Pensamiento

Ríanse de las naciones

19 marzo, 2016 00:00

Los europeos podemos sentirnos orgullosos de haber desarrollado una idea brillante para la convivencia democrática: en aquellos aspectos en que el sentimiento y la creencia predominan sobre la razón, las instituciones de todos deben permanecer neutrales. A ello hemos dado en llamar 'laicismo'.

¿Cómo gestionar la diversidad del sentimiento y la creencia si no se pueden utilizar argumentos racionales para llegar a consensos?

Comoquiera que la democracia consista en la gestión de la diferencia a través de la representatividad y el debate racional, ¿cómo gestionar la diversidad del sentimiento y la creencia si no se pueden utilizar argumentos racionales para llegar a consensos? Lo más inteligente es que estos aspectos queden fuera del espacio gestionado por lo común, fuera de las instituciones que han de representarnos a todos y que sean las personas con sus creencias y sentimientos quienes las gestionen individual o colectivamente. Así, protestantes y católicos franceses tienen sus comunidades y medios para practicar sus creencias y sentimientos de pertenencia a sus respectivas comunidades religiosas. La República no será ni católica ni protestante ni las dos cosas a la vez. Simplmente la República no 'es' en esa materia. El laicismo es una respuesta inteligente para garantizar la convivencia cuando los argumentos racionales no son efectivos.

En el caso de la religión, la izquierda española ha tenido un papel crucial en la laicización del país. España inaugura su constitucionalismo afirmando en Cádiz (art. 12) su catolicidad perpetua. La actual Constitución reconoce la aconfesionalidad del Estado en materia religiosa, lo cual implica que, en nuestro caso, la 'República' sí 'es', pero solo como árbitro y colaborador. A partir de este momento el papel de la izquierda se ha mostrado crucial para mantener una actitud laica, pues en múltiples ocasiones sectores católicos han intentado interpretar la aconfesionalidad como un tipo de catolicismo light en que el Estado seguiría siendo católico en múltiples manifestaciones y tradiciones pero sin imponerlo a nadie. Para la izquierda española, siguiendo la estela del laicismo francés, un ateo, un musulmán o un evangelista no tienen por qué ver al jefe del Estado, de su Estado, participando en ceremonias de Estado católicas. Para una parte de la derecha española, nada malo hay en ello siempre que no se imponga a nadie acudir a ellas pues responde a una tradición y los sentimientos de la mayoría. La izquierda española, mucho más que la derecha, ha sabido comprender la trascendencia de que en cuestión de sentimientos y y creencias las instituciones de todos han de ser neutrales, pues no se pueden legislar los sentimientos.

La izquierda española, mucho más que la derecha, ha sabido comprender la trascendencia de que en cuestión de sentimientos y y creencias las instituciones de todos han de ser neutrales, pues no se pueden legislar los sentimientos

Sin embargo, el ámbito de la creencia y el sentimiento es más amplio que el espacio de las religiones codificadas. La brillantez del concepto de 'laicismo' reside en su lógica, no en su actualización unívoca católica/protestante/musulmana. Cuestiones como las lenguas o las naciones son susceptibles de entrar en la misma categoría cuando un territorio es diverso y complejo y sirven para crear comunidades afectivas.

En España existen diferentes sentimientos de pertenencia nacional (y, en cuestión de naciones basta el sentir colectivo para ser). Pese a esta variedad nacional, en este ámbito de sentimientos nuestra Constitución se define 'católica', por así decir. Se legislan los sentimientos y se dejan fuera (o se obliga a estar dentro) a quien no comparta el sentimiento. De poco sirve aseverar que la 'nación' recogida en la Constitución está carente de sentimientos y se limita a ser el sujeto de la soberanía común de todos los españoles sin imponer rasgos de identidad. De poco sirve. El concepto es suficientemente polisémico como para encapsularse en una aséptica y contemporánea nación y unas sentimentales 'nacionalidades'.

