Ver el rostro mutante del comisario jubilado José Villarejo en la larga entrevista que Jordi Évole le realizó el domingo fue tan alucinógeno como escuchar su relato. El discurso del policía fue inconexo, generó dudas sobre su veracidad y sólo sirvió para conocer que las cloacas del Estado están habitadas por una fauna más propia del siglo pasado que de los tiempos actuales. Eso sí, están ocupadas, hay vida ahí dentro.

El ventilador del cordobés no dejó títere con cabeza. Fue una muestra de que los flujos de información que han pasado por sus manos durante años ponen en riesgo a muchos de los que en la política o en las instituciones del Estado viven próximos o en el propio poder. Villarejo es una versión real del policía Torrente que se ha paseado por las pantallas cinematográficas en los últimos años. El personaje real del policía patriótico y libre de complejos supera al que Santiago Segura dibujó para el cine.

Quien debe estar aún conmocionado es el responsable del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), el general Félix Sánchez Roldán. Villarejo lo ha puesto en su punto de mira porque, según explica, es el responsable de todos los males propios y ajenos. El militar sólo tiene dos salidas: o lo cruje ante los juzgados por mentiroso o dimite de manera fulgurante. Las acusaciones del policía retirado al jefe del espionaje español son tan categóricas y graves que impiden respuestas con medias tintas.

El Torrente que conocimos la noche del domingo, con sus imperfecciones, ridículos razonamientos y peligrosas amenazas larvadas fue, paradójicamente, el hombre que puso en marcha una maquinaria que ha permitido aflorar algunas verdades junto a no pocas mentiras

Sorprendió, mucho, comprobar algunos titubeos del expresidente de la Generalitat Artur Mas cuando respondía algunas preguntas. Su credibilidad y su reputación política hace tiempo que están en entredicho, pero si su asistencia al programa de La Sexta tenía por objeto subsanar esos defectos no lo consiguió. Es más, hoy seguro que son muchos más los catalanes que no creen en las excusas dubitativas y en el lenguaje de temor gestual de Mas ante las cámaras.

Villarejo tendrá todas las carencias y déficits que puedan atribuírsele. Sin embargo, el papel entre zafio y ramplón del policía ingobernable es también el del hombre que logró mover el árbol y que cayeran algunos frutos y no pocas ramas. Ni políticos, ni periodistas, ni fiscales, ni tampoco jueces lo lograron antes. Si en Cataluña hoy se juzgan casos de corrupción vinculados a la obra pública, se lleva ante los tribunales el hecho de que su presidente durante décadas fuese un defraudador fiscal y que CDC usara todo tipo de artimañas ilegales para financiarse, todo eso no ha sucedido por casualidad.

El Torrente que conocimos la noche del domingo, con sus imperfecciones, ridículos razonamientos y peligrosas amenazas larvadas fue, paradójicamente, el hombre que puso en marcha una maquinaria que ha permitido aflorar algunas verdades junto a no pocas mentiras. Con Villarejo, seguramente, empezó todo. Los nacionalistas dicen que él y otros pusieron en marcha la operación Cataluña con la aquiescencia de los gobernantes. Puede que tengan razón. Y que también resulte igual de cierto el hecho de que una buena parte de la escalada política independentista tuviera en su génesis la voluntad de esconder y minimizar lo que los policías descontrolados empezaban a poner sobre la mesa y era pestilente. Interpretemos como queramos, con apriorismo ideológico o sentimental, pero los hechos son tozudos e indiscutibles.