Macron se hizo popular el día que salió de Bercy, sede del Ministerio de Economía, dispuesto a dimitir rumbo al Elíseo, por el camino más corto: un bateau sobre el Sena, acompañado de Brigitte, su esposa, que él presenta como una asesora crucial. Macron anhela para ella el cargo inexistente de primera dama, pero está lejos del modelo florero de Melania, una Natasha en formol recluida en la Trump Tower. Francia es Francia y en su seno no anidará tan fácilmente el demonio populista, por más banlieu que sigan blandiendo los aprendices de brujo.

Nos alegramos de Macron por la parte que nos toca y giramos la vista sobre su alter ego español: Albert Rivera, al frente de C’s, un partido no tan nuevo que ha perdido muchos años en operaciones hispano-unitaristas de escasa rentabilidad. Si el francés se consagró sobre el Sena, el español lo hizo en un estudio fotográfico despelotado y a cuerpo gentil, una imagen de frescura necesaria en un país tremendista. La doctrina de Macron da a Francia por sabida desde la displicencia pero sin amargura, frente al patriotismo vocinglero de Le Pen. Rivera da a España por recuperada desde la disidencia catalana de los no independentistas aparentemente minoritarios. Le ha faltado doctrina para hacer españolismo en Cataluña como lo hicieron los dirigentes de UCD que fueron al encuentro con el sector de Unió Democràtica de Antón Cañellas, en plena Transición. Aquel fue el turno del Centre Ampli, un intento de construir la fusión a la alemana siguiendo la pista democristiana CDU-CSU de Baviera; Cañellas y Carles Sentís, entre otros, jugaron a vertebrar España desde la moderación, sin duchas escocesas ni rigores indepes, como los que ahora están a punto de concluir tras un vuelo tumultuoso y gallináceo.

El recién escogido presidente de la V República francesa y el líder de C's se perfilan ambos a partir de la caída de las ideologías tradicionales

El recién escogido presidente de la V República francesa y el líder de C's se perfilan ambos a partir de la caída de las ideologías tradicionales. Macron reúne su doctrina en la desmonopolización de la economía francesa y Rivera estampa decenas de retoques a los Presupuestos Generales de Montoro. Ahora mismo, el acuerdo entre el PP y C’s se divide en dos grandes bloques: medidas para recuperar la clase media y trabajadora, a las que se destinarán 1.945 millones de euros, y reformas para un nuevo modelo económico, con una previsión de 2.142 millones de euros. En total suman 4.087 millones de euros, lo que supone un aumento de 322 millones respecto al compromiso que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, asumió a finales de 2016 con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, a cambio del techo de gasto. Todo ello amén de la financiación de los organismos reguladores (CNMV) o de instancias como la Autoridad Fiscal Independiente, a lo que se ha consagrado Luis Garicano, el economista orgánico de la formación centrista.

Cada uno ocupa su lugar, pero la diferencia está en la fuerza, en el descaro del francés frente al español que no alza la voz por no molestar. Desde su paseo en la explanada del Louvre, Macron simboliza ya la desactivación de la sospecha, que siempre acompañó a su predecesor, François Hollande. Al nuevo inquilino del Elíseo le toca componer la metafísica del secreto, ahí donde los países refugian sus conspiraciones. Ya manda, pero si quiere triunfar tendrá que levantar las alfombras socialistas. Ha de saber que, desde los años oscuros de Giscard d'Estany y Chirac, Francia no se deja mandar de menos a más, sino todo lo contrario: se empieza arriba y después, a medida que caen los años, aumentan la inestabilidad y las sospechas, como demuestra diáfanamente el caso de Sarkozy.

Para que le hagan caso, Rivera ha de situar el listón opositor por encima de los pactos de investidura, que el mismo inventó. Debe amenazar con el sorpasso si quiere entrar y salir de Moncloa sin permiso de Soraya y Moragas

¿Y Rivera? Cómo superará su impasse si no se siente con fuerzas para desautorizar a Mariano Rajoy, el hombre estático sentado en el centro de un rizoma envenenado por la corrupción. Claro que no valen las mociones de censura juguetonas de Podemos, pero, para que le hagan caso, Rivera ha de situar el listón opositor por encima de los pactos de investidura, que el mismo inventó. Debe amenazar con el sorpasso si quiere entrar y salir de Moncloa sin permiso de Soraya y Jorge Moragas, y lo tiene bien según el último CIS (C's alcanza el 15%). Si no lo hace así, seguirá siendo un peldaño del centro derecha marianista que se siente moralmente superior, cuando en realidad tiene montones de cadáveres en la despensa.

Europa paga los años de austericidio impuestos por el Eurogrupo. El ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, es una fuente del populismo imperante; y en las actuales condiciones de deuda pública y déficit, ceder más a las políticas de austeridad acabará con la socialdemocracia casi sucumbida, como le pasó al SPD alemán cuando aceptó la represión contra el movimiento espartaquista a cambio de la República de Weimar. No se construye un mundo mejor dejando a la gente en las cunetas. Hoy, en el puesto del socialismo, muchos anhelan una fuerza liberal, reformadora y regeneradora, que podría ser C's. Pero los proyectos de Rivera suenan a balbuceo, les falta delirio y carga social, dos armas demoníacas e imprescindibles en el destino romántico de un líder.

De un tiempo a esta parte, a Rivera se le ve mejor flanqueado, pero queda por descubrir si, como Macron, es un hombre destinado a que se abran a su paso las aguas del mar Muerto

Guillermo de Ockham, invocado en el ante título de esta crónica, le exigió al poder la misma simplicidad que le pedía al origen del conocimiento. A la hora de la praxis, la furia y el camino más corto son el estilete de los campeones. Rivera no tiene las trazas, pero sí el espacio por donde avanzar sin demasiados estorbos. Le compete descubrir cómo se comunican la calle y las instituciones en un mundo desintermediado. Ha vivido en carne propia el estallido soberanista que habla de una crisis de democracia y no ha sabido responder que este supuesto déficit solo es un eslabón más de su establecimiento.

No basta con esgrimir la ilegalidad a los que vulneran los límites. Derrotar dialécticamente al adversario es la mejor forma de combatirlo, aunque este criterio no lo practiquen, por lo visto, ni Carlos Carrizosa (portavoz en el Parlament) ni Fernando de Páramo (secretario de Comunicación) y sí, en cambio, José Manuel Villegas, vicesecretario general de C’s. De un tiempo a esta parte, a Rivera se le ve mejor flanqueado, pero queda por descubrir si, como Macron, es un hombre destinado a que se abran a su paso las aguas del mar Muerto: ¿Dará la talla a la hora de la verdad?