Una de las tensiones fundamentales cotidianas es la que se produce entre el aparentar y el ser. Comentaba Juan de Zabaleta en 1660 que los españoles estaban siempre obsesionados con las apariencias, por la representación de la imagen del individuo: "Todos quieren parecer lo que no son o más de lo que son". Distinguía que en cada ser humano había dos, uno fuera y otro dentro: "El de dentro no se parece más al de afuera que al cuerpo el alma. El exterior es muy compuesto y aliñado. El uno engaña y el otro daña".

Filósofos, sociólogos y antropólogos han recordado, desde enfoques diferentes, que la apariencia no ha de ser entendida como una máscara sino como una práctica cultural y cotidiana que advierte de la complejidad de la realidad. La apariencia forma parte del parecer, luego del ser. En los discursos políticos actuales hay mucho de representación. El éxito del nacionalcatalanismo debe bastante al hacer y hacer parecer. Como si hubieran tenido por cabecera al jesuita Baltasar Gracián, los nacionalistas han entendido muy bien que las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen.

Que si el mandato democràtic del pueblo al Parlament; que si la investigación del 3% es un atac a Cataluña; que si la defensa de la llengua es un asunto de Estat; que si vull ser lliure; que si Madrid ens roba; que si el Estat español persigue; que si els andalusos no trabajan y viven a costa de los catalanes... Una serie de argumentos falsos pero tremendistas que han conformado el mundo objetivo nacionalista de lo cotidiano en Cataluña.

El éxito del nacionalcatalanismo debe bastante al hacer y hacer parecer. Los nacionalistas han entendido muy bien que las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen

Lo más grave de este planteamiento es que esta construcción política y social no desaparece cuando termina la representación nacional de turno, sean discursos individuales o actos colectivos. Estas apariencias son también realidad porque los espacios donde se hacen las representaciones permanecen, y los símbolos y los ritos penetran en la vida cotidiana, entre otras razones, porque se reproducen mediante rituales que tienen un carácter coercitivo. Aunque interesadamente se confunda con la plural y compleja realidad catalana, la realidad nacionalcatalana es puro teatro en cuanto consiste en actuaciones, habiendo actores y público.

Como recordó Erving Goffman en La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959), el teatro cotidiano donde interaccionan los individuos tiene dos espacios: uno es la escena y otro distinto son los bastidores, el backstage. En el escenario la vida --o el proyecto político-- se representa con un lenguaje determinado, mientras que en la parte trasera las acciones se mantienen ocultas o se negocian y, como mínimo, el tono y el léxico del discurso es otro. Algunos, como Vidal o Rufián, no han entendido aún esta elemental dramaturgia, y han hablado en el escenario como si estuvieran en el backstage.

También Juan Luis Vives ya dijo en 1524 que la vida del hombre es como una representación, en la que cada uno ejecuta en la escena el personaje que se le asigna. El humanista valenciano hilaba más fino y hacía una propuesta que, leída en clave de presente, resulta inquietante: "Hay que procurar que en esa comedia anden las pasiones moderadas, porque no sea catastrófico ni manchado de sangre el desenlace, como suele ser en las tragedias, sino apacible y risueño, como acostumbra ser en las comedias". Procúrenlo, representantes de uno y otro lado, aunque todo sea teatro, puro teatro.