El congreso del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) del fin de semana fue una forma de llevar a un partido tan necesario como declinante ante un espejo para que se reflejara su imagen. La reunión que mantuvo la organización llega apenas unos días después de que sus cuadros y representantes fueran protagonistas colaterales de una severa crisis interna del PSOE, ese partido que, como se recordó ayer, celebró su primer congreso en Barcelona. De ahí la importancia de saber cómo iba a resolverse la cuestión interna del socialismo en Cataluña, porque en su solución anida la recuperación en toda España del partido que permitió la alternancia del gobierno del país durante décadas.

Sinteticemos lo ocurrido: nada nuevo bajo el horizonte. Miquel Iceta sigue al frente del aparato, custodiado lateralmente por los partidarios de Núria Parlon, quien le disputó con alto nivel de aceptación entre la militancia el liderazgo del PSC. Iceta ha facilitado que los partidarios de su adversaria en las primarias vayan tomando acomodo en los órganos de gobierno. Le honra saber interpretar una victoria pírrica. Sobre él y en su propia casa se cierne un extraño consenso: es un político profesional, gran parlamentario, buen negociador, pero no un hombre tocado por el liderazgo entendido como instrumento que impulse e ilusione a toda una organización.

Iceta se emperra en una gestualidad audiovisual que le delata sus fragilidades en demasiadas ocasiones. Como cuando, por enésima vez, chilla a la audiencia un “Peeeseecéé-psoeeeee” que aspira a demostrar que no será él quien finiquite esa hermandad histórica y que deberá ser Ferraz o Triana quien dé algún paso en esa línea. Lo hace en voz alta, estresando sus cuerdas vocales desacostumbradas a esos fastos. Pretende subrayar que a su interés por la fraternidad socialista se suma una actitud valiente, comprometida, luchadora o hasta altiva, según se analice. Es el grito de aquel entrenador que grita a sus jugadores que mantengan la presión firme sobre sus adversarios cuando el marcador refleja una derrota por goleada.

A muchos socialistas de corazón les irá bien agarrar un buen colocón para entender todo lo que vendrá en los próximos tiempos a ese terreno de indefinición política

La cuestión de fondo, sin embargo, continúa pendiente de resolución. ¿Quién es el PSC? ¿A qué dedica el tiempo libre que su nuevo papel de oposición en lo autonómico y casi en lo municipal le facilita? ¿En qué lugar de la política se desenamoró del PSOE o viceversa? Las respuestas son escasas y, a decir de las resoluciones aprobadas, amontonan más dudas sobre su futuro, utilidad pública y social. Certifica que Cataluña es una nación, el catalán su lengua propia y pide que se legalice el cannabis en un guiño a los jóvenes que se han alejado de su entorno. Cierto que a muchos socialistas de corazón les irá bien agarrar un buen colocón para entender todo lo que vendrá en los próximos tiempos a ese terreno ideológico delimitado por la indefinición política, la ambigüedad retórica y la búsqueda del oráculo que les salve del estropicio.

Algunos movimientos del PSC del fin de semana justifican, en silencio, en privado y sin alharacas, que el run run sobre un hipotético PSOE catalán cotice al alza. Por supuesto no el que postula el rancio proceder de una Susana Díaz apoltronada en su poderío rural, pero sí el de otros muchos socialistas del país con una visión progresista de España, socialdemócratas pragmáticos y sufridores de unos liderazgos últimos tan difusos como mesiánicos. Tampoco sirve el PSOE de las viejas glorias catalanas como Julio Villacorta y otros gregarios tan amortizados como él.

La carencia de una agenda propia, de unas coordenadas claras del lugar al que arribar son las cuestiones que dejan al PSC en una delicada situación que ni su colaboración con los comunes en el Ayuntamiento de Barcelona, ni sus guiños a antiguos votantes de CiU en clave catalanista permitirán remontar en una Cataluña de caixa o faixa. Hay una falsa lectura interna de la pérdida de voto urbano del PSC en todas las últimas elecciones que atribuye al nuevo izquierdismo podemita su debilidad. Como estos juegan al cálculo tacticista de los derechos a lo que sea (decidir, desobedecer...) y a la radicalidad democrática de los pueblos, en el PSC hay un complejo instalado por ausencia de discurso propio. Y en ese magma, entre tanta cefalea inducida, tanto Ciudadanos como los partidos de su izquierda le arrebatan el espacio y la influencia mientras ellos hablan de diálogo.

Tras este congreso, queda pendiente (again) que el PSC aclare de una vez la secuencia de sus propias siglas: ¿Son principalmente un partido entendido como máquina amarrada al poder, sea cual sea su coste? ¿Son socialistas de Cataluña o catalanes socialistas? ¿Qué es el sustantivo y qué es el adjetivo? ¿Dónde están sus prioridades y su verdadero acento? ¿En una sociedad igualitaria organizada territorialmente en un federalismo de corte progresista o en reír (y bailar) las gracias de los nacionalistas insaciables e identitaristas en un mundo cada vez más global? ¿A qué se refiere ese catalanismo esgrimido de manera tan recurrente, a lo cultural, lo político, lo social?

Pues eso, Iceta, Parlon, Balmón, Granados, Marín... que, aunque se os ve agotados, seguimos a la espera.