Miguel Hermoso (Madrid, 1971) es un apasionado del teatro. En cada palabra se nota ese amor por su profesión y ese afecto al poder del arte y la creación. Él se define como mero intérprete de un papel que ha realizado un autor, el público es quien lo coloca en el lugar donde está.
Ahora mismo, ese lugar es el Teatro Bellas Artes de la capital, donde desde el 27 de abril va a estar junto a María Castro y Dani Muriel protagonizando La coartada, una obra que juega con el suspense emocional y la creación de ficciones propias de la mente humana. Sobre las ficciones y el poder del teatro, habla el intérprete en esta entrevista con Crónica Directo.
--Pregunta: ¿Cómo se consigue un éxito que esté más de un año en el teatro?
--Respuesta: El éxito es que la obra incluye una mezcla de géneros muy atractiva, emocionante, con un toque siniestro y a la vez muy ameno. Es un planteamiento de thriller a modo de Agatha Christie, en el que el espectador se convierte en detective y trata de atar los cabos, que, con un giro muy inesperado, deriva en un drama trágico. Por un lado, te ofrece la participación en la trama y, una vez que empatizas sobre todo con la protagonista, Ana, te acabas metiendo en su mente, en su trauma, en su dolor, lo que conlleva una emoción muy profunda. La obra cubre un amplio espectro y satisface a diferentes calidades de espectadores.
--Es verdad que Agatha Christie se ha llevado al teatro, pero ¿cómo se trabaja con las emociones hacer un 'thriller'?
--Usando tu imaginación y tus vivencias, la realidad que tú conoces. El esquema dramático lo trabaja el director. Yo como actor me distancio de la perspectiva general para centrarme en el personaje. Un director me dijo una vez que una escena es lo que un actor intenta hacerle a otro. En una obra de corte realista, el actor tiene que no controlar la obra en conjunto, dejarse llevar y que ese thriller sea resultado de su trabajo individual, olvidándose del género y trabajando desde la verdad, la honestidad, imaginando qué ve el personaje. Aquí los personajes están rotos, traumatizados y ven la cosa de manera completamente distinta a lo que hace el otro. Como actor tú no puedes intentar gobernar toda la nave. Para eso, en este caso está el director que domina el lenguaje. En este caso, claro, que es una obra de carácter psicológico. Has de situar en tu diana lo que ve tu personaje, porque tu personaje es consecuencia de tu ejercicio de imaginación. De allí sale la batalla de las visiones de los tres personajes.
--¿Y cómo definiría su personaje?
--Yo no te lo puedo definir en términos morales (bromea). Entiendo que para simplificar se quiera decir si es el bueno o el malo, pero lo que me gusta es que es el tipo de conversación que me gustaría generar y que se genera. No queremos hacer obras con mensaje, pero sí dejar una huella en el espectador. Hacer obras con mensaje, en estos tiempos, llega a ser una vulgaridad y un insulto a la inteligencia del espectador. Debemos contarle una historia, que le deje una huella, que el espectador decida luego qué hacer con ese poso. Pero me estoy yendo por las ramas. El actor no se puede plantear si su personaje es bueno o malo, eso es el resultado que debe valorar el espectador. Un actor se plantea por qué ese personaje hace lo que hace, qué ve o qué siente para hacerlo. El malvado de James Bond no hace lo que hace creyendo que está mal. No puedo hacer una valoración moral si tengo que afrontar la motivación de un personaje. Héctor, mi personaje, ha sufrido el mismo trauma que Ana, su exmujer. Él lo ha tratado de superar por todos los medios, mientras ella considera que se ha quedado estancado. Y se plantea "¿desde mi problema puedo ayudar a mi exmujer? ¿Merece la pena?". Y se presenta en su casa con la intención de valorarlo, lo que implica poner un pie en el infierno, porque si uno ha estado allí a nivel psicológico y emocional, al acercarse de nuevo supone el riesgo de volver a caer en el abismo. Héctor se adentra en la boca del lobo y ya descubriremos qué pasa.
--Un teatro muy emocional en tiempos que, como dice, tal vez se peca en exceso de obras con mensaje. ¿Cree que es el momento de hablar más de las emociones que de ciertos mensajes?
