El economista y ensayista Daron Acemoglu participa en las jornadas del Círculo de Economía / CG

El economista y ensayista Daron Acemoglu participa en las jornadas del Círculo de Economía / CG

Business

Acemoglu reclama que la tecnología sea inclusiva y frene la destrucción de empleos

El autor de Por qué fracasan los países señala en el Círculo de Economía que los poderes públicos y las empresas deben saber cómo utilizar la tecnología o la inteligencia artificial

17 junio, 2021 17:24

El futuro no está escrito. La utilización masiva de alta tecnología y de la inteligencia artificial puede destruir miles de empleos, para que la economía sea mucho más productiva. Pero, ¿qué consecuencias sociales tendrá? Se lo ha preguntado Daron Acemoglu, economista del Massachusetts Institute of Technology (MIT), autor de una obra de referencia en los últimos años, Por qué fracasan los países. Acemoglu, en una intervención telemática, en el Círculo de Economía, ha pedido que se busque una salida humanista e "inclusiva" ante ese avance de la tecnología, y que sea el poder público y las propias empresas las que sean conscientes de lo que puede provocar. “La tecnología no tiene por qué destruir empleos, sino que puede generar más empleos de calidad y para más gente”, ha señalado.

La idea de que ocurrirá como en el pasado, cuando los avances tecnológicos dejaban atrás empleos para crear muchos más y de mayor valor añadido, --lo que el economista Schumpeter consideraba como la ‘destrucción creativa’—podría ser ahora muy diferente. Acemoglu, en un debate junto a Cani Fernández, presidenta de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, moderado por el economista Xavier Vives, asesor de la Junta Directiva del Círculo de Economía, considera que la economía “es mucho más productiva, desde las últimas décadas, pero con un coste social alto".

Economía más productiva, pero con menos demanda

Ya no será como en anteriores experiencias, se considera. Pero ese “no será”, dependerá, en gran medida, “de cómo se utilice la tecnología, porque no hay un único camino”, ha insistido Acemoglu, que ha admitido, también, la dificultad para que las grandes corporaciones tecnológicas dejen de monopolizar los mercados, a pesar de los distintos intentos legislativos, en Estados Unidos y en Europa, para limitar su poder.

Cani Fernández, presidenta de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, en el encuentro anual del Círculo de Economía / CG

Cani Fernández, presidenta de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, en el encuentro anual del Círculo de Economía / CG

Para Acemoglu lo que se gana, por parte de las empresas, con una mayor productividad, es, en realidad, contraproducente, porque la demanda se reduce, y esas grandes empresas tendrán más dificultades para mantener sus cuotas de mercado. Y, en paralelo, el impacto social es enorme. “Se promueve un tipo equivocado de inteligencia artificial”, sostiene, con la idea de que podría aplicarse de forma muy distinta, con una atención personalizada en ámbitos como la educación o la sanidad, que crearía puestos de trabajo de calidad.

Menos regulación, pero mejor

Cani Fernández se ha referido a la regulación, un ámbito en el que los principales economistas que se centran en el proceso de la globalización discuten con intensidad. ¿Regular más? No exactamente. Para la presidenta de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, “en la Unión Europa se regula mucho, tal vez demasiado, y lo que se necesita es regular muy bien en unos ámbitos muy concretos. Regular menos y mejor, es lo que necesitamos”, una posición que ha defendido Acemoglu.

El autor de Por qué fracasan los países defiende que son las instituciones las que aseguran el buen funcionamiento de una economía, y que España ha demostrado, desde la transición, que ha sabido transformarse gracias a instituciones democráticas fuertes y sólidas. Esa es la característica más preciada para un país, a su juicio, con el propósito de garantizar un crecimiento económico que sea inclusivo, y lejos de un modelo “extractivo” por parte de las elites, que es lo que prima en todos aquellos países “fracasados”, o que tienen enormes dificultades, con el paso de los años, para garantizar la igualdad de sus ciudadanos.