Los puertos, testigos de excepción de la sobredemanda que ahoga el comercio mundial  / CG

Los puertos, testigos de excepción de la sobredemanda que ahoga el comercio mundial / CG

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La deslocalización y el cambio climático agravan la crisis de sobredemanda

Factores que están en la primera línea del proceso productivo han complicado un ya de por sí enrevesado escenario, más propio de periodos posteriores a catástrofes naturales

28 noviembre, 2021 00:00

Los ciudadanos no encuentran los productos que desean en los puntos de distribución habituales. Ni tampoco vía online. Las fábricas paran su actividad por la falta de piezas para ensamblar maquinaria. Los cargueros guardan colas de hasta tres semanas para acceder a los puertos. No falta dinero, que además sigue más barato que nunca, pero algunos sectores bordean el colapso. Bienvenidos a una de la crisis más difíciles de atajar: la de exceso de demanda.

La que actualmente se vive en el contexto del comercio global es consecuencia directa del coronavirus y, en tanto ha sido este un fenómeno inédito en los últimos 100 años, así también lo está siendo lo que sucede a continuación. Sin embargo, en este caso se dan circunstancias que lo agravan, derivas y procesos con los que nunca se había combinado.

Propia de desastres naturales

En esencia, se trata de una situación en la que la producción de bienes y servicios es incapaz de satisfacer la creciente demanda que se origina. Dicho de otro modo, se fabrica a menor ritmo del que se consume o se pretende consumir, con el agotamiento de los stocks como primera consecuencia y las incómodas esperas para obtener lo que hasta ahora bastaba con pedir como primera derivada.

Se trata de un modelo de crisis que se ha asociado de forma tradicional a algún tipo de desastre climatológico, a la devastación de una zona determinada de un territorio. Una circunstancia que ha complicado elementos como los transportes, las infraestructuras y la logística y que al incidir de forma más notable en el lado de la oferta, provoca un claro desequilibrio con la demanda.

Un complicado reinicio

En el caso de lo que el comercio mundial vive actualmente, la situación sería equivalente a que el cataclismo medioambiental se hubiera producido prácticamente en todas las zonas del planeta al mismo tiempo. Y con el agravante de un mundo en sus cotas más altas de interconexión y, por lo tanto, dependencia.

Los expertos señalan la confluencia de dos factores como génesis de la actual situación. Por un lado, los periodos de paralización de la actividad que se dieron progresivamente en las diferentes zonas del planeta, según se extendía el Covid-19. Las diferentes olas del virus detuvieron por completo muchas cadenas de producción, cuya reanudación siempre resulta complicada.

El ahorro de las familias

Por el otro, los consumidores han permanecido durante un largo tiempo recluidos en sus casas o bien con notables limitaciones a la hora de adquirir bienes y servicios que, de repente, dejaron de estar a su disposición para ser comprados.

A falta de una alternativa, y también movidos por la incertidumbre generada por la crisis y el desenlace incierto de la pandemia, el ahorro ha sido la tónica general entre los hogares de todo el mundo. Especialmente en Occidente, el lado más consumista del globo.

Oferta y demanda, a ritmos diferentes

A medida que la pandemia ha ido remitiendo y se han recuperado ciertas cotas de normalidad, el arranque de las cadenas de producción y el “desagüe” de ese ahorro embalsado no se ha producido al mismo ritmo. Oferta y demanda se han desacompasado de una forma notable.

Pero los analistas mencionan dos elementos novedosos que han provocado que este fenómeno haya llegado de forma corregida y aumentada y que no estaban presentes, al menos de forma tan pronunciada, en otras crisis similares: la deslocalización de la producción y el proceso de transición energética como consecuencia de la lucha contra el cambio climático.

El ejemplo del material sanitario

El primero de ellos dejó, por desgracia, un dramático ejemplo al inicio de la pandemia al respecto del material sanitario. Gran parte de los países europeos se vieron obligados a importar respiradores y elementos más básicos como equipos de protección individual (EPI), batas, mascarillas y guantes de China.

Hace tiempo que la producción de este tipo de bienes, entre otros muchos, se derivó a los países emergentes, en especial del sudeste asiático, por motivos de ahorro de costes. Plantas de fabricación, materiales, mano de obra, todo mucho más barato… pero también mucho más lejos y menos accesible.

Los semiconductores como paradigma

La urgencia a la hora de disponer de estos productos, claves en aquellos momentos para salvar vidas que se perdían por millares cada día, disparó los precios y provocó retrasos en su llegada debido al aluvión de pedidos y las dificultades logísticas que entrañaba transportarlos con la mayor celeridad posible.

Con menor urgencia y, en este caso, sin vidas humanas en juego, la situación se ha repetido con otros tipos de materiales. Entre ellos, el caso más llamativo ha sido el de los semiconductores, que se fabrican casi en exclusiva en el continente asiático por el fenómeno de la deslocalización.

El transporte se complica

Así, en la vieja Europa apenas hay plantas de producción de esta clase de elementos que cada vez incorporan más productos. Y las que hay son por completo insuficientes para abastecer una demanda incluso convencional.

Con el establecimiento de la producción a unos cuantos miles de kilómetros los costes se reducen, pero el transporte se complica. En circunstancias normales el efecto es apenas perceptible. Pero cuando se acumulan los pedidos, aquellos miles de kilómetros se convierten en obstáculos difíciles de superar.

Las piezas ya no llegan de Alemania

La célebre frase tan pronunciada en su día en talleres de diverso tipo de “esto tardará un poco porque la pieza viene de Alemania” ha quedado hace tiempo obsoleta. Donde antes se decía Alemania ahora debe decirse China, Taiwán, Corea, Vietnam… porque las empresas alemanas también hace mucho que movieron sus centros de producción en busca del manido ahorro de costes.

Por su parte, la transición energética hacia las fuentes bajas en emisiones de gases contaminantes ha alterado también el modelo productivo al elevar de forma notable los costes. Los precios de la electricidad y del gas se han disparado en Europa, lo que ha encarecido aún más los procesos de fabricación.

Un laberinto de difícil salida

Contribuye también a la inflación la demanda disparada y el hecho de que el atasco comercial lleva a determinadas industrias como la del automóvil a subir los precios para compensar la caída de las ventas. Todo ello, otra derivada de los retrasos en la producción.

La salida de este laberinto requiere tiempo, el necesario para que el mercado sea capaz de digerir lo que se le ha venido encima. Conforme se vaya dando salida a los productos demandados, los cuellos de botella se despejarán y la situación volverá a la normalidad. Pero no hay demasiadas recetas para aplicar, ni tampoco plazos definidos, lo que da como resultado una etapa de incertidumbre que suele tener como consecuencia un descenso de las inversiones.