--El autor que persigue la excelencia no pretende dar una lección al espectador. Incluso si tu intención es dar un mensaje político, lo cual es perfectamente legítimo, lo primero que tienes que hacer es no hacerlo de forma obvia, desde el adoctrinamiento, porque harás que el espectador se ponga a la defensiva. Como espectador, si a uno le intentan adoctrinar en el sentido que sea, se resiste. Como espectador uno va detrás de una historia que puede recordarle algo que ha vivido y de manera indirecta puede alcanzar una reflexión de corte filosófico o político. Eso es algo que hay que dejar a la inteligencia del espectador. No porque esté mal, de otra manera, sino porque no funciona. A nadie le apetece ir al teatro, pagar una entrada para que le den una lección, desde no sé qué superioridad moral. Un autor inteligente expone una historia de la forma más inocente posible y con ese truco de magia invita al espectador a que entre en la historia y que después haga con ella y sus personajes lo que quiera. En La coartada se habla de lo laberíntico de la mente humana. Cada personaje ve la realidad de una manera muy distinta y trata de convencer al otro de que lo vea como ellos. Y esto nos pone en una situación muy parecida a la vida diaria. Si luego te adentras en el universo del trauma en el que la mente para ponernos a salvo nos hace transformar la realidad es fascinante. Un físico cuántico igual te hablaría del multiverso. Pero, sin ir tan lejos, a lo largo de nuestra vida nos enfrentamos a situaciones en las que no dilucidamos bien entre nuestro deseo y la realidad, porque el deseo es una fantasía, pero lo necesitamos y la realidad es una verdad incómoda con la que a veces tenemos que luchar, que parece que está allí en medio para impedir conseguir nuestros deseos. Esencialmente, esto es de lo que va la vida. El hombre es el único ser del planeta que tiene una disociación terrorífica, trágica entre el deseo y la realidad. La complejidad de la mente humana nos produce mucha felicitad y también mucho dolor. Es esta obra, trabajamos con esta disociación que se produce cuando un personaje vive en una realidad que el otro considera inventada, pero que para él es real. Me tengo que manejar en estos términos porque es una obra en que las sorpresas se suceden y no te puedo hablar en concreto. Perdón si parezco un político (ríe).
--Buena referencia a lo político, igual, porque parece que ven la realidad de una manera y no de otra.
--Yo como actor me miro mucho el comportamiento político, porque veo un señor que me dice una cosa y pienso: ¿este señor se cree lo que dice? Y si no se lo cree, ¿espera que yo me lo crea? Están metidos en una especie de vorágine que los empuja a ir hacia adelante. Y los actores estamos un poco en esa batalla, ¿no? Porque quieres ir un paso por delante del espectador, quieres engañarle. Y el espectador, por un lado, quiere ser engañado y por otro quiere pillarte en el engaño. Allí es donde el teatro es más honesto que la política, porque en el teatro hay un pacto, como cuando vas a ver un mago. Pagas para que te engañen, pero para que lo hagan bien.
--¿Qué le atrajo de esta mentira pactada?
--Hace poco hablaba con Nancho Novo, que está haciendo un musical. Y me decía que era un poco raro porque nunca había hecho uno, pero da igual, yo entro en el escenario y me siento seguro, sé lo que tengo que hacer, dónde ir, cuándo hacer una pausa… me siento seguro de mí mismo, algo que no le pasa en la vida. Y pensé: es así. Probablemente los actores seamos perfiles psicológicos muy poco operativos en la vida real y hemos buscado un refugio en el escenario, donde hay un guion, un ensayo. Si la vida fuera como una obra de teatro nos saldría mejor. Yo me siento mucho mejor en un escenario que en la vida en general. En el escenario, además, haces un acto de honestidad vital, porque cuando sales al escenario sales con la cabeza vacía esperando a que ocurran las cosas. Y, entonces, se da el acto de honestidad: el espectador cree que lo vas a engañar y no lo haces, esa es la verdad sobre el escenario. Sobre un escenario tengo clara cuál es la verdad mientras en la vida dudo constantemente. Lo más atractivo del escenario es esa sensación de certeza y seguridad, lo que no quita que salir ahí no implique coraje, arrogancia y descaro.
