Entre los engaños más perversos del nacionalismo catalán destaca ese Catalunya, un sol poble que acuñó Josep Benet y abrazó Paco Candel. Si un intelectual y un barraquista defendían ese concepto, ¿qué podía fallar? Todo, como se ha demostrado medio siglo después, a pesar de las bondades de sus autores.

Si esa expresión hizo fortuna fue por el deseo/necesidad oficial de integrar a la inmigración procedente del resto de España que llegó a Cataluña. ¡Alto! ¿Integrar? ¿Inmigración? Sin duda, todos hemos caído en la trampa del lenguaje nacionalista.

Repetir hasta la saciedad que Cataluña siempre ha sido un pueblo de acogida esconde la odiosa presunción de que nuestros padres y abuelos llegados del resto de España eran un potencial foco de conflicto. Que no era posible una relación de igual a igual, pero que el carácter pacífico de los catalanes propició la convivencia. “Querían sus manos, pero no su cerebro”, leí hace poco respecto a aquellos nouvinguts que ayudaron a construir Cataluña y que hoy son tildados de “colonos” por el separatismo ultra.

Era cuestión de tiempo que “un solo pueblo” se transformara en “una sola lengua”. Proteger el catalán, un idioma proscrito por el franquismo, era tan justo como necesario. Solo un debate pedagógico, sin apriorismos políticos, puede determinar si la inmersión lingüística se hizo bien. El procés ha dado alas a un supremacismo latente según el cual la cultura española es bárbara y violenta.

Que el mismísimo Carles Puigdemont difunda en las redes sociales una reflexión en ese sentido tras la sentencia de La Manada dice mucho de lo que él entiende por “un solo pueblo”. También es censurable que un líder político como Albert Rivera contribuya a señalar a nueve profesores investigados por humillar supuestamente a los hijos de guardias civiles en Sant Andreu de la Barca (Barcelona). Nadie parece recordar en este asunto que hay menores afectados. ¿Un solo pueblo? No he leído ni una frase de apoyo hacia esos niños por parte de ese independentismo indignado que proclama “un solo pueblo”.

La Cataluña que promueve el secesionismo actual no es plural, ni mestiza, ni tolerante. Hoy se señala a quien es diferente con pintadas, insultos y amenazas y se da carta blanca a los CDR para colgar la letra escarlata a los herejes del independentismo

La Cataluña que promueve el secesionismo no es plural, ni mestiza, ni tolerante. Se señala a quien es diferente con pintadas, insultos y amenazas. Hasta hace poco, se podía distinguir entre los radicales que practicaban ese tipo de ataques y los independentistas que defendían pacíficamente su ideología. Pero Junts per Catalunya, ERC y la CUP han decidido dar carta blanca a los Comités de Defensa de la República (CDR) para practicar su “pacifismo activo”. Hoy votarán en el pleno del Parlament una propuesta de resolución en contra de la criminalización de estos grupos, lo que equivale a bendecir el reparto de la letra escarlata entre los herejes del secesionismo.

Se le acumula el trabajo a los CDR, pues resulta que la mitad de los catalanes, según los resultados electorales, no son independentistas. Por tanto, son muchos los domicilios, sedes de partidos políticos y coches particulares susceptibles de ser vandalizados. La diferencia, y al mismo tiempo la esperanza, es que las víctimas de esos ataques ya no se callan. Lo cual no significa que las heridas sociales del procés se vayan a curar pronto. Cuarenta años de lluvia fina nacionalista calan muy hondo.