Por mucho que se viaje, siempre quedarán rincones del mundo por visitar. Lugares extraordinarios que no aparecen en las guías más populares, pero que conquistan inmediatamente a los que los contemplan con sus ojos.

Una buena selección de estos sitios que pasan más desapercibidos está en el libro Maravillas secretas del mundo: 360 lugares extraordinarios que no sabías que existían. Los expertos de Lonely Planet son los responsables de esta obra, que incluye zonas por descubrir tan increíbles como estas.

Eucaliptos arcoíris en Hawái (Estados Unidos)

La carretera a Hana es una de las rutas más increíbles del planeta, con un arrollador plantel de atracciones, sonidos y colores a medida que la carretera baja zigzagueante hasta el aletargado pueblo en pleno bosque lluvioso de Maui. Quizá lo más extraordinario del recorrido sea el 'bosque pintado' de eucaliptos: árboles que parecen arcoíris congelados, un capricho de la naturaleza.

Estas espectaculares rara avis de la evolución lucen colores rojos, púrpuras y verdes muy intensos gracias al proceso de pelado de corteza que realizan en diferentes épocas del año. Sin embargo, la verdadera belleza de este fenómeno es que el proceso no se detiene, y las manchas cambian constantemente de color creando una arboleda de caleidoscopios vivientes.

Hunga Tonga-Hunga Ha’apai en Tonga

En enero del 2015, la diminuta Hunga Tonga-Hunga Ha’apai expulsó su cabeza desde las entrañas de la Madre Tierra. Este otrora plácido volcán submarino explotó atravesando la superficie del Pacífico con tal bravura que sus columnas de ceniza desviaron los aviones de sus rutas durante días.

Una vez terminado el castillo de fuego, la isla más nueva del mundo tenía 500 metros de longitud y 250 metros de altura, así como un cráter central con un sulfúrico lago de color verde lechoso. Su característica forma de herradura tal vez hizo un debut impresionante, pero su papel sobre la Tierra será reducido. Los científicos sostienen que la isla podría volver al mar en pocos años.

El peñón de Guatapé en Antioquia (Colombia)

Entre las verdes y montañosas inmediaciones de la pequeña localidad de Guatapé sobresale un peñón gigante (198 metros), parcialmente cubierto por vegetación. El monolito, siglos atrás venerado por los tahamíes, lo escaló por primera vez un grupo de amigos en 1954, que tardó cinco días en encajar los tablones para subir en una única hendidura de roca lisa.

Hoy en día se puede subir hasta el mirador del peñón por una escalera de obra de 649 escalones calzada en dicha hendidura. Desde la década de 1970, cuando se anegó la zona, las vistas panorámicas desde la cima (un rosario de lagos e islas) son impresionantes.

Hell en Gran Caimán (Islas Caimán)

Cuando se visita la isla de Gran Caimán, la frase “ir al infierno y volver” adquiere su sentido más literal. En pleno paraíso tropical se esconde Hell, un conjunto de antiguas formaciones de roca caliza en West Bay. Las rocas, afiladas, negras y yermas, evocan el inframundo, aunque también se reservan una faceta más saludable emparejada a ese ambiente espeluznante.

Tienda de regalos de Hell / PIXABAY

Tienda de regalos de Hell / PIXABAY

En rojo intenso se ha pintado la oficina de correos y la tienda de regalos que, además, se han engalanado con un cálido “Welcome to Hell” ("Bienvenido al Infierno"). Se puede entrar en ellas para conocer al ‘Satanás’ residente, quien, de hecho, se llama Ivan Farrington y disfruta haciendo juegos de palabras demoníacos.

Isla de Kubu en Botsuana

Visitar la isla de Kubu es entrar en una dimensión diferente. Se encuentra en un rincón remoto de la red de salares más extraña del mundo, los de Makgadikgadi, en el desierto del Kalahari. Es un mundo mágico de imponentes baobabs y horizontes interminables, un lugar alucinante de extrañas dimensiones y belleza singular. Ahora no hay agua, pero seguramente hace apenas cinco siglos los hipopótamos se bañaban en lo que sería un enorme mar interior (kubu significa “hipopótamo” en setswana, el idioma que se habla en la región).

En un plano más prosaico, se observa que las aves de otro tiempo también dejaron rastro: las manchas blancas sobre las rocas que observan este panorama infinito son guano fosilizado, huellas del paso de las aves que descansaban entre expediciones de pesca en lo que antaño fue realmente una isla. Encontrar estas conexiones tan poco evidentes con un pasado olvidado puede parecer algo fuera de lugar. Pero cuando alguien se sienta con la espalda apoyada en un baobab y contempla la vastedad de un mundo que parece no tener fin, el tiempo se desvanece y se pierde en la eternidad.