Ante esta situación nos encontramos con varias posturas. Una inmovilista que mantiene la 'confesionalidad' del Estado en esta cuestión y otra reformista en la que entrarían las diferentes sensibilidades de Podemos, PSOE y C's. La reforma federal de la constitución es el marco en que el debate sobre la nación y las naciones españolas se desarrolla. Pero hete aquí que cuando uno esperaría que la izquierda pusiera encima de la mesa la relativización del concepto de nación y la laicidad del Estado para no imponer a nadie un sentimiento de pertenencia o una sensación de exclusión por parte de las instituciones que nos representan a todos, la propuesta que gana fuerza es que España deje de ser un estado confesional y pase a ser un estado pluriconfesional. De un Estado-nación a un Estado plurinacional, de ser católicos oficialmente a ser católicos, evangélicos y musulmanes oficialmente.

Se nos propone que la arquitectura del país se cimiente sobre los sentimientos de pertenencia a naciones en lugar de extraerlos de las instituciones

Se nos propone que la arquitectura del país se cimiente sobre los sentimientos de pertenencia a naciones en lugar de extraerlos de las instituciones, pasar de ser obligados a pertenecer a la nación española a obligados a pertenecer a la nación vasca o a las dos. No se trata de negar las naciones españolas o la nación española del mismo modo que el laicismo religioso no consiste en oficializar el ateísmo. Se trata de dejar que las naciones desarrollen su vida cultural y social sin el marchamo de la oficialidad.

¿Cuáles serían, en mi opinión, las consecuencias de una Constitución plurinacional o pluriconfesional en materia de sentimientos nacionales?

1. El reconocimiento de la plurinacionalidad constitucional podría resolver la tensión independentista actual. Quizá, pero probablemente de modo momentáneo. Al poner en el centro de la vida institucional un concepto de pertenencia sentimental, estamos abonando el espacio público para que germinen con mayor virulencia las tensiones nacionales. Al hacer un Estado pluriconfesional en lugar de laico, el motivo de conflicto se perpetúa y se incrementa.

2. Estaríamos creando minorías nacionales dentro de las naciones reconocidas. Dentro de la nación vasca tendríamos una minoría nacional no vasca a menos que obliguemos a todo habitante vasco a sentirse miembro de la nación vasca. ¿Cómo convivimos con los planteamientos de extensión nacional de Cataluña en Valencia o Euskadi en Navarra? No vamos a mentar sangrantes casos de la reciente historia europea para darnos cuenta de que vamos, por esta vía, a un lugar digamos poco armonioso.

La socialdemocracia española y, con más intensidad, la catalana se equivocan al poner como horizonte en su reforma federal una España plurinacional

3. A medio plazo, las tensiones económicas entre las naciones reconocidas pondrían en peligro la socialdemocracia y su producto: el Estado de bienestar. ¿Tendría el PNV más o menos fuerza a la hora de pedir romper la caja única de la seguridad social en una España a cuatro naciones? Los nacionalistas de cada una de las naciones tendrían mayor fuerza argumental a la hora de establecer una justicia social limitada a la nación.

Así que, sí, creo que la socialdemocracia española y, con más intensidad, la catalana se equivocan al poner como horizonte en su reforma federal una España plurinacional. Echo de menos una izquierda inspirada en su tradición laicista, una izquierda que se ría de la nación, de la nación española, por supuesto, pero también de la catalana. Fuera del ámbito de los partidos no cuesta encontrar personalidades del mundo de la izquierda que hagan humor, que ironicen y relativicen el concepto de nación española, pero cuando entramos en las procelosas aguas de la nación catalana la izquierda se torna ceñuda, extremadamente seria, extremadamente, permítanme 'confesional'.

Echo en falta una izquierda laicista cuando de sentimientos nacionales se trata. Saquemos del foco un concepto que nos hace daño. Desde que Boadella dejó Cataluña, nadie se ríe ya en el Principado de la nación catalana.