El líder de la leal oposición ha hecho saber que su majestad está preocupado por lo que pasa en Cataluña, o mejor, por lo que puede pasar. La verdad es que al Rey no se le nota en público ningún tipo de intranquilidad, a menos que alguien pueda creer que tratar la desafección catalana como un catarro pasajero que se combate con unas aspirinas, apelando a las ventajas de la convivencia y las bondades de la unidad, es estar alarmado por un conflicto territorial profundo y abandonado de la mano de Dios por parte del Estado.

Peor que abandonado, confiado al criterio de María Soraya Sáenz de Santamaría, antes abogada del Estado que política, de visión jurídico-reduccionista y con alta estima de su capacidad ejecutiva. Soraya lo tiene claro, en 24 horas va arreglar el entuerto del referéndum. Tanta confianza explica la resistencia de los suyos, de todos los que dirigen el Estado en el que reina Felipe VI, a pensar seriamente en las causas de la reclamación de la mayoría del Parlamento catalán y de casi la mitad de los catalanes. Pensar un poco para aproximarse con respeto al problema y poder dibujar una propuesta inteligente.

El independentismo solamente puede triunfar en este intento gracias al error político del Gobierno Rajoy, el negacionismo combinado con el hiperlegalismo, sostenidos durante años. En realidad, es la gran baza del Gobierno Puigdemont y sus estrategas de la CUP

El referéndum es la manzana de la fabulosa historia del paraíso bíblico. En cuanto el Estado la muerda, se le abrirán los ojos y todo lo que ha negado hasta aquel instante, la magnitud real del soberanismo, se le aparecerá con toda la fuerza de los hechos consumados. El independentismo solamente puede triunfar en este intento gracias al error político del Gobierno Rajoy, el negacionismo combinado con el hiperlegalismo, sostenidos durante años. En realidad, es la gran baza del Gobierno Puigdemont y sus estrategas de la CUP.

Hay quien presume una gran habilidad electoral en la actitud del PP: estando convencidos de que el independentismo alcanzó hace meses el máximo respaldo popular, insuficiente para lograr sus propósitos, adecuado para asustar a las buenas gentes, se trata tan solo de exhibir autoridad ante los revoltosos para ganar votos en el conjunto de España. Siguiendo esta argumentación, la formulación de una propuesta sería un síntoma de debilidad, un pecado electoral.

Así pues, el Estado está tranquilo, con la excepción del Rey que no lo está, pero lo disimula por imperativo constitucional, se supone. A Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias les corroe una cierta ansiedad, moderada por su escasa capacidad para articular una propuesta conjunta y creíble. Lo más cómodo para ellos es esperar al desenlace del presente episodio de tensión territorial; luego, evaluar los destrozos, apartar a las víctimas políticas, aprender la lección y comenzar de nuevo. Pero no de cero. O asistir desde la tribuna de invitados del Parlament a la proclamación de la República catalana.