Entoldado, 1917

Entoldado, 1917 Joaquín Torres-García

Creación

Joaquín Torres-García, el artista que se formó en Cataluña

La Sala Parés conmemora el 150º aniversario del nacimiento del artista uruguayo con una exposición de 120 obras en la salas de su galería, donde expuso por primera vez

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“Voy a meter toda mi pintura en los juguetes”, escribió Joaquín Torres-García en su diario personal, en 1922. Por aquel entonces, el reconocido artista uruguayo llevaba ya treinta y un años viviendo en Cataluña, lugar donde desarrollaría su carrera como pintor y lograría consolidarse como una de las figuras principales del vanguardismo europeo, con un estilo personal y único.

“Un verdadero artista no ve el objeto en su significado ordinario, porque para él es pura forma, es decir, objeto de contemplación y no de utilidad [...] Él ve en el color y en la forma la expresión de esa idea”, escribió.

Tanto los robustos juguetes de madera realizados entre 1917 y 1919 en la carpintería del Juguete Desmontable de Barcelona, como los óleos de estética clásica vinculada al Noucentisme o las composiciones de carácter constructivista realizadas durante sus breves periplos en París y Nueva York son algunas de las obras que pueden verse en la exposición TORRES-GARCÍA. Entre el Noucentisme y las vanguardias (1891-1934), una muestra de gran formato organizada por la Sala Parés de Barcelona en colaboración con la Generalitat de Catalunya y el Museo Torres García de Montevideo en motivo del 150 aniversario del artista.

Calle de Barcelona, 1917 (Escena callejera)

Calle de Barcelona, 1917 (Escena callejera) Joaquín Torres-García

La exposición, que podrá visitarse hasta el próximo 1 de febrero, pretende recuperar el vínculo que el artista uruguayo tuvo con la prestigiosa galería de la calle Petritxol en los inicios de su carrera y repasa algunos de los años más prolíficos del artista desde su llegada a Mataró, ciudad de origen de su padre, en 1891, cuando tenía apenas 16 años.

Allí empezó a formarse artísticamente, frecuentando la Escuela Municipal de Artes y Oficios de Mataró, para después trasladarse a Barcelona, donde pasó por la Escuela Oficial de Bellas Artes, la Academia Baixas y el Cercle Artístic de Sant Lluc. Pero a Torres-García lo que le interesaba era el arte moderno, no el estilo académico, y eso le empujó a frecuentar el ambiente modernista de Els Quatre Gats, así como participar en las escapadas para pintar à plein air junto a sus compañeros de escuela, Joaquim Mir, Joaquim Sunyer, Ricard Canals e Isidre Nonell, entre otros, o más tarde abrazar las ideas del Noucentisme impulsadas por Eugeni d’Ors y ponerse al sevicio del ideal de una Cataluña universal.

“En la exposición se entrecruza la producción de Torres-García de estas cuatro décadas, clave en la comprensión de su evolución, así como en la gestación del arte constructivo”, escribe Sergio Fuentes Milà, doctor en Historia del Arte y subdirector de la Sala Parés, la galería donde el artista expuso su obra por primera vez, en marzo de 1897.

Escena campesina

Escena campesina Joaquín Torres-García

Torres-García participó entonces en una muestra colectiva junto con artistas del Cercle Artístic de Sant Lluc que serviría como punto de partida para una relación de cierta recurrencia con la galería barcelonesa. Una de las muestras más destacadas fue la celebrada en abril de 1905, titulada por el crítico Raimon Casellas como “Joves a Can Parés”. En esta exposición, Torres-García presentó una serie de pinturas que fueron definidas como composiciones de carácter simbolista que empleaban la obra del pintor francés Puvis de Chavannes como modelo. A pesar de tratarse de una muestra colectiva, en la que también se expuso a Xavier Nogués, Marià Pidelaserra y Pere Ysern Alié, la obra de Torres-García fue la más comentada, ya que revelaban una visión renovada e idealizada del mundo clásico.

“En Cataluña es donde decide firmemente su vocación: “ser pintor”. Su tesón y genialidad lo llevan a ser el pintor clave del Noucentisme, movimiento artístico e intelectual del que no sólo participa con su obra.

