La ciudad de Barcelona es un filón para artistas de cualquier disciplina. Ha servido como escenario para numerosas películas y series de televisión, como El maquinista (2004), El reportero (1975) o La Catedral del Mar (2018); como argumento narrativo para escritores como Carlos Ruiz Zafón en su tetralogía de El cementerio de los libros olvidados; o como musa para el pintor barcelonés Joan Miró.
Y es que Barcelona es una ciudad cosmopolita construida a base del legado y la memoria que ha dejado el paso de los siglos. De ahí que pasear por algunos de los barrios y las calles que los dibujan sea una experiencia única en sí misma, aunque haya quien crea que su trazado en algunas zonas responde una inclinación laberíntica por parte del arquitecto.
Barrio histórico
Esto es precisamente lo que ocurre en el Barrio Gótico de la Ciudad Condal, un distrito compuesto por estrechos callejones de origen medieval repleto de bares, restaurantes y pubs que completan la postal que todos los visitantes desean fotografiar. Poniendo el foco en lo evidente, los transeúntes dejan pasar inadvertidas otras joyas que hacen brillar la panorámica general.
Es el caso de una vivienda situada en la calle de Salomó Ben Adret. Es la casa, ahora habitada, más antigua de Barcelona. Se encuentra en el número seis, manteniendo una actitud discreta frente a los miles de turistas que a diario pasan por delante de ella sin prestarle ninguna atención.
Siglo XII
Los registros municipales indican que fue en el siglo XII cuando se convirtió en hogar por primera vez. Desde entonces, aguantó el terremoto del año 1428 que hizo temblar a Barcelona, y del que guarda el recuerdo de una leve inclinación, y resistió los bombardeos aéreos de la aviación italiana durante la Guerra Civil Española (1936/1939).
Una vez acabada la contienda, el número seis de la Calle Salomó Ben Adret se convirtió en una casa de citas. En el año 2000 la casa se renovó de nuevo gracias a un particular que decidió convertirla en un hogar habitable. Es curioso que la vivienda haya permanecido inalterable a todos los cambios que la han rodeado, incluido el del nombre del espacio que le da cabida: hasta hace poco su calle se llamaba Sant Domènec del Call.