La proximidad del desenlace (provisional) del conflicto entre el Gobierno de Puigdemont-Junqueras y el Ejecutivo de Rajoy va a poner a prueba nuestra fe en la democracia y nuestra confianza en la seguridad jurídica de todos los actos gubernamentales. Este contencioso enterró la verdad hace años, la próxima víctima será la transparencia de las administraciones y la siguiente podría ser la paciencia de los ciudadanos.

El Gobierno y la Generalitat se están convirtiendo en juguetes en manos de unos gobernantes dispuestos a destrozar todos los principios básicos del gobierno democrático, justamente en nombre de la democracia, interpretada libremente y contradictoriamente por ambos. En esta guerra sin cuartel, cada uno utiliza lo que tiene a mano, que no es exactamente lo mismo, dado el desequilibrio evidente de fuerza entre el todo y una parte. Cada uno atiza al Estado de derecho todo lo que puede, según sus posibilidades.

Las cloacas del Estado al servicio de un gobierno o de un partido presentan un balance demoledor para el buen nombre de las instituciones, y el ocultamiento de los planes jurídicos-represivos para proteger a la Constitución sitúan al Gobierno Rajoy en el mismo plano en el que transitan quienes pretenden vulnerarlo con astucias diversas para cumplir su hoja de ruta.

La equidistancia crítica es vista, mejor mal vista, como demostración de una supuesta falta de convicción democrática

El Gobierno autonómico de JxSí y sus aliados imprescindibles de la CUP apelan al acoso del Estado (ellos lo denominan persecución) y a los vicios exhibidos por éste para actuar bajo mínimos democráticos: leyes ordinarias creadoras de legalidades excepcionales, secretismo gubernamental, presión económica a los medios de comunicación no militantes de la causa. 

El espectáculo es deprimente y, lo peor de todo, ambos contendientes pretenden hacernos creer que la gravedad de la situación exige una alineación nítida con unos y contra otros; la equidistancia crítica es vista, mejor mal vista, como demostración de una supuesta falta de convicción democrática. Para obtener este nuevo carnet de demócratas, deberíamos ser cómplices de uno u otro desvarío: o nos bajamos a la cloaca porque todo vale para defender la legalidad o aplaudimos la desobediencia porque no se ha sabido encontrar otra vía política; o aceptamos la desmesura jurídica justificada en el peligro para una idea determinada de España, o nos tragamos el sapo del gobierno secreto porque la transparencia perjudica la defensa de la democracia, como se atrevió a decir el nuevo portavoz del Govern, Jordi Turull, ante los periodistas. La mayoría de los profesionales se quedarían estupefactos; otros, no. 

Atrapados en esta quinta dimensión del caos político provocado por unos políticos caóticos, a olvidar democráticamente en cuanto podamos, solo nos queda el yoga trapeze, columpiarnos cabeza abajo intentando no sucumbir a sus miedos, a su desorientación y a sus intereses electorales. Evitando básicamente el contagio de sus obsesiones. Para cuando todos ellos sean material de hemeroteca, el problema de qué España es posible y cuál debe ser la relación de Cataluña con el conjunto seguirá ahí, complejo, profundo y un poco más urgente. Solo las asanas colectivas pueden evitar que el viejo conflicto se envenene sin remedio.