"Contacto contigo para hacerte partícipe de la bomba informativa que estallará el próximo miércoles 18 de enero. Se trata de una trama corrupta que orquestó una estafa millonaria utilizando famosos como reclamo y sin importarles que entre las víctimas hubiera también niños".

Este es un pasaje del mensaje que envió a la prensa el ex presidente de la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas (ACVOT), Roberto Manrique, contratado, ahora, como portavoz de comunicación por los antiguos dirigentes de la desaparecida ONG Intervida. Si la coherencia y el sentido común no fuesen una excepción en los tiempos que corren, esa nota de prensa, fraguada y comunicada de aquella forma oscurantista, malintencionada, enigmática y mezquina, ya hubiera sido motivo suficiente para no asistir la convocatoria. Pero fuimos.

"Bomba informativa", "estallará", "niños víctimas", "famosos". ¡Quién podía resistirse a la tentación ante tamaño caramelo! Efectivamente, el día 18, la presencia de medios de comunicación en la sala de actos del colegio de periodistas para escuchar cómo lloriqueaba uno de aquellos ex dirigentes de la extinta ONG fue masiva. Entre esos periodistas, quien suscribe este artículo.

El montaje al que sometieron a los medios de comunicación fue mendaz, grotesco, un verdadero insulto la inteligencia. Se trataba de un ex imputado, despechado, que cargaba contra el juez y contra los administradores de la ONG que él y sus amigos habían dejado para el arrastre. Pero ahí estábamos todos, escuchando aplicaditos, en silencio reverencial, tomados notas con buena letra (no se nos fuera a pasar algo por alto), de alguien que tenía en sus manos una "bomba a punto de estallar".

¿Qué nos está pasando? ¿Qué le está pasando al periodismo? ¿Dónde está el espíritu crítico?

Y pasaban los minutos, y la bomba no estallaba, y el ridículo se extendía poco a poco en aquella sala de actos mientras algunos periodistas, los más veteranos, se miraban unos a otros arqueando las cejas y tapándose la boca, casi como quien se tapa las vergüenzas. Mientras tanto, otros, azuzados por Manrique, provistos de cámara, micrófono y un minuto de gloria en las mañanas televisivas, se prestaban a decir incoherencias amarillas y bastardas sin inmutarse lo más mínimo, y lo que es aún más grave, con la satisfacción de la misión cumplida.

Vergonzoso el atrezzo, vergonzoso el contenido. Pero la canallesca, y yo en primera fila, no dejábamos de tomar notas ante aquel conjunto de infamias, maceradas convenientemente con gotas de victimismo mal disimulado y servidas sobre la imagen de niños pobrecitos, un imagen que siempre le suele dar un toque emotivo a aquelarres como éste. Pero aún así, como digo, los periodistas, actuando como autómatas desprovistos de cerebro y corazón y, lo que es aún más patético, algunos, incluso, convencidos de que estaban "haciendo lo que se tenía que hacer", compraron (compramos) aquella bazofia y la plasmamos en nuestros medios.

¿Qué nos está pasando? ¿Qué le está pasando a esta profesión? ¿Dónde está el espíritu crítico? ¿Dónde está esa militancia indispensable en pro del cuestionamiento sistemático y obligatorio de la información que alguien, siempre interesado, lanza en un embudo tras metérnoslo en la boca? ¿Por qué es tan fácil conducirnos a todos como borreguitos o como gallinas famélicas y atontadas, titas, titas, titas, detrás del panizo que lanzan mientras se ríen escondidos tras el telón?

No hace ni un mes del caso Nadia y se supone que de los errores deberíamos de aprender. Pero no es así. Esta profesión parece narcotizada, sumida en una vertiginosa y tristísima involución, a merced de cualquier mentecato que moviendo cuatro hilos y azuzando cuatro sentimientos primarios (y cuatro euros) pueda tocar la flauta y pedir que le sigamos.

Si eso ha logrado hacer un ex imputado despechado y mal actor como Puertas, ¿qué no podrán hacer con nosotros los poderes del Estado, de la banca, de la Iglesia, o de la Bolsa?

Un sudor frío recorre mi espalda mientras busco, como si se tratase de un purgante, dónde se vende la dosis de irreverencia e impertinencia precisa y necesaria en este oficio para poder entrar en calor.