Natalia de Molina (Linares, Jaén, 1989) tiene dos Goyas en su haber y un año increíble en cuanto a estrenos. Ella misma reconoce que se siente “afortunada”, aunque matiza que son películas rodadas hace ya tiempo y que la pandemia ha hecho que coincidan en cartel.
La última en llegar a las pantallas es La maniobra de la tortuga, el nuevo film de Juan Miguel del Castillo que, si bien se presenta como un thriller de investigación tras hallarse el cuerpo sin vida de una joven en Cádiz, se sumerge en una realidad social desgarradora. La actriz interpreta a Cristina, una mujer independiente pero con un pasado lleno de sombras. Crónica Directo habla con ella.
--Pregunta: ¿Cómo llegó al proyecto y cómo definiría al personaje?
--Respuesta: Yo trabajé con Juan Miguel en Techo y comida, que fue un proyecto muy importante para los dos. Ya entonces, le dije y redije desde el primer día que yo quería trabajar con él otra vez y que contara conmigo para lo que quisiera. Esa llamada para esto fue para mí una ilusión. El hecho de trabajar con él era evidente que lo iba hacer, pero si encima me propone un personaje como este, esta mujer, que tiene una clara denuncia social... no lo dudé ni un segundo. Se lo agradezco mucho porque me ha traído a personajes muy importantes.
--P: De hecho, sus últimos papeles se caracterizan por su perfil feminista, comprometido con la violencia de género. ¿Es un factor determinante a la hora de elegir sus trabajos?
--R: Va en mi. Conecto con personajes. Es mi sensibilidad, yo soy feminista desde siempre y son los personajes con los que conecto y los que me importan, aquellos que hablan de lo que significa ser mujer más allá de lo que se nos ha contado siempre o se ha reflejado. Son temas que me preocupan. Y podría ser una decisión consciente, pero creo que es inconsciente porque forma parte de mi sensibilidad con estos personajes.
--En este sentido, el film no sólo habla de una mujer víctima de la violencia machista, sino que se aleja del falso mito y refleja que incluso una mujer independiente también puede ser víctima.
--Era una de las cosas que hablamos bastante. Películas sobre la violencia de género se han hecho, pero queríamos proponer una visión diferente: qué pasa cuando has hecho todo para sobrevivir a ello, qué pasa con ellos después de. A parte de construir a una Cristina que está lejos de la idea preconcebida de que una mujer que sufre esto deba ser una persona sin estudios, de determinada clase social, etnia, religión, etcétera. Lo único que tienen en común es que son mujeres, víctima puede serlo cualquiera de ellas. Por eso, construimos a Cristina, una chica joven, independiente, luminosa, con su vida rehecha y feliz y cómo ese pasado del que tanto le ha costado escaparse vuelve a tomar las riendas su vida y aparece ese miedo que controla su vida. El personaje va de la luz a la oscuridad que vive ella y todas las mujeres que pasan de ello.
--Con lo comprometida que es, ¿qué piensa cuando escucha que la violencia de género no existe?
--No hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere escuchar. Yo entiendo que requiere mucho más compromiso reconocer que esto pasa que negarlo. Cuando pasan cosas tan incomprensibles, ilógicas, lo más fácil es negarlo, por supervivencia. Creo que hay mentalidades a las que les cuesta más asumir esto, porque si lo asumes has de hacer algo, no puedes mirar a otro lado. El compromiso está en conseguir hablando y concienciando a través de la educación.
--¿Cree que el cine tiene un papel importante en la educación sobre esta lacra?
--Claro, el cine tiene un compromiso con la sociedad. El cine es un espejo de la realidad. A veces una realidad más asentada a la tierra, otras en un tono más fantasioso, pero habla de nosotros mismos y le mundo en el que vivimos. Para mí ciertas películas me han cambiado y me han hecho cambiar conciencia de temas que ni imaginaba o empatizar con realidades que no me había planteado o verme reflejada. El cine es una arma muy importante y muy necesaria. Fíjate lo importante que ha sido la cultura en el confinamiento para poder evadirte. El cine, para mí, es la profesión y el arte que lo aúna todo y el más importante para poder sobrellevar esta gran incógnita que es la vida.
--Y con este amor al cine, ¿teme ahora que con el confinamiento las salas mueran porque la gente se ha acostumbrado a ver las películas en su casa?
--No lo sé. Y es un tema que nos preocupa a los que nos dedicamos a esto. Hay mucha incertidumbre, no sabes qué tienes que hacer para animar a que la gente vaya al cine. Lo triste sería que desapareciera de cualquier lugar. Es cierto que los tiempos cambian, pero la experiencia y el evento que supone ir al cine, meterte en una sala oscura y que el tiempo no exista y que estés solo atento a lo que está frente a tus ojos sólo lo consigue una sala. La gente debe entender que no es lo mismo, no se experimenta igual. Además, hay películas que nunca fueron pensadas para una pantalla pequeña. No sé que sucede, pero es algo que nos preocupa a todos.
--Otro compromiso que tiene, parece, es con los directores noveles. La vemos en Contando ovejas, la veremos en Espejo, espejo. ¿Le gusta la exploración de los nuevos directores?
--Sí, soy muy inquieta y me gusta probarme en cosas diferentes, no sentirme cómoda. Tener la oportunidad de hacer cosas tan distintas y conocer miradas nuevas me gusta. Creo mucho en el relevo generacional y sé que hay gente joven que tiene historias increíbles para contar. Me gusta estar con los directores noveles y estar con los consagrados. Me gusta jugar y estar en cosas diferentes y cuanto más locas mejor.
--¿Y en qué más vamos a verla?
--Me siento una afortunado. Contando ovejas está en salas, La tortuga se estrenaba el 13 de mayo, el 20 lo hace Espejo, espejo y para otoño-invierno estoy en Un año, una noche de Isaki Lacuesta, en la que tengo un papel pequeño y Asedio de Miguel Ángel Rivas. Y otra cosa que no puedo contar.