Alba Pujol se desnuda en el escenario, se pone en riesgo, se entrega. Lo ha hecho en la última adaptación teatral de Terra Baixa, pero ya lo hizo como dramaturga, actriz e hija en Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero, una pieza que reflexiona sobre la muerte y en la que habla del deceso de su padre, su vida y la pérdida.
Ese espectáculo tenía algo de exorcismo y también de “canalización”. En ese caso, quien hacía ese trabajo era Pep Cruz, en la Terra Baixa de Àngel Guimerà que Roger Bernat presenta en el Teatre Lliure ha sido ella la que ha hecho de “médium” y lo ha disfrutado como una niña.
La obra es un homenaje al montaje que se hizo de esta misma obra hace 30 años bajo la dirección de Fabià Puigserver y con Emma Vilarasau y Lluís Homar. En esta nueva versión, los actores ni siquiera han ensayado, se suben al escenario, escuchan las órdenes del director y cómo interpretaron otros intérpretes su papel cuyo texto repiten ahora 78 actores distintos.
La experiencia es algo que va más allá de lo teatral. La misma Pujol lo califica de “performance” como algo “mágico”. Crónica Directo habla con ella tras el único ensayo que tuvo y condensa todo lo que vive un actor ante proyectos tan arriesgados. Unas propuestas que a ella le encanta afrontar.
--Pregunta: ¿Cómo llegó a este proyecto tan particular?
--Me llama Roger Bernat porque está montando un homenaje al Terra Baixa que se estrenó en el Teatre Lliure hace 30 años. Y me dijo eso que nos darán unos cascos por los que nos darán órdenes y escucharemos a los actores que hicieron ese montaje y hacerlo nosotros. ¡Así, sin ensayar ni nada! En realidad, hay un ensayo y entendí un poco más de qué va.
--¿Y de qué va no tanto la obra como la propuesta?
--A partir de un vídeo grabado hace 30 años crean una dramaturgia, ya que el montaje original es de unas dos horas y media y este de una, nos ponen unos cascos y a ver qué sale.
--Suena muy extraño. ¿Cómo fue la sensación en ese primer ensayo?
--Nada, te pones los cascos y me di cuenta de que a partir de ese momento estaba superdisponible, con muchas ganas de jugar y encontrarme con mi personaje. Yo probé hacer de Marta, que lo interpretó Emma Vilarasau. Es una especia de canalización porque haces de médium. Porque, para mí, todos los personajes, si es que existen, están muertos y no viven hasta que el actor o la actriz los representa. Y en este caso tú escuchas una voz del pasado que baja y te has de dejar imbuir y poseer casi por lo que esta voz emana y disparas. A veces no vas a la par porque tu tratas de procesarlo, decirlo mientras ella ya dice otras cosas y hay que tener en cuenta que es una grabación de hace 30 años y no se entiende todo a la perfección. A eso se suma que es un catalán particular, no es de fácil compresión de primera tirada. Y yo salí de allí supercontenta, con esta especie de conexión con Emma y todos los del montaje. Has de estar dispuesta a jugar, porque tu ego desaparece ya que no tienes tiempo de pensar. Cuando no te dan órdenes escuchas a las actrices. Fue muy chulo. No entiendes todo lo que dicen, pero sí entiendes lo que pasa. Hay una fuerza totémica que hace que funcione. Fue algo muy mágico.
--Además uno le debe dar la réplica a otro actor.
--Exacto. Somos seis actores en escena y cada día habrá un elenco distinto. Somos 78 en total a los que se le pide absoluta disponibilidad, tanto mental como para participar, y es muy excitante. Le tenemos todos mucho respeto a la pieza y es un homenaje precioso.
--¿Y con tan poco tiempo de ensayos, da tiempo a interiorizar el personaje?