--Hablando de su relación con el público. Usted que ha estado en series de éxito, ¿cómo es esa relación y cómo ha cambiado con la aparición de las redes sociales?
--Yo tuve una época que me hice bastante conocido por algunas series de televisión, la gente se acercaba, yo le contestaba y fue alimentar un monstruo. La gente reclama atención, una atención que nunca vas a satisfacer y se enfada. De ahí los admiradores pasan a ser humilladores. Por eso, dejé de usar las redes sociales de forma personal para hacerlo de manera profesional. Uno se tiene que poner sus propios filtros y que no los ponga una autoridad. Ni las redes ni las plataformas han influido en el público del teatro. Estos años de pandemia ha hecho que la gente valore más el salir y estar en contacto con unos actores que están vivos y transpiran delante de ti. En la gira hemos tenido llenazos, sin ser un gran musical. Está muy bien y el espectador está ávido. Curiosamente, las salas de cine están vacías, porque es parecido a lo que tienes en tu casa, no así el teatro. El teatro tiene miles de años y si ha perdurado será por algo.
--Habla de filtros impuestos por autoridades. ¿Cuánto hay de censura y de autocensura?
--Es el neopuritanismo que espero que sea una moda. Amigos que hacen humor viven en un completo terror. Todo debe tener una orientación políticamente correcta, ni burlarte de un colectivo que se considera minoría minusvalorada. Como autor, no puedes sentarte frente a un folio en blanco pensando en no ofender a nadie, porque eso lo puede escribir un ordenador. El creador debe tener plena libertad y que el espectador determine si le ha ofendido o le parece una basura y cambia de canal, cancela la suscripción o se va del teatro. Tenemos que ser una sociedad adulta y no infantilizarnos y esperar que alguien desde arriba nos prohíba las cosas que nos puedan ofender. El creador debe estar expuesto a que el público le dé la espalda y no vengas tú, desde una especie de posición inquisitorial, a tratar de protegerme. Nos acercamos al hecho de que exista una autoridad paternalista que nos intenta proteger y es peligrosísimo, sobre todo, para los artistas. Además, le retiras la opción crítica al espectador, te metes en medio del artista y el espectador.
--Y sabiendo que no para, ¿en qué más está?
--Eso es lo que parece. La coartada ha costado mucho levantarla y con la pandemia ha sido muy duro y con pocos bolos cuesta hacerse un sueldo base. Y ser un actor que trabaja es ser uno de los 10%-15% que puede. No me quejo, me siento afortunado. Sí, las cosas salen y hay cosas que salen a flote. Estoy en una serie, en la que hago de abogado, un tipo duro y arrogante. Es un papel pequeño e importante de una serie que va a ser uno de los pelotazos de la temporada que viene, La novia gitana, basada en la gran novela de Carmen Mola, dirigida por el gran Paco Cabezas, que se lo rifan en Hollywood. Tiene un estilo personal y es muy difícil. Y después del verano arranco un proyecto que promete bastante, la obra de Miguel Delibes, La guerra de nuestros antepasados, en la que estaré con Carmelo Gómez, dirigida por el gran Claudio Tolcachir, que hace cosas absolutamente geniales e inesperadas. Y este texto, con la situación tan polarizada políticamente de este país, con políticos que parece que intentan ponernos al borde de una guerra civil vete a saber con qué intenciones y que los europeos nos hemos visto involucrados en una guerra, viene al pelo para analizar la realidad que nos rodea. Creo que va a ayudar a burlarnos un poco de todo esto. Qué otra cosa puede hacer un autor que poner en alerta al espectador.
--Y como actor debe ser un placer contribuir en ello, ¿no?
--Sí, claro. Somos solo intérpretes. Mi trabajo no es sobrevivir al tiempo y no me importa, es una decisión que tomé y ya he asumido. Pero sí es bonito participar. Un autor sí que transgrede las redes del tiempo, un actor es más del aquí y ahora. Es así de fugaz, bonito y gaseoso. No creo que el teatro pueda cambiar el mundo, pero sí producir pequeñas convulsiones en las conciencias de muchas personas, y muchas convulsiones en muchas personas sí pueden producir un cambio.