La imagen de Itsaso Arana es la de una actriz con las ideas muy claras, que sabe lo que quiere y mantiene una carrera de lo más coherente. Forjada en el teatro, poco a poco ha ido metiendo el pie en el cine de la mano de uno de sus directores fetiche, Jonás Trueba. Él, como en su día lo hizo Ángel Santos, le hizo ver que otro cine es posible.
Así, paso a paso, se ha convertido en la actriz que es hoy y que este 10 de junio regresó a la gran pantalla con La voluntaria, de Nely Reguera. En ella, la navarra hace el papel menos agradable, pero que "se va cargando de razones" a medida que avanza el metraje.
Una pasión
En la película es Caro, una joven miembro de una ONG independiente que tiene que llegar con Marisa, una doctora jubilada, a un campo de refugiados de Grecia para ayudar, sin muchas ganas de atenerse a las normas. Un personaje que Arana defiende con cariño y determinación.
Este convencimiento y esta idea de lo que es la interpretación y la cultura la han traído hasta aquí. Sigue con su compañía de teatro y no deja de pisar los escenarios. En esta conversación con Crónica Directo, Itsaso demuestra que es una firme defensora de las miradas personales y de la experiencia del encuentro físico, ya sea en una platea de teatro, en un cine o en la vida en general.
--Pregunta: ¿Cómo definiría a Caro?
--Respuesta: Es la jefa de voluntarios de una ONG independiente que lleva ya un tiempo en el mundo del voluntariado y la solidaridad. Le toca esta especie de papel ingrato de parar los pies al personaje de Carmen Machi en la película (ríe), pero está cargada de razones. Piensa en un bien común y conservar esta especie de ecosistema tan complejo como son los campos con una visión más largoplacista y, a veces, más funcionarial de la solidaridad. Una parte necesaria para evitar favoritismos y una manera de entender la solidaridad desde un lugar menos egoico, menos romántico, más práctico y quizás más efectivo.
--¿Diría que es el personaje antipático o el que, al final, acaba teniendo razón?
--Es un tanto ingrato en la película como en la vida. Esta especie de funcionariado de la solidaridad no es nada fácil de sostener, porque uno va de forma idealista y desde el corazón a hacer un voluntariado, dispuesto a ayudar, con una idea romántica. La película por eso plantea la realidad de cómo y desde dónde se ayuda, así como la trampa de la compasión occidental. Yo creo que, al final, la película, da cierto espacio a las razones de Caro, porque plantea este viaje con el espectador.
--¿Cómo llegó al proyecto?
--En una prueba. Con Nely coincidimos mucho en viajes porque coincidió su estreno de María (y los demás) con el mío de La reconquista. Nely siempre me lleva a viajar (ríe). Nos conocimos en Corea, compartimos viaje a México en un festival de cine y me llevó a rodar a Grecia. Es una especie de contacto extranjero que tengo (bromea entre risas). Fui al cásting, pero no nos conocíamos a nivel profesional y lo hice con gusto. Estar dentro de su filmografía es una buena noticia y me apetecía trabajar con ella y estar en el extranjero no de vacaciones.
--¿Cómo fue, precisamente, este rodaje en Grecia, en un campo de refugiados?
--Era lo que más respeto me daba del proyecto. Me preparé meses antes para este dilema moral que presenta la peli, pero que yo también viví en mis carnes de forma distinta. Yo me planteé hacer un voluntariado en un campo, pero nunca lo hice y ahora voy a uno para trabajar y rodar una película, cuando no deja de ser que las pelis se quedan muy pequeñas al lado de la realidad social tan dramática que se vive en los campos. Estuve tratando de colocarme en ese lugar y entender. Hicimos una primera visita al campo y me daba respeto por la sensación de invasión y de pequeñez al lado de la gente que está ahí. Traté de dignificar el papel que me había tocado y me intenté informar y cargar de razones. La primera sensación fue de silencio lleno, de estar como en un limbo un tanto siniestro con vidas muy en suspenso. Me impresionó mucho. Esperaba encontrar un ambiente casi violento y de mucho movimiento y, de pronto, vi una especie de anestesia vital que hay que te desvitaliza. Es muy fuerte.
--Usted, a la hora de hablar del voluntariado, ha mencionado palabras como egoísmo, trampa, funcionariado. ¿Se idealiza mucho la solidaridad, se malentiende? ¿Cuánto hay de ego en ella?