Torres-García también se revela como un pensador, con sus tempranos escritos y pensamientos sobre arte y ejerciendo la docencia, formando parte activa del debate artístico, intelectual y cultural de la época”, explica en el prólogo del catálogo Jimena Perera Díaz, Vicepresidenta de la Fundación Torres García y bisnieta del artista.

Del Noucentisme a las vanguardias

La exposición, organizada de forma cronológica, repasa cuatro décadas primordiales en la creación artística de Joaquín Torres-García, desde su llegada a Cataluña en 1891, y hasta el inicio de la década de los años treinta cuando vuelve a Montevideo.

Durante este periodo, Torres-García evoluciona de una temprana obra ecléctica en la cual combina apuntes de carácter académico con otros de influencia modernista, a la amplia producción noucentista que tiene como colofón la decoración del Saló de Sant Jordi del Palau de la Generalitat de Catalunya, encargo de Enric Prat de la Riba, presidente de la Mancomunitat de Catalunya.

En la muestra se pueden ver los esbozos preparatorios de tres de los frescos del Palau de la Generalitat: “La Catalunya eterna”, “La bòbila”, y “La Catalunya industrial”, cedidos por la Generalitat de Catalunya, así como otros dibujos preparatorios de otros murales noucentistes como los de la Casa Badiella (1917) o de Mon Repòs de Terrassa (1914), la mansión donde se instaló a vivir junto a su esposa, la barcelonesa Manolita Piña, y que se encargó él mismo de decorar con murales.

Figuras clásicas, 1922

Figuras clásicas, 1922 Joaquín Torres-García

En 1920, Torres-García inició un periplo por Nueva York, París y Madrid, entre otras ciudades. En este momento, su obra se vuelve más dinámica y experimenta un cambio cromático, fruto de su vinculación con artistas de vanguardia y del dinamismo de las ciudades. Este periodo culminará con el desarrollo más importante de su legado artístico por el arte moderno del siglo XX, el constructivismo.

“El joven Torres García es un pintor que explora, que prueba, que estudia, pero que, sobre todo, es capaz de construir un arte personal cuya finalidad es la de conectar con el orden esencial desde la percepción y plasmar dicho orden mediante una propuesta artística propia”, añade Fuentes Milà, citando afirmaciones del propio artista en sus Notes d’art (1913): “En toda obra de arte superior, la idea de cada objeto, más que su realidad o particularismo, es lo esencial… Él ve, en el color y en la forma, la expresión de aquella idea”.

Esta misma idea vertebra de manera más evidente su propuesta artística desde 1917, año en que abandona la estética clásica vinculada al Noucentisme y conecta con la vanguardia. “Tanto los juguetes producidos entre 1917 y 1919 como la aparición de retículas irregulares en algunas de sus obras o también las conexiones con planteamientos futuristas, se erigen como un portal hacia el arte constructivo que más adelante codificará”, añade.

Sirena, c.1898-1900

Sirena, c.1898-1900 Joaquín Torres-García

Igualmente, la fascinación por la ciudad moderna por parte de Torres-García también está ampliamente representada en la exposición, con composiciones ya plenamente modernas que, pese a los temas, albergan ese sentido profundo más allá de lo formal. Estas obras corresponden tanto al último momento de Barcelona como a los breves pero significativos períodos vividos en Nueva York (1920-1922) y París (1926-1932).

“A finales de los años veinte es cuando Torres-García, una vez superada la fase de asimilación de las propuestas de vanguardia con las que entra en contacto en París, consigue, por fin, crear un lenguaje plástico original que, además, estaba en consonancia con sus propios preceptos teóricos: el arte constructivo universal”, escribe la Dra. Michela Rosso, especialista en la obra de Torres-García y autora del catálogo de la exposición.

“Este lenguaje es la aportación más significativa de Torres-García a las vanguardias del siglo XX. No obstante, este artista inquieto, siempre insatisfecho, no dejará nunca de cuestionarse nunca los hallazgos realizados y continuará buscando nuevas soluciones plásticas —muy a menudo con el objetivo de integrar sus 'tentaciones de pintor'; a la pintura constructiva— también durante su época época madrileña (1932-1934) e, incluso, en la última etapa de su periplo vital y artístico, a la vuelta a su Montevideo natal”, concluye Rosso.