El PSC rompió la disciplina de voto del grupo parlamentario del PSOE porque podía hacerlo y creyó que era lo más beneficioso para sus intereses. Es muy probable que la mayoría de los actuales dirigentes de Ferraz no tuvieran ni idea de lo que decía el pacto fundacional del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE). Ahora ya lo saben. Y no les gusta por lo que Susana Díaz define como asimetría con las demás federaciones del partido. Han leído el documento, pero se resisten a aceptar lo que dice la letra: los socialistas catalanes militan en un partido jurídicamente diferente al suyo. Esta es la cuestión, el resto, lo de la nación de naciones, es humo de colores porque si en una cosa están de acuerdo unos y otros es en la Declaración de Granada, una apuesta por el federalismo orgánico que no sabe de naciones soberanas sino de comunidades sentimentales y culturales beneficiarias del reconocimiento de los derechos históricos en el mejor de los casos.

¿Por qué no cierran pues los socialistas este conflicto, cuando tienen tantos problemas por solucionar? Porque no les conviene a los gestores del PSOE

¿Por qué no cierran pues los socialistas este conflicto, cuando tienen tantos problemas por solucionar? Porque no les conviene a los gestores del PSOE. Los dos grandes objetivos del equipo de transición que trabaja, supuestamente, para la lideresa andaluza, son ganar el congreso y enterrar lo más hondo posible los ecos de su abstención frente a Rajoy. Para lo primero, necesitan recuperar la disciplina interna y cerrar filas de fieles y disidentes arrepentidos hasta alcanzar una cómoda mayoría para ganar el congreso. Para lo segundo, un titular alternativo, atractivo y persistente en el tiempo. Para lo uno y para lo otro, la tensión con el PSC les viene a las mil maravillas. Con un eslogan les basta para las dos urgencias: aquí no se aceptan indisciplinas y mucho menos privilegios de los catalanes.

El PSC es al PSOE lo que el gobierno de Puigdemont para el PP, un interesante conflicto para obtener réditos electorales y un artilugio de fuegos artificiales mediáticos para tapar cualquier déficit. Los socialistas catalanes se han convertido en un juguete táctico para los deprimidos dirigentes de Ferraz, que se agarran al muñeco para aliviar sus penas, porque lo que no han perdido es la habilidad para sobrevivir.

El PSC es al PSOE lo que el gobierno de Puigdemont para el PP, un interesante conflicto para obtener réditos electorales

Miquel Iceta y los suyos no estaban preparados para ser un factor instrumental de cohesión interna de los socialistas españoles. Creían, seguramente, que esto se arreglaba con una multa y un padrenuestro de contrición. El caso es que las cosas no van por donde habían previsto, y aunque ellos pueden entender los intereses tácticos y coyunturales del PSOE para exhibir la mayor de las durezas para con los socios fraternales catalanes, temen que no todo el PSC vaya a soportar o tolerar el tono de deslegitimación que están utilizando algunos barones territoriales. Una reacción de beligerancia verbal simétrica a la de estos barones llevaría la crisis al extremo de la ruptura. Un mal negocio para los dos partidos.

El pacto del PSC con el PSOE pudo romperse en muchas ocasiones por motivos muchos más serios que el actual. Muy probablemente hubiera sido positivo para ambos, cuando surfeaban sobre un millón y medio de votos en Cataluña. Defendiendo cada uno un flanco diferente de este rico y complejo espacio electoral, tal vez, el éxito de Ciudadanos en el Parlament no se habría producido y el ascenso de Comuns-Podemos habría sido mucho más modesto. Ahora es tarde, instalados en la miseria electoral, una confrontación en las urnas entre un PSOE defensor del españolismo más antiguo y un PSC atrincherado en el catalanismo para combatir el soberanismo podría llevarles a los dos a obtener unos resultados paupérrimos para unos supuestos partidos de gobierno.