La ola populista que recorre Europa, como el fantasma de Marx y Engels, ha cruzado el Atlántico y ha inundado Estados Unidos. La victoria de Donald Trump representa el triunfo del populismo, esa práctica política consistente en ofrecer respuestas simples a problemas complejos que pretende saltarse los mecanismos de la democracia representativa, prescindir de las instituciones y establecer un vínculo directo con el pueblo. En este caso, el populismo estaba encarnado por un candidato racista, supremacista blanco, xenófobo, machista, temerario, agresivo y manipulador, con una retórica antisistema y con el único programa político de venderse a sí mismo, de colocar en el mercado electoral la marca Trump.

El populismo tenía ya sus antecedentes en Europa. Su máxima expresión fue en los años noventa Silvio Berlusconi, un político calcado a Trump, aunque el magnate estadounidense es aún una versión más extrema. Ahora, su acceso a la Casa Blanca influirá en el movimiento populista europeo, que será este año puesto a prueba en el referéndum italiano de diciembre y en las elecciones de Holanda (marzo), Francia (mayo) y Alemania (otoño), además de en la repetición de los comicios presidenciales en Austria. El populismo se manifestó ya en el Brexit y gana posiciones en Finlandia, Suecia y la República Checa, después de haber alcanzado el poder en Hungría y Polonia.

El acceso de Trump a la Casa Blanca influirá en el movimiento populista europeo, que ya tenía sus antecedentes, con Berlusconi

El primer test se producirá este mes en las primarias de la derecha francesa, en la que el moderado Alain Juppé, hasta ahora favorito, puede sufrir las primeras consecuencias. Nadie duda de que Marine Le Pen pasará en abril a la segunda vuelta de las presidenciales francesas y no accederá al Elíseo posiblemente solo por la existencia del freno preventivo de la segunda vuelta.

Ahora que los mismos que decían que la victoria de Trump era imposible nos explican por qué ha ganado, es un buen momento para acudir a uno de los pocos intelectuales que pronosticaron el vuelco en EEUU. En julio, denunciando la burbuja en la que viven los creadores de opinión, Michael Moore anunció la victoria de Trump por cinco razones: 1. El Brexit del Medio Oeste, es decir, la rebelión de los cuatro estados desindustrializados de Michigan, Wisconsin, Ohio y Pensilvania, todos favorables al magnate. 2. El enfado del hombre blanco ante la posibilidad de que, después de ocho años gobernados por un negro, lo hiciera una mujer. 3. El problema no era Trump, sino Hillary, con un 70% de desconfianza hacia ella y su honestidad. 4. El voto deprimido de Bernie Sanders, o sea, la falta de entusiasmo por Clinton de los seguidores del precandidato socialdemócrata eliminado por Hillary. 5. El efecto Jesse Ventura, es decir, el voto protesta a ver qué pasa (y además oculto) de los que sufragaron por Trump igual que en los noventa el Estado de Minnesota eligió para gobernador al luchador profesional Ventura.

Yerran quienes aseguran que el populismo es un nuevo fascismo. Lo integran en su mayoría partidos de extrema derecha, pero coincide con la extrema izquierda en el proteccionismo y el rechazo al libre comercio

Moore es un gran conocedor de los miedos que atrapan a una sociedad norteamericana propensa a creer en todas las teorías conspirativas, como demostró en sus documentales (aparte del sueño americano, existe también la pesadilla americana). Miedos a peligros interiores (los inmigrantes, las minorías raciales, etcétera) o exteriores, la mayoría inexistentes, que al final decantan el voto hacia quien les promete que derrotará a los enemigos y protegerá el país, incluso con muros.

Yerran quienes aseguran que el populismo es un nuevo fascismo. Lo integran en su mayoría partidos de extrema derecha, pero coincide con la extrema izquierda en el proteccionismo y el rechazo al libre comercio, por ejemplo. En España, sin perjuicio de que el PP contiene rasgos populistas, el populismo es radical de izquierda y se concentra en Podemos, que ha crecido por la desvergüenza del establishment en plena crisis. En este sentido, pese a ser objetivamente menos importante, a Podemos le han dado más votos las tarjetas black o las indemnizaciones multimillonarias a los banqueros que el caso Gürtel y la financiación ilegal del PP.

Una de las escasas bazas del secesionismo catalán es que el avance del populismo y la parálisis institucional provoquen la desintegración de la Unión Europea y del caos saquen partido los partidarios de la separación

El populismo no es una ideología, pero tampoco solo "un momento" que hay que aprovechar, como afirma Pablo Iglesias. Es una manera de actuar en política y de relacionarse con lo que el populismo llama "el pueblo" o "la gente", en lugar de "la sociedad". Una de las características del movimiento es el uso de los medios de comunicación y de las redes sociales, como ha hecho Trump, para lanzar mentiras y medias verdades que calan en el electorado en lo que se empieza a llamar la "era de la posverdad" y en la que lo esencial no es si una afirmación es cierta o no, sino si la gente se la cree.

En Cataluña, el triunfo de Trump es una oportunidad para el soberanismo, pero no por lo que dice Artur Mas de que a veces se comprueba que lo imposible es posible, sino porque cualquier terremoto político que causa inestabilidad puede favorecer al independentismo. Una de las escasas bazas del secesionismo catalán es que el avance del populismo y la parálisis institucional provoquen la desintegración de la Unión Europea y del caos saquen partido los partidarios de la separación, que ya han demostrado sus pocos escrúpulos a la hora de elegir aliados. Sería la aplicación del dicho de "a río revuelto, ganancia de pescadores". Pero para que eso se cumpla, si algún día se cumple, tiene que bajar aún mucha agua por el río.