Creación

Hermosa Juventud: El fracaso, individual y colectivo, no tiene banda sonora

La película no es un tratado sociológico y sí una especie de continuación juvenil de la vida de aquellos adolescentes de 'Barrio'.

2 junio, 2014 10:40


Título original: Hermosa juventud

Año: 2014
Duración: 100 min.
País: España
Director: Jaime Rosales
Guión: Jaime Rosales
Música: Juan Gómez-Acebo
Fotografía: Pau Esteve Birba
Reparto: Ingrid García Jonsson, Juanma Calderón, Inma Nieto, Fernando Barona, Torbe

Dura, muy dura, dolorosamente dura es Hermosa juventud; dura con todo el exceso con que solo la realidad empírica a la que es argumentalmente archifiel esta película puede golpearnos hasta noquearnos. La película va más allá del documento y de etiquetas como la de cine comprometido, social o algún marbete por el estilo. Hermosa juventud reverdece lo mejor del neorrealismo italiano de posguerra, el de Roma, Città Aperta o el de El ladrón de bicicletas, aunque con los inevitables ingredientes pueriles de la modernidad, los escapismos tecnológicos perfectamente usados en esta película al servicio de elipsis que no alivian, sin embargo, el despiadado metraje de la película, porque visitar el minúsculo zulo de la desesperanza durante una hora y casi tres cuartos es una experiencia difícil de sobrellevar con entereza, ¡Qué angustia se siente al contemplar la vida desde tan reducidísimo espacio como el de las vidas de todos los personajes que aparecen!

A ello contribuye poderosamente una realización a la que podríamos calificar de claustrofóbica, porque las tomas de la cámara, salvo en exteriores, ni siquiera permiten la contemplación de la escena completa, con todos sus personajes, como si los lugares donde habitan no permitieran emplazarlas para ofrecer la amplitud en la que, como resulta evidente, no viven los personajes, como si se hubiera escogido la técnica de los inserts y esos detalles que pasarían desapercibidos en el plano general acabaran convirtiéndose en los planos fundamentales para el montaje.

Se le suma algo que chocará a los espectadores, pero que a mí me parece esencial para construir el mensaje que nos transmite el director: la ausencia total de banda sonora. Ningún subrayado música endulza o acibara la película, lo que permite que sea el espectador quien se enfrente a solas con las propias emociones que la película le genera.

Comencemos por decir que la historia no merece ni de lejos un título que, vista la película, sólo puede entenderse como un sarcasmo, vía antífrasis, que deturpa la objetividad terrible de lo narrado. El título es un chafarrinón que la historia de los dos amantes sin esperanza, en un marco de degradación socioeconómica y emocional, no puede soportar. Si al menos se hubiera recurrido al viejo vate metapense y su Canción de otoño en primavera: Juventud, divino tesoro,/ ya te vas para no volver(…) La vida es dura. Amarga y pesa,/ ¡Ya no hay princesa que cantar!, entonces podría comprenderse lo que ya no sería una antífrasis hiriente, sino la constatación de una realidad trascendida poéticamente.

Sigamos por rendir un tributo de agradecimiento a un director como Jaime Rosales, que no renuncia, a pesar de los pesares, al ejercicio de la libertad realizadora, aun a sabiendas de que, como ya ocurrió con la merecidamente premiada La soledad -¡un prodigio narrativo!- es muy posible que los espectadores acaben llegando a sus películas a remolque de críticas que, como la presente, manifiesten sus entusiasmo, independientemente de los reparos que, como es lógico, puedan ponérsele, aunque no es el caso, desde luego, porque el determinismo social desde el que está concebida la aventura de los jóvenes enamorados es de una contundencia e inexorabilidad atroces.

A la manera stendhaliana de concebir la novela, la cámara de Rosales también es un espejo que se pasea a lo largo del camino de las vidas de estos jóvenes ninis sin futuro, sin esperanza, sin presente, y con un pasado malgastado por la inconsciencia y el abandono de las responsabilidades paterno-maternas.

La película no es un tratado sociológico, por supuesto, y sí una especie de continuación juvenil de la vida de aquellos adolescentes de Barrio, de León de Aranoa, cruzada, ucrónicamente, con Los lunes al sol; de ahí que sea preciso deslindar las responsabilidades de cada cual en cómo se ha escrito el guión de la propia vida, y es en ese punto en el que, como siempre le ocurre al espectador apasionado, echa de menos la información que le permita formarse una idea propia del pasado de los personajes, sin el cual corren el peligro de acartonarse, de recortarse sobre la plantilla del estereotipo, como ocurre en algunos momentos de la película, por más que el estereotipo responda ce por be a la realidad sin apartarse ni un jeme de ella.

Añadamos, porque sin ese trabajo estaríamos hablando posiblemente de una obra bien intencionada pero fallida, que el trabajo de los actores, de Ingrid García y de Juanma Calderón básicamente, aunque estén muy bien secundados por el resto, sobre todo por Inma Nieto, que dota de una verdad inmensa el papel de la madre al borde de la extenuación, es fundamental para el nivel de calidad que consigue la película. Hay conceptos como naturalidad, frescura, desparpajo, atrevimiento, arrojo, espontaneidad, etc., que, casando con el trabajo de ambos, se quedan cortos.

Podríamos decir que hay un trabajo al estilo del Actor’s Studio, el de la modelación del personaje a partir del interior, el famoso método Stanislavski mediante el cual actriz y personaje se funden en un solo ser que transmite al espectador la esencia del mismo, que es lo que consigue Ingrid García con un repertorio de registros que serán adecuadamente premiados con un Goya a la actriz revelación, si no a la actriz protagonista. La actuación de ambos le resulta familiar al crítico, porque reconoce en ella la huella de un director en el que a buen seguro habrá aprendido Rosales no poco de su excelente capacidad narrativa. Eric Rohmer. Tuve la intuición, antes de entrar, y sin saber nada de la película, que sería una obra rohmeriana, y, al salir, pensé que, sin serlo, había no pocas reminiscencias del director francés en la obra de Rosales

Y acabemos con una reflexión de corte político, porque lo exige el guión…: lo que Hermosa juventud nos muestra no es solo el fracaso de unas vidas, sino también el fracaso de un sistema, y en eso sí que tienen responsabilidad tanto los políticos que gobiernan como los que se les oponen. Hasta cierto punto, incluso, admite la película una lectura en clave secesionista, porque el nuevo estado catalán que nos proponen los aprendices de brujo, tiene mucho que ver con la incapacidad de esos dos jóvenes para abandonar la inacción de los sueños juveniles y pasar a la acción devastadora de la asunción del principio de realidad, esto es, que no hay más responsable de la vida de cada cual que uno mismo, que cada uno escribe el guión de su propia vida, que los sueños sueños son y que uno ha de ganarse el pan nuestro de cada día con el sudor de su frente.

Del mismo modo que el protagonista fía su futuro al albur de una indemnización que no acaba de llegar, tras lo cual parece haber acabado el repertorio de iniciativas que lo saquen de la indigencia económica –porque de la cultural es ya imposible pensar que ello ocurra–; los secesionistas fían su futuro al albur de una ilegalidad que no se producirá, con el consiguiente abatimiento y aun desesperación posteriores. Sí, Hermosa juventud es, también, una película política, en su sentido primigenio, que habla de la polis y de lo que ocurre en ella. No tanto de denuncia cuanto de pie forzado para iniciar una reflexión sobre el modelo de sociedad que estamos construyendo, de cuya vertiente más negativa, por desesperanzada, nos habla esta película de Jaime Rosales.