Aunque el significado es el mismo, no parece que se valore igual una traición si se hace en castellano o en catalán. Según la RAE, la traición es una falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener. Según el IEC, la traïció es una violación de la fidelidad que debemos a alguien o a alguna cosa. El matiz violar insinúa una gravedad mayor si el acto se ejecuta en la llengua propia.

Tampoco es lo mismo ser traidor para tu bando que para el contrario. En un lado, el violador deja de ser un patriota y lo convierten en un mentiroso, enemigo de los suyos y de todo un país. En el otro, el faltón puede llegar a ser un héroe, pero Millet y Montull no han tenido esa suerte. Ahora que estos ilustres catalanes han demostrado ser infieles y desleales con el catalanismo del 3-4%, los del otro bando los siguen considerando unos presuntos delincuentes arrepentidos, y a lo sumo –como ABC-- unos pícaros.

Que levante la mano un nacionalista que no se haya beneficiado del prolongado reparto de dádivas durante los gobiernos de Pujol, del tripartito, de Mas o de los ajuntats

Este tipo de traiciones ponen al descubierto cuánto de cemento armado tiene el nacionalismo en sus varias caras. O, lo que es lo mismo, que levante la mano un nacionalista que no se haya beneficiado del prolongado reparto de dádivas durante los gobiernos de Pujol, del tripartito, de Mas o de los ajuntats. Nunca se podrá saber cuántas de esas extracciones fraudulentas de dinero público catalán han ido a parar a bolsillos cuatribarrados --no sólo a los convergentes-- en forma de sueldos y sobresueldos por trabajos tan honestos como prescindibles. Ni siquiera las auditorías internas, dice Mas, han podido demostrar que hubiera comisiones y repartos.

Sería un error concluir que el resultado de esta traición del Palau va a acelerar el futuro inmediato del procés, porque las consecuencias de una traición son con frecuencia paradójicas. Recordemos cómo acabó la traición del legendario noble Bellido Dolfos, que asesinó el 6 de octubre de 1072 al rey Sancho II de Castilla, que pretendía tomar Zamora, en manos de su hermana Urraca. La paradoja fue que ese magnicidio, en lugar de consolidar la separación, facilitó la unión de los reinos de Castilla, León y Galicia, al heredarlos el rey Alfonso VI de León. Da tantas vueltas la vida. El Portillo de la Traición, por donde Dolfos retornó a Zamora perseguido por el Cid, fue renombrado en 2009 --a iniciativa de Unión del Pueblo Leonés-- como Portillo de la Lealtad.

Ningún líder está libre de que en un apretón, un traidor lo pueda dejar más que inhabilitado, imposibilitado sobre su propia nación

Ni Zamora se ganó en una hora --como se creyó el incauto rey Sancho-- ni la independencia de Cataluña es cuestión de días --como viene anunciando Mas y su corte totalitaria--. No sabemos si los traidores de última hora serán tan exquisitos como Millet, Montull o López Tena. Todo puede ser más banal, como la procedencia del hedor del caso Palau. Este tufo es uno más del compartido disimulo que durante años ha practicado una parte importante de la sociedad catalana, esa discreta norma de urbanidad que recomendaba Erasmo: un pedo por una tos.

Cuentan que a Sancho II no le engañó y asesinó el legendario Dolfos, sino un soldado anónimo, que no supo ver que quien estaba haciendo sus necesidades en las murallas era nada menos que el rey. Ningún líder está libre de que en un apretón, un traidor lo pueda dejar más que inhabilitado, imposibilitado sobre su propia nación.