Los efectos del cambio climático son reales. A pesar de las teorías negacionistas, los datos científicos hablan por sí solos, pero la geografía también. El hombre ha hecho cualquier cosa con la Tierra, pero la naturaleza siempre gana la batalla y ya hay pruebas.
Hace años que se habla de la crecida del mar, de las lluvias torrenciales y los excesos cometidos por el hombre. Prueba de ello es que ayuntamientos como el de Calafell ya han tenido que destruir parte de su paseo marítimo, porque el mar les gana terreno. El Delta del Ebro, en cambio, ya lo vivió antes con uno de sus faros.
Diseño español, origen inglés, estilo francés
La isla de Buda, la única con habitantes en toda Cataluña, tiene campos de arroz y casetas para cultivarlos, vivir y cuidarlos. Lo que ya no tiene es el faro que a finales del siglo XIX la protegieron por las noches. Ahora, yace bajo el mar.
La historia de esta infraestructura parte en 1860, cuando el visionario Lucio del Valle diseño un faro cuya estructura de hierro recuerda a la Torre Eiffel de París. El español ordenó su construcción al artesano inglés John Henderson Porter.
De Inglaterra al Delta
El británico no se desplazó hasta Cataluña para llevar a cabo el encargo. Desde Birmingham empezó a poner en pie una majestuosa estructura metálica, de 55 metros de altura, que luego tuvo que ser trasladada en barco hasta su destino.
El viaje no fue fácil, cruzando el estrecho de Gibraltar desde el puerto de Gloucester, la llegada del faro fue casi un evento a celebrar. Una vez en destino era lugar de levantarlo y ponerlo en marcha.
El faro y sus habitantes
Para garantizar el buen funcionamiento del faro se contaba con tres fareros profesionales y un auxiliar que vivían a los pies de una estructura piramidal. Ellos y sus familias residían en una especie de vivienda que había en la base. Poco a poco, la vida se fue ampliando bajo la luz.
La linterna, que iluminaba la entrada al brazo navegable del Ebro, estaba compuesta por ocho potentes faros, que reflejaban la luz del petróleo. Cada vez que tenían que llegar hasta allí tenían que subir por la escalera de 365 peldaños que había en el interior de la estructura.
Guerra y naturaleza
Pese a todas las historias que alojaba (nacimientos, suicidios, vida familiar…), los republicanos optaron por echarlo abajo en 1938, en plena Guerra Civil, para no ser localizados. Se reconstruyó y sobrevivió como pudo durante la dictadura, pero entonces, fue la naturaleza quien se encargó de acabar con él.
El día de Navidad de 1961, un terrible temporal acabó con él. Sólo dejó unos pilares corroídos y unos cimientos al borde del colapso. Los habitantes de la isla de Buda, en cambio, no se rindieron y en 1962 erigieron otro faro, pero ya de obra.
Bajo el mar
El antiguo faro se dejó morir, en cambio, todavía pueden verse sus restos. No en la isla, sino en lo que queda de ella bajo el mar. Las aguas del Mediterráneo y del Ebro han devorado todo lo que quedaba de él.
A una distancia de 2,5 kilómetros de la actual costa de la isla de Buda, en el fondo del Delta aún queda esa estructura metálica legendaria. Una torre Eiffel que iluminaba una de las zonas más importantes de Cataluña, olvidadas, hundidas. Demostrando que la naturaleza es más fuerte que el hombre. Manque le pese.