Concluida la semana orgiástica que nos auguró Montull, las aguas han vuelto a su cauce describiendo plácidos meandros que han reducido la expectación a la mínima expresión. Los plumillas asistentes a la sala de vistas podían contarse con los dedos de una mano. Estas son las jornadas que crean afición y provocan callo. Las figuras de relumbrón, los expertos sobre el tema que salen en TV3, los hijos de su señor padre, los ganadores de premios literarios y los lectores de pregones de fiesta mayor causan baja por motivos obvios. Esperan las llegadas de las aguas turbulentas que permiten mayor lucimiento mientras otras causas judiciales nos descabalgan del candelabro de la actualidad.
Los currantes a pie de obra nos hemos tenido que contentar con descubrir que, en contra de lo que muchos creen, la gente en el fondo es buena. Solo así se explica que una empresa dedicada a transmitir propaganda electoral, que tenía más departamentos que una multinacional y que eran estancos cerrados a cal y canto, en que nadie sabía lo que pasaba en la mesa al lado, y en donde el jefe de almacén era el administrador, hiciera un donativo que ya recuperaría en las siguientes campañas, a petición de un comercial, trabajando a precio de coste. No era para los refugiados de la guerra de Siria o para las víctimas de la hambruna en el África subsahariana, ni para ninguna ONG. Era para Convergència.
Le ha llegado el turno al señor Bergós, a quien se podría aplicar aquella máxima de Kant, según la cual, el señor Bergós que ustedes están viendo no es el señor Bergós que ustedes están viendo sino el señor Bergós que ustedes creen estar viendo. Porque, tras su declaración y la de sus empleados, uno sacaba la conclusión de que estaba ante una simple gestoría de tres al cuarto, muy de medio pelo, que tenía una idea vagamente remota de lo que sucedía en el Palau, un cliente del montón.
Pese a ser uno de los mayores expertos en fundaciones, Bergós, secretario del Palau, asegura que no se enteró de ninguna de las innumerables irregularidades que se hicieron delante de sus narices
Él no era el abogado de Millet y, sin embargo, en ocasiones, desayunaban juntos en el domicilio del primero, según rezan las agendas de Montull, quien tronaba a los empleados de Bergós: "No quiero saber los problemas, quiero saber las soluciones". Por ejemplo, ante la visita de los inspectores, antiguos empleados narran cómo "lo teníamos todo mezclado: consorcio, fundación... montamos un despacho como si solo fuera de la fundación, así Hacienda no podía ver que lo teníamos todo mezclado". Se alteraron los estatutos para que Millet y Montull pudieran recibir sus bonus, se cobraba dos veces la devolución del IVA, se hacían convenios con la fundación de Àngel Colom a posteriori, se presentaban facturas falsas, etc. Todo ello sin que, claro está, el señor Bergós se enterase de nada.
¿Pero quién era el señor Bergós? Casi nadie. Estaba reconocido como uno de los mayores expertos en fundaciones, era precisamente secretario de la Coordinadora Catalana de Fundaciones. Entre su distinguida clientela figuraba la Fundació Joan Miró, la Fundació Tàpies, la Fundació Abadia de Montserrat, Tribuna Barcelona, la Orquesta Sinfónica del Vallès y el Concurso Internacional de Canto Francesc Viñas. Además de secretario de la Fundación del Palau, Bergós lo era también de la Fundació del Barça. Fue uno de los expertos consultados por la Consejería de Justicia sobre la Ley de Fundaciones aprobada en 2007. La Consejería de Cultura le encargó un informe sobre las buenas prácticas asociado al estatuto del artista.
Algunos no se explican, todavía, cómo pudo pasar.