La mentira más común, decía Nietzsche, es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. El resto no deja de ser un defecto relativamente vano. Así sucede con los líderes actuales del Govern de la Generalitat y los promotores del referéndum secesionista que no se celebrará de acuerdo con el calendario y la previsión que han anunciado. Pero ahí siguen, atrincherados en un discurso y una escenificación que tiene a la sociedad catalana perpleja sobre cuál será su futuro inmediato.

En la escalada irreal de esa teatralización de los últimos años, el presidente Carles Puigdemont se deja entrevistar por una televisión internacional y lanza tres posibles preguntas a formular en el referéndum-quimera de marras. Han sido tres, pero podrían ser más, viene a decir. Si el Gobierno de España fuera más comprensivo le dejaría incluir una interrogación a los votantes catalanes, añade sin pestañear. Parece que le aflora su antigua condición de periodista.

La última información que nos ofrecen nuestros gobernantes sigue el relato de los preparativos de una consulta que no llegará a producirse. Será otra cosa, seguro: tendrá una validez legal nula; ni siquiera se instalarán urnas; las votaciones serán a mano alzada... cualquier cosa menos el producto que se nos vende con machacona pretensión de eficacia y edificando realidades paralelas.

La política se ha sumergido en Cataluña por unos senderos de irrealidad que hacen cada vez más incomprensible una situación ya de por sí poliédrica. Quienes gobiernan avanzan hacia el borde de un acantilado en el que desconocen si podrán desandar sus pasos o se verán obligados a proseguir hasta el límite y saltar al vacío con enorme riesgo para su futuro. Si no hay ninguna garantía mínima ni el menor esbozo de poder avanzar con sus pretensiones soberanistas en este momento de la historia, ¿qué sentido tiene, qué utilidad política supone mantenerse en el sostenella y no enmendalla?

Los independentistas más pragmáticos y posibilistas ven con sorpresa cómo avanza la mentira del referéndum hacia ninguna parte

Incluso los posibilistas del independentismo (algunos de ellos, soberanistas desde el minuto cero y no sobrevenidos como otros nuevos en la plaza) ven con sorpresa cómo avanza la mentira hacia ninguna parte. No habrá referéndum, repiten con total naturalidad. Es más, añaden, no es ni tan siquiera recomendable en este momento porque las posibilidades de ganarlo son mínimas. En consecuencia, pensando en un futuro de corte más útil para sus intereses, algunos antiguos altos cargos del Govern se frotan los ojos con los acontecimientos y la mezcla de irresponsabilidad, altivez y locura, a partes iguales, que se ha apoderado del poder político institucional.

Fruto de todo este soufflé de los últimos años, pronto, muy pronto, los catalanes volveremos ser convocados a las urnas con el único objetivo de hacer viable la gobernabilidad del país en los términos autonómicos actuales. Se habrá perdido un tiempo precioso y unas energías de gran utilidad. Será la enésima ocasión en la que volverán a explicarnos sus programas y proyectos. Habrá transcurrido poco tiempo desde la última convocatoria, pero quizá se aproxime el momento de la sorpresa para quienes han insistido en un utópico proyecto que fue un enorme agarradero ideológico en tiempos de severidad económica, pero que pierde potencia y adhesiones nada más invertirse el ciclo productivo y conocerse la inviabilidad y la inconsistencia de la iniciativa.

De todas maneras, si Puigdemont ha interpretado que su papel en la historia es el de convocar una consulta y redactar unas preguntas, cualquier catalán estaría hoy en condiciones de sugerirle algunas. Por ejemplo: ¿cuándo regresará la normalidad política a nuestra administración y se abandonará el trabajar para nada?, ¿será viable recuperar el tiempo perdido y la energía derrochada todos estos años en beneficio último de la ciudadanía?, ¿existe algún indicio de que Cataluña pueda normalizar su papel de motor y tractor económico del sur de Europa después de las barbaridades de los últimos años y el estado de opinión público interno y externo que ha supuesto?, ¿cómo preferirá su retrato presidencial Oriol Junqueras, al óleo o a la acuarela? Pues eso, que puestos a preguntar, interrogantes no faltan.