En Rinconete y Cortadillo, Miguel de Cervantes retrata a dos jóvenes de entre catorce y quince años, Pedro del Rincón y Diego Cortado, ladronzuelos y tahúres que llegan a la Sevilla del siglo XVII para descubrir que el hampa de la ciudad se halla dirigida por Monipodio, que los tomará bajo su tutela y los nombrará miembros de la cofradía de rufianes. Como dice uno de sus nuevos compañeros, son ladrones "para servir a Dios y a las buenas gentes". El propio Rinconete acaba por decidir que propondrá a su compañero no durar mucho "en aquella vida tan perdida y tan mala, tan inquieta, y tan libre y disoluta". La novela de Cervantes, con su moraleja, nos da la visión del pícaro que al principio engaña, roba, pero que con el tiempo pasará a mayores si no es capaz de ponerle freno.

Llegar a consagrarse como delincuente y acabar en la cárcel puede ser un camino muy corto. Demasiado. Y más cuando no asusta esa consecuencia, sino que se cree que al tener la vida por delante, no importa pasar unos años encerrado, a fin de cuentas, da lustre y forja una leyenda que hará que tus compadres te miren con respeto.

Llegar a consagrarse como delincuente y acabar en la cárcel puede ser un camino muy corto. Y más cuando se cree que pasar unos años encerrado, a fin de cuentas, da lustre y forja una leyenda que hará que tus compadres te miren con respeto

La policía de Costa Rica ha alertado sobre la gran cantidad de adolescentes que imitan el mensaje que contienen telenovelas y películas en las que se ensalza al delincuente y que ofrecen una visión distorsionada de las mafias. Es relativamente sencillo tentarlos, mostrándoles imágenes en las que el narco es el líder, al que todos obedecen, rodeado de mujeres que suspiran por él, que es dueño de todo lo que le place. Y si para conseguirlo hay que matar, extorsionar o mutilar, no importa, el premio lo vale. Nada de esto es nuevo, ni creo que tampoco la ficción sea la culpable de esa elección, hay otros factores a tener en cuenta, el entorno familiar, la falta de igualdad de oportunidades, la propia sociedad en sí, arrastran o empujan a esa opción.

Algunos no necesitan series de televisión para inspirarse, han nacido en mitad de la mafia. Son los baby capos. En Italia, la Dirección Nacional Antimafia dirigió un informe al Parlamento en 2016 en el que alertaba de estas nuevas generaciones de asesinos muy jóvenes, criados en entornos mafiosos, en los que de niños aprenden cuál es su lugar, ocupar el de los capos que vayan cayendo. Son asesinos de quince, dieciséis años o poco más. Son muy violentos, gastan grandes cantidades de dinero, exhiben armas y coches para los que no tienen permisos y no le tienen miedo a nada, lo han aprendido de sus mayores. No se mata solo por dinero, por venganza o simplemente porque sea un trabajo. También se mata para preservar el honor, el respeto que todo hijo de capo mafioso considera sagrado. Por esto, por respeto, Alex Pititto, de quince años, hijo de un capo de la 'Ndrangheta, mató a su mejor amigo, Francesco Prestia, descerrajándole tres tiros. La falta de su amigo fue poner un “me gusta” y hacer un comentario en Facebook en la fotografía de una chica que ambos pretendían. De nada sirvió conocerse desde niños, ni que por edad casi lo sean todavía. Pititto irá a prisión, pero no importa, ha defendido su honor. Le auguro un futuro prometedor.