Esto, lo nuestro, lo del intento de solventar a la brava el viejo conflicto territorial de España y Cataluña, va a acabar mal. Para todos, claro. Y lo peor es que la cuestión de fondo quedará pendiente. Tal vez, en una situación más difícil de enfrentar que la existente el primer día del procés. A estas alturas de inmovilismo y desobediencia, la única esperanza es que habrá un día de mañana, aunque todavía es prematuro aventurar cuáles serán las circunstancias dominantes en este futuro, a unos meses vista. Dependerá de la virulencia jurídica y de la indignación popular con la que se resuelva esta primera hoja de ruta del independentismo en el siglo XXI.

En lo que sí podrían ir avanzando los principales protagonistas del contencioso y algunos de los secundarios más ocurrentes es en pensar cómo explicaran para los suyos y para la historia algunas de las decisiones tomadas, algunas de las falsedades proclamadas y la justificación de los pactos antinaturales establecidos para seguir con la hoja de ruta. Artur Mas, Oriol Junqueras, Carme Forcadell, Carles Viver i Pi-Sunyer, Carles Puigdemont, Raül Romeva, Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaria, Jorge Fernández Díaz y otros tantos dirigentes independentistas y unitaristas deberán explicar lo hecho, lo que había de cierto o falso en sus posiciones y declaraciones, lo pagado, lo instrumentalizado contra el adversario, lo inventado.

Los errores y las frivolidades, pero también las causas razonables del conflicto territorial innegable, merecerían una comisión de investigación de carácter internacional

Los unos para defender un sueño legítimo, pero de perspectivas temporales improbables (salvo creación de una coyuntura de revuelta popular) y los otros por apalancarse en su cerrada negativa a ofrecer una salida política y jurídicamente viable a las aspiraciones de la gran mayoría de los catalanes decepcionados por la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatut aprobado en referéndum.

Una crisis tan seria como la creada durante tanto tiempo entre las instituciones del Estado y la Generalitat y el Parlament de Cataluña, en uno y otro sentido, no puede quedar nada o simplemente blanqueada por el resultado de unas elecciones, sean autonómicas o generales. Los errores y las frivolidades, pero también las causas razonables del conflicto territorial innegable, merecerían una comisión de investigación de carácter internacional.

Las posiciones de los protagonistas (los de aquí y los de allí) se han demostrado irreconciliables, fundadas en verdades artificiales construidas por el paso de los siglos utilizadas para intereses políticos actuales, lo que permite aventurar que ninguna investigación de los hechos de estos últimos años va a prosperar si depende de los afectados. No se trata de que nadie, de que ningún observador internacional pueda ofrecer una solución al tema que es cosa nuestra. Solo que, llegado el momento, cuando se haya superado el impacto del choque de trenes, ayuden a la opinión pública a conocer como unos y otros nos han entretenido, preocupado, ilusionados o engañado.