Los independentistas perderán la batalla política igual como perdieron la compostura moral por su montaje falaz, pero han llevado la iniciativa ideológica por lo rompedor de su propuesta en un contexto de confluencia de crisis. Esa iniciativa ha focalizado los análisis en sus creencias y propósitos, tapando casi las otras partes del conflicto que padecemos. La coalición de ERC, PDeCAT y la CUP, el Govern de la Generalitat, Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y Carme Forcadell son los máximos responsables de la tensión actual y con ellos habrá que ajustar cuentas, las políticas, las electorales y las demás que procedan. Conviene que quede bien sentado.

Los dirigentes del PP, Mariano Rajoy y sus gobiernos, han alimentado el conflicto por acción o por omisión. Es cierto que no podían plegarse a las demandas de los independentistas, de haberlo hecho habrían vulnerado la Constitución y creado un conflicto aún mayor, pero el recurso del PP contra 114 artículos del Estatuto de Autonomía de 2006 constituye su pecado original. Aunque no habría que olvidar que hubo otros recurrentes: el Defensor del Pueblo (Enrique Múgica Herzog), contra 112; y cinco Comunidades Autónomas (Región de Murcia, La Rioja, Aragón, Baleares y  Comunidad Valenciana), contra diversos artículos, y que, pese al celo interpretativo del Tribunal Constitucional, el Estatuto salió sustantivamente incólume de la sentencia, por lo que cabe hablar de fracaso del PP, que tuvo que envainársela, pues 100 de los artículos recurridos fueron declarados constitucionales.

Rajoy es presidente del Gobierno central desde diciembre de 2011. La radicalización independentista y su traducción en proyecto secesionista han tenido lugar bajo su presidencia por lo que no ha sabido, o no ha querido, afrontarlos con imaginación y coraje políticos. A los radicales independentistas sólo se les puede contentar con la aceptación de la independencia, pero los radicales no son nada sin una masa de seguidores, sobrevenida y heterogénea. Es ahí donde el quietismo de Rajoy es de una gran responsabilidad. Propuestas serias enmarcadas en la Constitución habrían contentado a una parte destacada de aquella masa, reduciéndola numéricamente y desactivando la virulencia del conflicto.

La radicalización independentista y su traducción en proyecto secesionista han tenido lugar bajo la presidencia de Rajoy, por lo que no ha sabido, o no ha querido, afrontarlos con imaginación y coraje políticos

Tampoco ha sabido ofrecer un proyecto renovado de España, de su articulación territorial y de su cohesión social. Remacha su anonadación de la voluntad política cuando permite que la cúpula del PP salga en tromba contra la propuesta conjunta de PSOE y PSC de reforma constitucional y de negociación de las reclamaciones materiales fundadas de Cataluña, hoy por hoy la única propuesta estructurada y ambiciosa que se ha formulado para desbloquear la situación.

Hay más partes del conflicto y no con poca responsabilidad: Òmnium Cultural, que nace a mediados de 1961 para defender la cultura y la lengua catalanas, entonces perseguidas, y que ha pervertido su función originaria; la Assemblea Nacional Catalana, fundada en 2011 con el único objetivo de conseguir la independencia de Cataluña; la Associació de Municipis per la Independència, constituida en 2011 por ediles y alcaldes de pequeños y medianos municipios que lo menos, pero lo más grave, que se puede decir es que los asociados traicionan su propia condición de cargos públicos sometidos a la ley y obligados a respetarla. Las tres organizaciones se encargan en la división del trabajo independentista, de la agitación-intoxicación y de la organización de las manifestaciones en la calle, alentando y exigiendo acción a las instituciones copadas por los independentistas. (“President, posi les urnes”, clamaba Carmen Forcadell cuando era presidenta de la ANC, dirigiéndose a Artur Mas, que las puso, pero eran de cartón.

Una equivocada noción de la “corrección política” combinada con la beata aceptación de una superior “razón popular” han obviado la responsabilidad de la masa de seguidores, que es ciertamente heterogénea, compuesta —valga la simplificación— de fanáticos, engañados e ignorantes. Las dos últimas categorías, constitutivas del grueso de los seguidores, se mueven (y votan) por emociones, indignación, rechazo, banderas, color, fiesta… Una amalgama de sentimientos que les impide reflexionar sobre una apuesta tan absurda como la independencia de Cataluña. Parecida falta de reflexión se dio entre muchos engañados e ignorantes que votaron a favor del Brexit, y que ahora entonan el fúnebre mea culpa: “Si hubiera sabido…”.

Cómo devanar la intrincada madeja de intereses, emociones y errores que componen las partes del conflicto, preservando las conquistas de la democracia, es la cuestión fundamental planteada a los que deseen superarlo.