Hace unos años, José Luis Rodríguez Zapatero nos calentó el intelecto con las energías renovables. Desde un punto de vista verde era una opción admirable. España cuenta con recursos naturales suficientes para que existiera una actividad en ese sector mayor que en otros enclaves occidentales.

Tuve la oportunidad de viajar por Francia y conocer Le pôle photovoltaique francés. Admito que quedé impactado por cómo tomaba de ejemplo una incipiente industria española en la que varias entidades bancarias habían apostado para financiar huertas solares cuyas rentabilidades superaban, con mucho, las que ofrecía el mercado bursátil y, por supuesto, otras inversiones de renta fija. El kilovatio se hizo interesante para los inversores y España mostró tempranamente su rostro al mundo en un ámbito que tiene mucho futuro por delante.

Las energías renovables (sobre todo las procedentes del sol o del viento), sin embargo, han sido al final un fiasco en España. Dos gobiernos, primero el promotor y después su sucesor, han cambiado las reglas de juego dando lugar a una inseguridad jurídica impropia de un territorio occidental avanzado.

Algunas empresas se desarrollaron en ese contexto. Una de ellas, la andaluza Abengoa, un conglomerado de ingeniería y energías renovables, ha presentado en las últimas horas sus estertores como compañía ante la banca primero y los mercados después. De poco, o de nada quizá, sirvan sus posiciones en el mundo o sus proyectos futuros.

La empresa no tira y un grupo del norte que estaba dispuesto a entrar y resolver sus problemas financieros acaba de decir, vistas las cuentas presentadas por KPMG, que de lo dicho, ni hablar. 

Los inversores vascos de Gonvarri (Grupo Gestamp) querían que los bancos inyectarán alrededor de 1.500 millones de euros. Le pedían también a las entidades otros 300 millones para ellos, para entrar en el capital. De hecho, los Ribera sólo ponían de su bolsillo unos 150 millones.

La banca, que ha aprendido mucho en esta crisis, dijo que, en conjunto, sólo ofrecían 800 millones, casi la mitad de lo que se les pedía. Y, claro, la empresa vasca se lo ha repensado. Abengoa tuvo que comunicarlo ayer a los mercados: no tiene socios y su situación financiera, con no pocos percances de gestión, es gravísima. Su deuda, que ronda los 8.000 millones de euros convierte la operación en el mayor concurso de acreedores de la historia reciente de España, por delante del estallido que protagonizó la inmobiliaria Martinsa-Fadesa. 

Ayer los accionistas salieron huyendo, los bonistas están aterrorizados y la empresa tiene escasas posibilidades de prosperar en buenas condiciones. El Gobierno, que no quiere un estallido de crisis empresarial en Andalucía anda diciendo que hará lo posible (¿la rescatará como la banca?), pero nadie en el sector privado es capaz de apostar un euro por su futuro. La solución a su crisis ha sido una chapuza, como lo ha sido su historia más reciente, como lo es el sector de las renovables españolas. Como son tantas y tantas cosas en el país, desgraciadamente.