Al término del partido FC Barcelona-PSG, el presidente Puigdemont tuiteó: "No hay nada imposible. El Barça lo acaba de demostrar jugando al fútbol. Cataluña lo demostrará decidiendo su futuro. Y diremos: yo estaba allí".

La utilización política del Barça no es nueva. De hecho, la utilización política de los éxitos deportivos de cualquier clase, especialmente los futbolísticos, es un lugar común, sobre todo por gobiernos que tratan de tapar problemas económicos o déficits democráticos con la exaltación nacionalista. Baste recordar la utilización de los éxitos del Real Madrid por el franquismo, o de la selección argentina por la dictadura de Videla.

Entrando al trapo, si hacemos un análisis de los éxitos del Barça, veremos que se basan justo en unos fundamentos antagónicos a los que pretenden imponer en Cataluña los políticos nacional-secesionistas.

En una cena en la que coincidi con Bartomeu hace un par de años, el presidente blaugrana defendió no sólo la conveniencia de que el Barça juegue la Liga española sino tambien su rivalidad con el Real Madrid, que sirve, según sus palabras, para hacer más fuertes a ambos clubes. No es posible ser el mejor sin formar parte de un campeonato de primer nivel como es la Liga.

El nacional-secesionismo implica la renuncia a ser cabeza de león para refugiarse en serlo de ratón

El nacional-secesionismo implica la renuncia a ser cabeza de león para refugiarse en serlo de ratón. Justo lo contrario de lo que el Barça significa. El éxito del Barça no se basa en encerrarse en sí mismo, ni en imponer una catalanidad sectaria, ni mucho menos la lengua. Sí en fichar a los mejores, aunque hablen castellano y no tengan la menor intención de dejar de hacerlo. La Cataluña más parecida al Barça, si queremos establecer analogías siempre relativas, es la del final del franquismo y de la Transición, y no con la que se mira el ombligo y busca el aislamiento para garantizar la primacia social y económica no de los mejores sino de los adeptos que quieren mantener sus privilegios a costa de empobrecer al conjunto del país. Se utiliza la lengua para limitar la competencia en el acceso a puestos de trabajo en escuelas, administración, medios de comunicación públicos o en el acceso a las subvenciones. No se busca la excelencia sino la adhesión de los mediocres, de los que quieren un mercado cautivo.

Eso sí, hay que reconocer que la situación del señor Puigdemont se parece a la de Luis Enrique. Ambos tienen fecha de caducidad. ¿Pero quiénes son en su Gobierno los Messi, Neymar, Suárez, Iniesta, Busquets, Piqué o Mascherano?

Por último, tampoco el árbitro, la UE y los países de nuestro entorno van a serles favorables, ni tan siquiera neutrales, como ya han manifestado reiteradamente.

Los dirigentes del nacional-secesionismo, si actuaran movidos por el bien común de los catalanes, deberían apelar menos a la épica y actuar con más racionalidad y sentido común. No abusar de sobrevalorar las oportunidades y despreciar los riesgos. No creerse el Tridente, y sí, por contra, aprender de Urkullu o de Salmond.