El amor de Julián Muñoz a Isabel Pantoja fue algo extraordinario, “una adicción”, según sus propias palabras. No dejaba otra cosa que gastar sus llamadas de la cárcel en hablar con ella y le escribía cartas de amor. Luego se le rompería el corazón.

La ilusión del exalcalde de Marbella era salir de prisión y reencontrarse con su amada. Eso es lo que la cantante le prometía. “Me va a esperar. Me lo ha dicho. No hace otra cosa que pensar en mi cada segundo”, recuerda en sus notas.

Alegría

La realidad por eso fue muy distinta. “En ninguno de los permisos que tuve me fue a buscar, que hubiera sido lo normal”, recuerda. Y no sólo eso, en el primero se vieron, en el segundo ya no y la cosa fue a peor al obtener el tercer grado.

El primer permiso parecía una boda, fui recibido en loor de multitudes”, recuerda. En casa le esperaba la tonadillera y la familia y, tras charlas y hacer los saludos de rigor “hicimos los deberes”, indica de forma eufemística.

Decepción

Eso le fue suficiente, no fue a ver ni a sus hijas. “Ese tema sí me jode, me duele”, confiesa. "Descerebrado total, ¿Dónde demonios guardaba los sentimientos? Todavía tengo eso metido en la cabeza”, subraya con dolor. El último día del segundo permiso, tras estar sólo en casa, y sólo por 15 minutos decidió que sí, iba a ir a ver a sus hijas. “¿Tú crees que es normal eso?”, le espeta a Paloma García Pelayo en su docuserie.

Cuando sale la segunda vez la cosa fue muy distinta, ni se vieron, pero fue peor cuando llegó el tercer grado. La artista no la espera porque está en el dentista. Se dirigió a La Pera y allí sólo estaba Fosky, el chofer de la folclórica, la Pantoja ni aparecía. “Sólo salía por las noches”, sentencia.