--Por eso has de tener muchas ganas de entregarte y hay tan poco ego, porque tienes tanta información de golpe que sólo puedes canalizarla y entregarla. Yo fui con mucha intriga y para mí es muy interesante, muy real. Además, no siempre puedes decir todo, pero te posee el alma de estos personajes que se crearon hace 30 años con el que creas un personaje nuevo.
--Con todo este juego, ¿lo definiría como teatro, espectáculo, performance…?
--Yo diría que una performance. Y el público también se ha dejar de llevar por este juego nuestro y también un juego para ellos. E incluso se van a emocionar, porque yo vi un poco desde fuera y me pasó. Además, verán a los actores en peligro, desnudos y verán cómo se juega en una situación tan difícil.
--¿No da respeto hacer una obra tan emblemática, con un montaje tan recordado hecho por unos actores y actrices de renombre?
--¡Claro, al principio sí! Pero está hecho desde un respeto absoluto al teatro, al juego teatral, a las leyes que rigen un escenario. Y salí con mucho cariño, porque en el fondo nos entregamos a lo que se hizo entonces. Puede que, en el momento, el público no entienda todo el texto en sí pero sí recibirá la emoción y la presencia del aquí y ahora. Es de una calidad artística y poética interesantísima.
--Y poco visto en el teatro actual y más con textos considerados sagrados, casi.
--Precisamente es un acto sagrado, en toda regla, lo que sucede. Yo sabía del teatro Verbatim, que aquí se ha hecho poco. Aunque estos actos de canalización Roger lo ha explorado bastante. La consagración de la primavera de Pina Bausch la hacíamos entre todos, por ejemplo, y en ese caso era el público el que llevábamos los pinganillos. En cualquier caso, el público verá una cosa nueva cada día y en el momento. Es un maridaje nuevo, es como un cuadro nuevo, entre todo el material que hay uno creará una realidad nueva. No es arqueología, se crea un hecho escénico nuevo y diferente cada día, cuya fuente, masa madre es el Terra Baixa de hace 30 años.
--¿Da miedo?
--¡Claro que da miedo! Porque uno normalmente sabe que pueden pasar muchas cosas en el escenario, pero has ensayado un texto y puedes pensar qué cosas pueden pasar sobre el escenario. Aquí no. Aquí confías en lo que los actores de hace 30 años ensayaron y consiguieron. Te entregas a Fabià Puigserver y a los actores de ese momento. Todo eso está en los audios que te bajan, además de las acciones que te indican. Por eso hablo de esa sensación de médium.
--En cualquier caso, ¿no es lo que hace siempre un actor, canalizar una obra escrita hace X tiempo por otro e incluso ya actuada por otros?
--Exacto. Cualquier obra universal tiene personajes que forma parte de un inconsciente colectivo de la gente del teatro y siempre pasa eso. Cuando interpretas Irina, Desdémona, lo que haces es coger a esas almas, canalizarlas y hacerlo tuyo con el viaje que te ha dado el dramaturgo. En este caso, por eso, no recogemos tanto el trabajo que hizo Guimerà, sino el que hizo Fabià, Emma, Lluís Homar… Ellos se han convertido ahora en esos espíritus porque yo ya no me conecto con Marta, sino con Emma.
--Y hablando de espíritus y médiums usted viene de 'Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero' en el que hablaba de la muerte y ponía a su padre en escena.
--Sí. Y también tiene mucho de canalización porque Pez Cruz hizo de mi padre. Estuvimos dos años con esta obra y empezaba ya a extrañar a mi padre y empezaba a ser un poco complicado pasar página. Y tras el parón, miré a ver qué salía e hice una pequeña cosa en la sala Beckett, estreno con Ferran Utzet y La Perla 29 una obra en abril. Y esto ha sido un regalito que ha aparecido que no pide de mí más que jugar.
--La veo entregada.
--Es lo que me pone. En el teatro has de sacrificar cosas y yo siempre pongo algo ahí que me hará ser vulnerable y me ayude a conectar con el público. Para mí, el teatro es un acto muy potente, ofrecer una performance cada noche y entregarla al público.