Alfredo Pérez Rubalcaba ha descrito muy bien en qué consiste la técnica del diálogo que propugnan Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en la misiva que publicaron en El País este lunes exigiendo un referéndum. "Vamos a dialogar porque quiero que me des lo que yo quiero y, si no me lo das, ya sabes que lo voy a hacer en cualquier caso de manera empecinada te pongas como te pongas...". En efecto, tras la apelación al diálogo no hay otra cosa que amenaza y chantaje. Nada diferente de lo que vienen haciendo desde 2012 cuando Artur Mas se presentó en La Moncloa exigiendo un pacto fiscal a cambio de no iniciar un proceso de secesión, aunque si se lo daban su objetivo ya declarado era irse igualmente, antes o después. A la negativa con sordina de Mariano Rajoy, el soberanismo lo llamó "portazo" cuando, en realidad, el presidente del Gobierno se limitó a emitir una anodina nota de prensa rechazando el concierto fiscal que reclamaba CiU, pero llamando formalmente al diálogo en otras cuestiones. Esa discreción se vio arrollada por la apoteósica rueda de prensa del president en la delegación del Govern en Madrid donde anunció que ponía rumbo a Ítaca. Muchos medios catalanes califican desde entonces de "portazo" lo que no fue otra cosa que una actitud timorata, un suspenso absoluto en comunicación política por parte de Rajoy.

Tras la apelación al diálogo por parte de Puigdemont y Junqueras no hay otra cosa que amenaza y chantaje

Tras las elecciones de noviembre de 2012, en las que Mas perdió 12 diputados y tuvo que hacer suyo el programa de ERC, se orquestó la consulta soberanista de 2014. Nuevamente, volvieron a blandir su particular técnica del diálogo porque, pese a estar suspendida por el Tribunal Constitucional, la acabaron celebrando bajo otro nombre. Los independentistas fueron a votar y se quedaron tan contentos, aunque el 9N no dirimió nada porque un 30% del censo no puede imponer una ruptura al resto. Al año siguiente, decidieron que querían volver a contarse en unas elecciones que llamaron plebiscitarias. En septiembre de 2015, El País publicó otro artículo de Mas junto a Junqueras y otros acompañantes de la coalición electoral Junts pel Sí, titulado A los españoles. En síntesis los firmantes afirmaban que ahora la cosa iba en serio, que ya "no hay vuelta atrás, ni Tribunal Constitucional que coarte la democracia, ni Gobiernos que soslayen la voluntad de los catalanes", y que el 27S los catalanes iban a decidir su relación con España, si querían ser como Holanda o Suecia, regirse con plena capacidad. Llamaban a todos los demócratas a asumir el mandato de las urnas. La Cataluña agraviada se había cansado de ofrecer diálogo frente a siglos de imposición, decían.

Con una participación electoral récord, el bloque separatista perdió su autoplebiscito, al que se habían entusiásticamente convocado para arrancar a los catalanes nada menos que "el vot de la teva vida". Pero en lugar de aceptar el resultado y sacar consecuencias de ello, tras unos meses de mucha confusión y cambiar a Mas por Puigdemont, decidieron volver a exigir un referéndum como si nada hubiera pasado. Eso sí, apelando a ese curiosa técnica del diálogo que consiste en "déjame hacer lo que yo quiero porque pienso hacerlo igualmente". Y ahora de nuevo llaman "portazo" a la negativa del Gobierno, PP, PSOE y Ciudadanos a aceptar su lenguaje chantajista. El final interminable de esta historia ya sabemos cuál será. Volver a contarse una y otra vez, próximamente en unas elecciones autonómicas disfrazadas de constituyentes, para ver si algún día les suena la flauta y pueden afirmar que ya han ganado. ¡Ay, qué pesados!