Las bodegas de Codorníu / RAVENTÓS CODORNÍU

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Business

El dueño de Codorníu, dinamitado por un choque generacional

El fondo estadounidense Carlyle busca primer ejecutivo tras la batalla por el modelo de gestión entre los fundadores y el anterior consejero delegado, que terminó con su marcha

1 octubre, 2022 18:27

Carlyle, uno de los mayores fondos de EEUU y principal accionista de Codorníu, atraviesa un periodo de crisis que ha dejado con la boca abierta a mucho en la industria de la inversión. Sobre todo, a raíz de la precipitada salida el pasado mes de agosto del que había sido su consejero delegado desde 2017, Kewsong Lee, a causa de desavenencias con los fundadores de la firma.

Ahora son ellos, William Conway, David Rubenstein and Daniel D’Aniello, los encargados de volver a tomar las riendas del fondo, cuya batalla interna le está pasado factura en bolsa de forma notable. 

Estrategia conservadora

Hace cinco años, su decisión de dar un paso atrás y confiar los mandos ejecutivos de la compañía a Lee fue un hito que el mercado no esperaba pero que acogió con optimismo. El ejecutivo, nacido en EEUU pero de orígenes surcoreanos, se había incorporado en 2013 a Carlyle y, en aquel momento, ocupaba el influyente cargo de director de inversiones.

Su estilo al frente de la firma difería en gran medida del que los fundadores y principales accionistas habían llevado hasta la fecha, con una estrategia muy conservadora, casi propia de los grandes fondos de pensiones estadounidenses de los que dependen los ahorros de toda la vida de colectivos como profesores, bomberos, policías, trabajadores del sector sanitario e, incluso, viudas. 

Llegan los resultados

Lee llegaba para cambiar la cara a Carlyle, hacer que definitivamente atravesara el umbral del siglo XX y se adentrara en el XXI. Dinamizó y diversificó las inversiones, se introdujo en sectores alejados del mero “corte de cupón”, como aquella industria de armamento en la que el primer Carlyle había basado su estrategia.

Los resultados no tardaron en llegar, en pleno boom de la industria de la inversión tras la pasada crisis financiera, tanto en lo tocante a beneficios como en el volumen de activos bajo gestión. 

Desconfianza

No obstante, en el sector siempre existió una cierta sensación de que los fundadores no terminaban de fiarse de Lee. Una de los síntomas es que Conway, Rubenstein y D’Aniello permanecieron en el consejo de administración, en el que estaban rodeados de personas de su confianza y con una gran influencia en la esfera política. 

En ese plano, Carlyle siempre destacó por encima del resto y presumía de haber tenido en su nómina de colaboradores a personajes como el expresidente norteamericano George W.Bush, el exprimer ministro británico John Major (el inmediato sucesor de Margaret Thatcher) y el exsecretario de Estado James Baker.

Lee se queda solo

En este sentido, otro de los síntomas de que Lee estaba bajo control fue la decisión de los fundadores de que compartiera el cargo de consejero delegado con Glenn Youngkin, que acumulaba más de 20 años en el fondo y que pertenecía a esa vieja escuela de los fundadores, que incluía su buena dosis de contactos políticos. 

Tanto era así que en 2020 Youngkin dio el salto a este ámbito, con importantes apoyos del Partido Republicano, entre ellos el del senador Ted Cruz. Presentó su candidatura para ser el gobernador de Virginia y las urnas le respaldaron.

Críticas de accionistas

Lee continuó en solitario pero las críticas arreciaron, especialmente por parte de los accionistas, que echaban de manos aquella gestión que se preocupaba menos por el crecimiento y más por asegurar los dividendos.

Ante los buenos resultados que presentaba la gestión de Lee, contraponían que las cifras eran buenas pero netamente inferiores a las de otros gigantes de la industria como Blackstone o KKR, tanto en lo referido a la cuenta de resultados como a su trayectoria en bolsa. 

Cambios

El consejero delegado contaba con apoyos en Carlyle, que apreciaban el giro de modernidad que la había dado al fondo, ampliando el organigrama, con más departamentos que, a su vez, servían para dar oportunidades a los empleados que más crecían y también para dar mayor visibilidad a las mujeres y los trabajadores que pertenecían a minorías étnicas, que nunca hasta la fecha habían logrado asomar la cabeza.

Con un clima de tensión entre apasionados defensores y furibundos detractores, el malestar de Lee fue en aumento cuando trascendió a Rubenstein estaba trabajando con inversiones por su cuenta a través de su family-office, lo que fue interpretado como un síntoma de desconfianza y también como una señal de que no estaba del todo comprometido con la empresa. 

El detonante

A comienzos de junio, y en presencia de numerosos ejecutivos del fondo, Lee intervino en un acto organizado por una escuela de negocios en la que se había formado una de las gestoras de Carlyle. Ni corto ni perezoso, el consejero delegado realizó una comparativa entre la forma de gestionar de antaño y la actual, bajo su dirección, con numerosas críticas hacia la primera. Y lamentó que el fondo hubiera estado tanto tiempo bajo un esquema que había lastrado su desarrollo. 

Aquello cayó como una bomba entre los miembros de la vieja guardia, que vieron colmada su paciencia. Pocos días después, los fundadores se reunieron con Lee y le comunicaron que habían decidido ser más activos en la gestión, algo que fue considerado como inaceptable por el ejecutivo.

Propuesta inaceptable

Ante esta situación, y a la vista de que su contrato estaba próximo a finalizar, Lee se plantó ante los accionistas con una petición para renovar de 300 millones de dólares en un contrato multinanual que le situaría a la cabeza de la industria. La negativa del consejo fue el paso previo a su salida. 

Desde entonces, una firma de cazatalentos trabaja en encontrar al nuevo consejero delegado de Carlyle. Entretanto, la vieja guardia ha recuperado el control de la gestión.