima.
--¿Cómo está él tras su mala situación económica?
--Quebró, cerró su estudio y se quedó sin nada. Pero como él es un tipo muy libre, muy hippie, lo toma con una naturalidad que muy poca gente podría. Es muy trabajador, se levanta y se pone a dibujar cada día y en la película está haciendo unas cosas preciosas.
--¿Cuándo saldrá?
--El mayor grueso del trabajo creo que será este año, así que en algún momento del que viene.
--¿Y algún proyecto más en mente?
--¿Con Xavi?
--O sin él.
--Sí, hay un proyecto que hace tiempo que quiero hacer. Una especie de suspense romántico, por decirlo de alguna manera. El referente sería algo así como Patricia Highsmith, Hitchcock.
--¿Y con Mariscal?
--Bueno, vamos a ver cómo salimos de esta primero (bromea). Hemos hecho lo más difícil, que es animación para adultos, y yo le digo, si hacemos la tercera, ha de ser una animación para niños sin que suponga ninguna bajada de pantalones, hacer un peliculón. Sería bonito hacer un cuento precioso. Y original, además. A mí me gusta cuando alguien hace un cuento clásico desde el ahora. Por ejemplo, cuando Tim Burton hizo Eduardo Manostijeras. Para mí es un clásico, está a la altura de la literatura de los mejores, de los Grimm. No me interesa demasiado Tim Burton, pero esta y Ed Wood son dos clásicos, luego lo veo demasiado manierista y llega un momento que me aburre.