José Corbacho lleva toda la vida tomándosela con humor. Ya sea en el teatro o en programas como Tu cara me suena, hace que estalle la risa allí por donde pasa. Se inició en el mundillo con la compañía La Cubana y, desde entonces, su humor ha ido evolucionando con los acontecimientos que le han ido sucediendo en su vida personal.
Uno de ellos, el trasplante de riñón donado por su hermana debido a la insuficiencia renal crónica que padecía desde joven. Un episodio sobre el que no duda en hacer sátira a la vez que agradecerlo enormemente. Este domingo ha retomado sus actuaciones en el Teatro Borràs en Barcelona, mientras que lo alterna con otras ciudades catalanas, como el espectáculo del sábado pasado en el Atrium de Viladecans.
--Pregunta: ¿Cómo está estructurada la gira de Ante todo mucha calma?
--Respuesta: Realmente hace más de 40 años que no tengo nada estructurado, sino que es la vida que elegí, desestructurada [ríe]. Sí que es verdad que este monólogo lo empecé en Barcelona a finales de 2019, pero, como llegó el parón de la pandemia, no lo he hecho tantas veces.
--¿Dónde se siente más arropado: jugando en casa a lo grande o en teatros pequeños?
--Mientras venga gente a ver el espectáculo, yo me siento arropado en todos los sitios. A mí me gusta que la actuación del sábado en Viladecans sea diferente a la del domingo en el Borràs. Aunque tenga una estructura de monólogo, prefiero adaptarlo a los sitios donde voy y jugar con referencias o cosas relacionadas del lugar. Eso hace que cada actuación sea diferente y especial, y que la gente piense que es única para ellos.
--Entonces, ¿cambia cosas de una actuación a otra?
--Realmente no soy muy consciente de lo que cambio o dejo de cambiar, sino que es un monólogo que va evolucionando. Lo que más hago es jugar con la gente, involucrarla en el monólogo, provocarla para que digan cosas… Eso hace que se creen momentos irrepetibles. En cambio, hay otros compañeros y compañeras que tienen su monólogo perfectamente estructurado y que cada día es igual, cosa que me causa bastante envidia porque yo soy incapaz de fijar algo [ríe].
--¿Cuál es la lección más importante que aprendió en La Cubana?
--Aunque allí hacíamos prácticamente siempre la misma actuación, había momentos abiertos a la improvisación y a jugar con el público, porque hacíamos teatro en la calle. De esos años me he quedado con esa cosa que me gusta tanto y que tiene el verbo de “cubanear”: jugar e involucrar a la gente con el espectáculo.
--¿Cómo ha ido evolucionando su humor y su personaje a partir de entonces?
--En La Cubana siempre hacía teatro representando un guión previamente escrito con unos personajes. Pero en el momento en que me quité la careta y me empecé a mostrar como yo soy, fue inevitable que cambiase mi humor y se volviese más personal. Al final eres tú hablando en primera persona explicando cosas que tú ves, que te pasan o que a ti te parecen divertidas. Vas evolucionando como cómico en la misma medida que vas evolucionando a nivel personal.
--¿Es difícil para los humoristas renovar sus monólogos y bromas?
--Sí, resulta complicado, porque puedes estar en tu casa pensando que has tenido una idea genial o que has escrito algo muy divertido y luego lo pones encima del escenario y ves que no funciona. Pero esto es a base de prueba y error. En mi caso, como yo acostumbro a reírme de mí mismo, sobre todo, y luego también de la gente que me rodea, de mi madre o de mi hijo, no es lo mismo hacer bromas de cuando él tenía, por ejemplo, cuatro años que ahora que tiene 18.
--¿Cree que debería haber límites en el humor?
--Yo siempre he defendido que se tiene que hacer comedia de todo, porque el humor no deja de ser una terapia en el ser humano; el humor nos salva de la tragedia que es la vida. A partir de ahí es muy complicado pensar en lo que va a molestar a alguien o no, porque el humor es lo más subjetivo del mundo: lo que te hace gracia a ti quizás a mí no me la hace o al revés, o quizás dentro de un mes sí que me la hace o depende del momento vital, de lo que hayas vivido o del contexto.
--¿Se ha frenado alguna vez de gastar una broma?
--No, porque uno no puede estar siempre pendiente de la autocensura. Al final verdaderamente es el público el que te acaba poniendo límites, porque tú puedes pensar que algo es muy divertido aunque sea muy fuerte o delicado y a lo mejor a la gente no le hace gracia. Lo máximo que puede pasar en este caso es que la gente no se ría, pero, por suerte, nadie sale herido, ni sufre daños físicos o se muere; es peor que se equivoque un cirujano cortando una arteria [ríe].