--Es peligroso decir eso, porque las personas que van merecen todo el respeto y, al final, todos tenemos vidas ocupadas y hay quien hace un vaciado de vida para ir ahí. Ya solo por eso merecen un respeto. No se trata de no ayudar, sino de ver de dónde se ayuda y cómo. Debemos dignificar esas vidas en suspenso que la sociedad, tal y como está montada, las tiene olvidadas y apartadas. La película, al no ser un cine social sí tiene un tono muy valiente y es toda una experiencia inmersiva desde el campo, desde su experiencia y no desde la idea. Es delicado el tema.
--Otro aspecto al que se enfrenta su personaje es al del enfado de una persona experimentada que tiene que obedecer órdenes de una persona más joven. ¿Cómo vivió esta relación?
--En la película hay una especie de humor y cinismo a la hora de retratar a ambas generaciones cuando se intenta imponer la una a la otra cuando ninguna de las dos tiene la razón absoluta. Los jóvenes son personajes airados que creen que saben cómo funciona el mundo, mientras hay otra generación a la que le hace falta escuchar, son personajes un poco sordos. Yo creo que lo que hace falta es que nos escuchemos un poco más.
--Tanto esta película, como la mayoría de su filmografía, tiene un cierto tono alejado del 'mainstream'. ¿Cómo elige los papeles?
--Toda mi veintena, en realidad, la pasé en el teatro, escribiendo y dirigiendo con mi compañía y, de alguna forma, cuando empiezo en el cine de la mano de Ángel Santos con Las altas presiones, y con Jonás Trueba en La reconquista, empiezo a sentir que puedo encontrar una familia en el cine con la que compartir ciertos valores artísticos y éticos. Siempre me atrajo el cine, pero me parecía que tenía unos valores en los que no acababa de encajar, de una naturaleza diferente. Cuando encontré estos directores que llevan a cabo sus proyectos desde perspectivas más autorales y desde el corazón, me pareció que era una forma no tan distinta a como yo enfocaba el teatro. Y cuando haces ciertos trabajos te imantas de algún modo y de allí las cosas llegan con cierta naturalidad. No es que diga muchos noes, pero siento que las ofertas que recibo se acercan bastante a las ideas que tengo o a la imagen que doy. Me gusta pensar que las cosas llegan con cierta lógica y armonía. Aunque tampoco te creas que no he hecho cosas de las que no me arrepienta. ¡Ojalá pudiera elegir más!
--¿Cree de hecho que el cine español debe recuperar esa autoría? ¿Puede ser una manera de recuperar la asistencia a las salas?
--Ojalá tuviera que ver lo autorial con la experiencia del cine. Sí creo que hay películas o cierta sensibilidad de espectadores que todavía sienten el cine como una experiencia comunitaria y transformadora. Son dos problemas diferentes y comunicados, pero tremendamente complejos. Me conformaría con que la gente que admiro pueda seguir haciendo cine y estar cerca de ellos (ríe), y con que sus películas tengan lugar en los cines. Hemos de educarnos y reeducarnos como espectadores para recordarnos lo importante que es la experiencia del cine. Ir al cine es casi un acto de resistencia, paras el móvil, tu vida y tus pensamientos para estar todos juntos en un mismo lugar. En este mundo en el que estamos todos en todos los lugares a la vez, elegir estar en un lugar en el arte, en la vida y en el amor es toda una apuesta. Hemos de trabajar por la experiencia, ¡la experiencia es revolucionaria, ahora!
--¿Y qué otros proyectos tiene ahora?
--El 17 de junio se ha estrenado Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba, que es una película muy pequeña, que se hizo en muy pocos días, pero que me hace especial ilusión porque es muy querida para mi. En otoño, se estrenará la serie de Daniel Sánchez Arévalo Las chicas de la última fila. Sigo con gira con Pascal Rambert y quizá haya funciones, además de mis propios proyectos.
--Y ya que ha salido tanto el nombre de Jonás Trueba, lo considera una especie de miembro de esta familia del cine que le interesa y que estrena de nuevo con él. ¿Cómo es esa relación?
--Ha sido un encuentro muy afortunado en mi vida artísticamente hablando. Me ha abierto un mundo a tener una familia en el cine y conocer, más allá de Los ilusos, un grupo de personas que tiene una filosofía del trabajo, de cómo es hacer cine, qué es hacer cine. Nunca se conforman y es muy estimulante. Además Jonás es muy creativo e independiente y me espeja, me pone en contacto con mi propia creatividad. Tiene un liderazgo nada atrapante, te deja muy suelta y a su alrededor la gente se ve bastante inspirada. Hace un cine bastante fertilizante, porque lo ves y te entran ganas de hacer cine, porque da la sensación de que es muy fácil hacer cine, te da una dimensión de posibilidad de poder hacerlo. Él es un tipo muy normal y te hace creer que puedes hacer cosas. Esa es una de sus grandes virtudes.