Unidad y humildad fueron las dos palabras que corearon en el aquelarre de Errejón el domingo de su auto de fe de Vistalegre, que para Íñigo fue el de Vistatriste. Nunca vi un abrazo tan amargo como el que le dio el exultante caudillo de la partida de descamisados.

Lo de la unidad es un paripé (se me antoja imposible), pero lo de la humildad es imposible con el general Pablo al mando de los neobolcheviques. Esa palabra es incompatible con él. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice un viejo refrán, tan viejo como sabio.

Íñigo Errejón será desterrado a una canonjía para que se lama las heridas porque depende de Iglesias, que no tiene una coleta de tonto; si dependiera de Alberto Garzón, sería desterrado al desierto de las Tabernas como figurante del hijo del sheriff en un spaghetti western de bajo coste. Garzón, riojano de nacimiento pero andaluz de adopción, conoce bien esa estepa sahariana del sureste de España.

Iglesias y Errejón son avezados en la escuela comunista porque sangran sin perder la sonrisa, ya que saben que hay guardar las formas y el disimulo en este combate a muerte

La función de teatro previa a Vistatriste 2 se estudiará en las artes escénicas de la dialéctica política porque los dos, pese a su juventud, son consumados maestros de la esgrima. Avezados en la escuela comunista porque sangran sin perder la sonrisa, ya que saben que hay guardar las formas y el disimulo en este combate a muerte. Al menos, tuvo la decencia de no darle en los morros el beso que le dio a Xavier Domènech, el arriero catalán de Podemos.

Entiendo que la gente no avezada en las luchas internas de los partidos políticos les sorprenda porque no entienden que haya un enfrentamiento tan salvaje con esa careta de sonrisas que ambos esgrimen delante de los focos de televisión. En política nada es lo que parece, porque el enemigo no está fuera de casa sino adentro.

Es una tradición secular de la izquierda: hace cien años, los comunistas contra los anarquistas. Cuando el anarquismo perdió fuelle, los comunistas no sólo se enfrentaron con el partido de Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, sino entre los propios comunistas: estalinistas contra trotskistas.

Existe un viejo dicho marxista que viene a decir que, si juntas a tres comunistas, montarán cuatro partidos buscando la pureza ideológica, porque "el cielo se consigue por asalto", que dijo en Vistalegre I Pablo Iglesias, un hombre programado desde la cuna para ser lo que es. Sólo así se entiende el nombre que le pusieron sin pila bautismal.

Desde el primer día me han recordado estos dos politólogos, que tienen una dialéctica brillante y acerada, a Lenin y a Trotsky.

El escritor cubano Leonardo Padura ha escrito una magnífica novela histórica titulada El hombre que amaba a los perros, relatando los años del exilio de Trotsky y la trama urdida por Stalin, desde Moscú, para acabar con su enemigo íntimo a través del brazo ejecutor de Ramón Mercader, militante del PSUC barcelonés.

Así como Pablo piensa como Lenin con veinte años más y sin coleta, Íñigo habla con la clarividencia de Trotsky

Como se sabe, esa guerra fraticida secreta y encubierta la ganó Joseph Stalin, el dictador comunista más brutal y sanguinario del PC de la patria soviética, y así como Pablo piensa como Lenin con veinte años más y sin coleta, Íñigo habla con la clarividencia de Trotsky.

La amenaza que veo es que en 1923, tras la muerte de Lenin, fue Stalin quien asumió la secretaría general del partido bolchevique, y ese hombre taimado y oscuro lleno de complejos que como una sombra le acompañó hasta su muerte, lo veo reflejado en el espejo: Juan Carlos Monedero, politólogo y gato viejo; el hombre financiado por la Venezuela de Hugo Chávez para internacionalizar la revolución como si fuera la neo III Internacional.

El padre de la Santa Compaña, Carlos Marx, decía que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Espero que Marx se vuelva a equivocar y que tras la refriega de Vistalegre II no irrumpa en escena la torva figura de Juan Carlos Monedero. Es lo peor que podría pasarnos en Vistalegre, que es un nombre de farsa.