Zona Franca

Vueling o cuando da miedo volar

21 junio, 2016 00:00

Es un caso de éxito del que resulta posible enfermar. Vueling, la compañía que se inventó Álex Cruz de la fusión de Clickair y de la aerolínea que le da nombre, hizo posible que Barcelona tuviera algo parecido a una compañía de bandera. Dicho en modo entendible: alguien que pensara en El Prat como algo más que una base de operaciones convencional.

Pero Iberia, primero, e IAG, después, se dieron cuenta pronto de que el invento de Cruz tenía una enorme profundidad empresarial y se quedaron con la aerolínea y con el ejecutivo que la hizo posible justo después. Josep Piqué la presidió un tiempo, pero fue un florero de manera fundamental.

Vueling se ha convertido en lo que fue Iberia, pero más eficaz, con mayor competitividad y ganando dinero sin tener que recurrir al billete business o al first class de la aviación tradicional. La filial de IAG une ciudades con una buena periodicidad y con un servicio agradable en un inicio.

Hago la distinción del inicio porque desde hace ya muchos meses Vueling es una empresa que pasa de sus clientes (pasajeros) casi tanto como de sus empleados. Hubo un tiempo en que el viajar con ellos fue un símbolo distintivo por el tipo de rutas que operaban, pero también por las características del personal y de los sistemas de embarque y la modernidad de sus aeronaves.

Todo se ha ido al traste en busca de beneficio. La distancia entre asientos hace casi imposible resistir un viaje de más de una hora en el avión, salvo que uno quiera acabar con algún miembro lesionado. Hoy revelamos en Crónica Global la verdadera razón por la que la dirección prescindió de una profesional de la casa, que no quiso avalar un estresante sistema de programación de vuelos.

Las cosas andan revueltas en Vueling. Cada vez es más frecuente que sus aviones sufran retrasos, los sistemas de información al pasajero son más cicateros y, encima, nos acongojan con estos problemas internos que nacen de un debate cierto sobre si pilotos y otros tripulantes vuelan demasiadas horas.

Dirán lo que quieran, pero hay compañías con las que no da miedo volar y otras con las que empiezan a temblar las piernas antes de que resulte imposible encajarlas entre los asientos.