En la política catalana hay exceso de bilis y superávit de hiperventilación. Los que ansían una Cataluña utópica, ideal y segregada de España son los más proclives a esta especie de respiración corta e intensa. Pero no nos engañemos, no son los únicos. En la acera de enfrente, defendiendo posturas constitucionalistas, también hay acumulada mucha exageración.

Viene a cuento esta reflexión porque este mismo fin de semana algunos lectores de Crónica Global recriminan en Twitter dos artículos publicados por este medio y con pocos días de diferencia, uno de ellos firmado por un servidor y otro por el columnista Manel Trallero. Ni uno ni otro hemos hablado en las últimas horas, así que nuestra postura no estaba ni concertada ni tan siquiera comentada, pero ambos coincidíamos en nuestros textos al sostener que los boicots que se persiguen contra algunas ideas no tienen el efecto esperado y, además, perjudican al entorno del boicoteado. Que son sistemas de protesta trasnochados e ineficaces.

Todo tiene como origen que la dama europea de Coca-Cola, la empresaria catalana Sol Daurella, haya decidido formar parte de Diplocat, una especie de estructura de Estado de Carles Puigdemont para vender el soberanismo allende fronteras. Al conocerse esa información, Crónica Global informó de forma rauda y puntual poniendo el acento en lo extraño de que una gran empresa vincule de forma indirecta su suerte a una causa política. Sin más. Cuando en las redes se promovió una campaña contra sus productos, escribí un artículo que suscribo hoy en su totalidad sobre dos casos similares de llamamiento al boicot en los últimos días, Mercadona y Coca-Cola.

A nuestros lectores críticos no les gustó que les recordara que esas campañas son actos bañados por principios intolerantes y fanáticos. Son adhesiones sentimentales a una causa no siempre presidida por la racionalidad. Un escrache, por ejemplo, también es un boicot: se pretende algo a cambio de una acción. Lo que hicieron los partidos nacionalistas de Cataluña con Leche Pascual fue un boicot; lo de Jordi Pujol con La Vanguardia de Galinsoga, otro tanto... Además de considerar que son poco efectivos y que, por más que se promuevan como acto de libertad, también encierran una actitud cuestionable desde un análisis de racionalidad democrática: o conmigo o en contra de mí, viene a ser el juego. Sin gama de grises.

No somos partidarios de boicots por su inutilidad. Como los mítines, son acciones que sólo convencen a los ya convencidos. No somos partidarios de iniciativas de ese tenor porque hacen daño a la libertad de mercado

Por lo visto, pensar así es ser un mal ciudadano constitucionalista. Según estos figuras de las redes sociales, a Daurella y a la comunidad de intereses que representa hay que hundirla por apuntarse a Diplocat. Si no lo haces, como ha sido el caso, resulta que Crónica Global persigue una subvención del Govern (cuando jamás hemos solicitado ser incluidos) o está pagado por la multinacional de Atlanta. ¡Veamos y aclaremos! Es un error que Daurella participe de un organismo que enfrenta a los catalanes; creo que su marido (Carles Vilarrubí) se ha equivocado llevándola allí y pensando quizá que tendría más suerte con el impuesto a las bebidas azucaradas; entiendo que una empresaria no debe abrazar ninguna causa política, menos todavía cuando se posee una marca global como la suya y, dicho todo esto, insisto, me parece una gilipollez supina el boicot.

Espero que me lean quienes el sábado noche polemizaban con nuestro Twitter corporativo y hablaban de cambio de línea editorial, de indignidad y de toda una retahíla de calificativos que parecen extraídos de manuales para hacer la revolución socialista o de libros de autoayuda de la más rancia extrema derecha. Hiperventilación, en cualquier caso.

No somos partidarios de boicots por su inutilidad. Como los mítines, son acciones que sólo convencen a los ya convencidos. No somos partidarios de iniciativas de ese tenor porque hacen daño a la libertad de mercado, de la que somos fieles defensores, y restringen la capacidad de elección del consumidor al mediatizar su actuación por razones políticas. Pero no pasa nada porque haya gente que los utilice y los lleve a cabo. Me parece estupendo el ejercicio de libertad en sí mismo, aunque me fastidie un poco que sean tan escasamente solidarios algunos de sus partidarios: ¡qué poco se movilizaron esas mismas voces cuando Coca-Cola cerró su fábrica de Fuenlabrada y planteó un drama laboral y cuánto dan la cara si el tema va de independencia de Cataluña si o no!

En fin, que me pedían una rectificación pública a mi artículo o se planteaban un boicot contra Crónica Global. Se supone que quienes nos lanzaban esa especie de chantaje son “de los nuestros”, lectores en teoría próximos a nuestra línea editorial... Pues bien, ni hay rectificación ni queremos tener próximos a nosotros a aquellos que no entienden que este medio digital tiene en común su oposición indiscutible al proceso soberanista y a los nacionalismos en general, pero no a cualquier precio o condición. Que ni somos un órgano de difusión de nadie, ni dependemos, por fortuna, de ningún interés inconfesable.

Pasó lo que era sospechable y en algún momento debía aflorar: el unionismo tiene en su seno toneladas de caspa rancia y mucha hiperventilación propia. Hay, en síntesis, nacionalismo español a raudales

Administramos un legado (La Voz de Barcelona, El Debat), pero no somos lo mismo. Lo repetimos cada vez que tenemos oportunidad: Crónica Global es una evolución de personas, contenidos y empresa, que poco tiene ya que ver con sus propósitos fundacionales en 2013. Nuestros críticos nos pueden comparar con el PSC, como ha sido el caso, o con los monjes de Montserrat, estamos acostumbrados a todo y no da miedo una crítica si por otro lado el éxito de audiencia es incuestionable.

Lo curioso del asunto es que hasta la fecha los mamporros dialécticos los recibíamos sólo de los hiperventilados nacionalistas catalanes. Pasó lo que era sospechable y en algún momento debía aflorar: el unionismo tiene en su seno toneladas de caspa rancia y mucha hiperventilación propia. Hay, en síntesis, nacionalismo español a raudales.

Se equivocan, es obvio. No se le puede decir al adversario que no existe idea política que justifique la unilateralidad y la ausencia de diálogo y después practicar lo propio con aquellos que no piensan milimétricamente como uno. No podemos sostener desde ningún punto de vista que somos demócratas y queremos un Estado de derecho que funcione y actúe y, a la mínima de cambio, mostrar nuestra intolerancia revestida de desprecio y exclusión. En Crónica Global preferimos definirnos por composición que por oposición, aunque eso pueda ser visto como un síntoma de fragilidad. Como decía Napoleón, “la independencia, igual que el honor, es una isla rocosa sin playas”. Por eso, aunque tengamos que soportar un estúpido, infantil y quien sabe si interesado intento de boicot, seguiremos amarrados y disfrutando de ese islote.