En Huesca, un año más, se debate sobre periodismo digital. Uno de los atractivos de este año es el periodismo político. Una de las mesas específicas trató sobre el asunto y, con una composición mixta entre representantes de la prensa vegetal y de la digital, el caso de Podemos y la denuncia formulada por un grupo de periodistas acabó protagonizando la sesión.

La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) recibió una denuncia de una decena de periodistas encargados de la cobertura del partido de Pablo Iglesias en la que se le pedía amparo ante las presiones y amenazas de líderes de la formación política disconformes con las noticias y análisis que se formulaban sobre ellos. La asociación gremial decidió en su junta directiva emitir un comunicado público en el que afeaba la conducta de quienes ejercían las presiones y se solidarizaba con los profesionales amenazados.

El público del Congreso de Periodismo Digital de Huesca es una combinación de profesionales en ejercicio y jóvenes estudiantes a los que el mismo asunto les parece diferente. Mientras los profesionales con mayor trayectoria parecían solidarizarse con los periodistas presionados, los más jóvenes aplaudían con entusiasmo algunas preguntas como esta: "¿La APM hubiera actuado igual si la denuncia se refiriera a otro partido que no fuera Podemos?".

En Cataluña algún día nos arrepentiremos de la energía profesional desperdiciada en un periodismo militante a favor o en contra de la independencia mientras se nos olvidaba el ejercicio de la fiscalización de los usos y abusos de los poderes económicos y políticos

Dos consideraciones generacionales para un mismo fenómeno: el periodismo político independiente. Quienes trabajamos toda la vida en Cataluña conocemos, además, una cuestión propia de la comunidad (¡viva el hecho diferencial que decía Pujol!): el periodismo político militante. Me explico: si hemos llegado a interiorizar que un periodista deportivo sea un forofo, admirador o seguidor de un determinado club de fútbol (pasa lo mismo con las cabeceras deportivas), ahora hemos aceptado sin distancia crítica que los profesionales de la política se (nos) dividan entre nacionalistas y lo contrario o se conviertan, en muchos casos, en defensores de un partido o coalición política por el mero hecho de defender una visión futura de la independencia política del país. Existe en toda España, pero es más acentuado, mucho más, en nuestro territorio.

Algún día, se supone, la historia pondrá al oficio en su sitio. Y en Cataluña nos arrepentiremos de lo que en economía se llama coste de oportunidad: la energía profesional desperdiciada en un periodismo militante a favor o en contra de la independencia mientras se nos olvidaba el ejercicio de la fiscalización de los usos y abusos de los poderes (económicos y políticos).

El fenómeno de las tempestuosas relaciones de la prensa con Podemos no es equiparable a la progresiva filiación política de los profesionales catalanes sobre el gran debate abierto. No se trató en el congreso oscense, que como siempre sólo lleva a su seno a iniciativas internacionales originales o a los amigachos de la Villa y Corte, pero que se olvida de algunas sangrantes y olvidadas realidades del país. Si quieren hablar de periodismo político de verdad, les invito a que analicen en los próximos años qué ha pasado en Cataluña con el asunto, otrora cantera del oficio y vanguardia de la creatividad y desarrollo informativo de toda España.

Dicho eso, uno es del Barça, lo admite y no lo esconde, pero en el tono crítico que nos obliga a ejercer el periodismo hay que decir alto y claro: el árbitro y la fortuna fueron la base de una noche que pasará a la historia de la épica del club blaugrana. No cuesta nada y ayuda a congraciarse con la conciencia, por lo menos.