Este medio divulgó ayer una de esas noticias que acostumbran a pasar desapercibidas, pero que sin embargo recibió especial atención de los lectores y de la comunidad de suscriptores. Me refiero a la penosa situación en la que trabajan los profesionales de la medicina que prestan sus servicios en el área de urgencias del hospital Can Ruti, en Badalona. La saturación del servicio y la presión que viven esos galenos les lleva a regresar a sus domicilios con lágrimas en los ojos. Lágrimas de impotencia, sollozos de resignación y depresiones múltiples por las condiciones en las que deben ejercer su oficio ante los enfermos.

No es la primera noticia sobre el calamitoso estado de la sanidad catalana. El periodista Antonio M. Yagüe lo describió a finales de septiembre pasado. Hace unos días alertamos a nuestros lectores de lo que sucede en el hospital Vall d’Hebrón, uno de los centros de referencia de la red hospitalaria de la comunidad. Sus urgencias también están saturadas, colapsadas. Los trabajadores de ese coloso sanitario denunciaron que la dirección no cuenta con un plan de prevención de urgencias capaz de anticipar saturaciones como las que se están viviendo. Si alguna vez han debido esperar o acompañar a algún familiar en un pasillo de ese centro saben de qué hablo.

Los recortes de los cinco años en los que ha gobernado Artur Mas afloran ya si complejos en un servicio público esencial. ¡Menudo salvador de la patria! Mientras una buena parte de la población sigue empecinada en saber si la abuela nacionalista fuma o bebe, lo cierto es que la falta de administración adquiere tintes dramáticos.

Y, claro, luego están los listillos recién aterrizados. Me refiero a Toni Comín, el flamante consejero de Salud de la Generalitat, todo un socialista reconvertido al independentismo. Nada más aterrizar en el cargo hace unas declaraciones que dejan patidifuso al más moderado de los ciudadanos. Asegura que quiere echar de la red pública sanitaria catalana a las empresas privadas. No se trata de debatir un modelo sanitario público o privado, mixto o del séptimo cielo, eso no viene a cuento ahora. Lo que debe evitarse ya, con urgencia, es que la red pública de hospitales (el sistema SISCAT) se encuentra en una situación de ineficiencia rayana en la república bananera.

Boí Ruiz era un hombre vinculado a la patronal sanitaria y ha sido el último consejero del país en el área. Puede entenderse que el sucesor Comín, presionado por su transfuguismo político a ERC y por la sombra omnipresente de la CUP, quiera lanzar guiños de supuesto izquierdismo, de falsa progresía. Aunque quizá fuera más progre, menos trilero y más necesario para la sociedad catalana lograr que sus hospitales vuelvan a funcionar.

Luego, si quieren, hablamos de modelos de gestión. Ah, incluso de corrupción en gasto farmacéutico; en compras de material sanitario; del caso Innova; del reparto de prebendas entre CDC y PSC durante muchos años en el sector. De cómo estos últimos años de Mas han sentenciado uno de los pilares fundamentales del Estado del bienestar catalán. Claro, sí, por Madrid, por el expolio, por la opresión fiscal, por el quietismo de Rajoy. Nada tienen que ver los convergentes que nos han desgobernado durante los últimos cinco años, esos están llamados a llevar al país por la senda de las más altas consecuciones patrióticas. Veleidades entre las que no figura la sanidad de todos, como parece a tenor de esas noticias.

No digan que no es para llorar.