--¿Es diferente gastar bromas en el teatro que en la televisión?
--Encuentro que el teatro es un sitio más libre, porque al fin y al cabo la gente que viene al monólogo de José Corbacho sabe que le gusto o me ha visto más veces y le he hecho gracia. Es muy difícil que, después de pagar una entrada, te encuentres a alguien que salga del teatro y se vaya a poner una denuncia. Eso acostumbra a pasar más en televisión o en las redes: alguien se puede encontrar algo que no le haga gracia y, en lugar de cambiar de canal o de dejar de seguir a esa persona, se ve en la necesidad de denunciarlo. Yo creo que es algo a lo que no hace falta llegar en ningún momento.
--¿Se ha encontrado alguna problemática trabajando en televisión?
--Yo creo que al final tienes que saber dónde estás trabajando y cuáles son las reglas del juego de esa empresa. A mí me han ofrecido hacer otros formatos que no me gustan como espectador, porque no me veo en una isla desierta acompañado de gente buscando comida. Pero aquellos que ya de por sí me gustan, como Master Chef o Tu cara me suena, siempre digo: “pa’lante”. En el teatro, en cambio, no tengo esa necesidad de pensar si va a gustar o no, porque el pacto queda entre el público y tú.
--Es usted actor, director, guionista, humorista… Si tuviese que quedarse con una sola profesión ¿cuál elegiría?
--No quiero escoger, no me gusta nada escoger en la vida [ríe]. Al principio siempre respondía que el teatro porque empecé así, pero luego el cine también es muy bonito y la tele me encanta… Realmente, siempre he pensado que soy una persona afortunada de subirse a un escenario, de ir a un programa de televisión, de poder escribir guiones y de poder hacer lo que me gusta en diferentes ámbitos. Al final, la gran suerte es trabajar porque, desgraciadamente, hay mucha gente en esta profesión que no puede trabajar de forma continuada.
--Entonces, ¿se definiría como un showman?
--Sí, bueno, durante muchos años a eso se le ha llamado ser “muy polifacético” o “una persona del renacimiento”. Ferrán Adrià un día me dijo que esto de “tapear” es una filosofía de vida que a veces no hacemos solo cuando comemos tapas, que vamos picando un poco de aquí y de allí, sino que mucha gente lo hace en todos los ámbitos. En mi caso, si hay que ser un showman, pues es lo que soy. Pero a mi me gusta mucho más la palabra cómico, porque anteriormente lo englobaba todo: los cómicos hacían cine, teatro, iban por las ferias, en las calles…
--En su monólogo se ríe de sí mismo. ¿Cree que esa es también su filosofía de vida?
--Me parece básica esta manera de vivir. Lo que habría que hacer es tomarse la vida con un poco más de humor y relativizar las cosas. Creo que reirte de ti mismo es darte cuenta de las cosas serias que de verdad tiene la vida, porque aunque yo me ría de mí mismo, al final le doy más importancia a la gente que me rodea y a aquello que me hace feliz.
--¿Esa filosofía de vida es lo que le hizo contar su experiencia con Scarlett Johansson en un ascensor?
--Es una cosa que conté en el programa de Dani Rovira y que de repente empezó a salir en todos los medios y pensé “igual no hacía falta haberlo contado”, pero claro, como no tengo filtro… [ríe]. Es de esas anécdotas irrepetibles que te pasan en la vida. Estaba en un ascensor de un hotel de Londres y entró una chica acompañada de dos hombres muy grandes. Justo en ese momento me acordé que Scarlett Johansson estaba promocionando una peli en ese hotel y yo la miré pensando “¿será o no será ella?”, porque estaba con la mascarilla. Pero los hombres me miraban en plan “deja de mirar a la muchacha”, y en ese momento, de los nervios y todo, llegó la mala fortuna fisiológica de que mi cuerpo decidió tomar decisiones por su cuenta y se me escapó un pedo.
--¿Qué hizo ella entonces?
--Ella se giró antes de salir del ascensor y me hizo una sonrisa con los ojos que yo no sabía si era “tierra trágame” o estaba pensando directamente “¿cómo se puede ser tan guarro?”. Dicen que el olfato es el sentido que más permanece en el tiempo, entonces espero que eso me ayude a que, en algún momento, si me vuelvo a encontrar con Scarlett Johansson, se acuerde de mí.