Marine Le Pen dice que salvará Francia de sus miedos y de sus crisis, de Europa y del Mundo. Se presenta como la candidata del pueblo. "Au nom du peuple!", figura en el frontispicio de su campaña electoral. El 23 de abril se colocó a la cabeza en 216 circunscripciones (de 577), le votaron 7,7 millones de franceses. En 2002 su padre, Jean-Marie Le Pen, se coló por sorpresa en la segunda vuelta de las presidenciales frente a Jacques Chirac, que lo batió rotundamente con el apoyo del "frente republicano". El éxito de la hija al situarse también en la segunda vuelta estaba cantado por las encuestas. Su derrota frente a Emmanuel Macron es probable, pero no segura. Francia ha dado muestras en más de una ocasión de su imprevisibilidad.

Marine Le Pen ha maquillado y modernizado el programa de su padre, ha puesto sordina a algunas de sus derivas fascistoides, pero en el fondo se sustenta en los mismos pilares: repliegue nacional, restablecimiento de fronteras, prioridad francesa, educación patriótica, freno a la inmigración y desinmigración, salida de la OTAN, del euro y de Europa, denuncia de los tratados de libre comercio... Con esos mimbres llevaría Francia a la ruina y arrastraría Europa a la desintegración. Para bien y para mal Francia no es un país cualquiera. Su suerte nos concierne y nos afecta directamente por su proximidad geográfica y cultural, por su liderazgo europeo, por sus valores cívicos, por su puesto en el ranking mundial… El lepenismo y su expresión política, el Front National, es un movimiento retrógrado, cargado de odio hacia todos los que no piensen, sientan, huelan o reaccionen como ellos, sean franceses o no, cargado de resentimiento por el declive (mejor, transformación) de Francia.

El lepenismo es un movimiento retrógrado, cargado de odio hacia todos los que no piensen, sientan, huelan o reaccionen como ellos, sean franceses o no, cargado de resentimiento por el declive (mejor, transformación) de Francia

En un contexto general de populismos rampantes el lepenismo queda banalizado, con tanto vocerío extremista, con tanto podemos lo imposible, lo insensato, lo innecesario, ya no asusta a multitudes, parece un partido normal al mismo nivel de respetabilidad que los partidos republicanos allí, los constitucionalistas aquí. Es sospechoso el silencio (consentido) ante el fenómeno Le Pen de los populistas populares (de Jean-Luc Mélenchon a Pablo Iglesias) y de los nacional populistas (de Recep Erdogan a los espadas locales), es sospechoso que lo vean con benevolencia hasta con entusiasmo Donald Trump y Vladímir Putin.

Marine Le Pen, que encarna la peste nacionalista, esa afortunada metáfora de Stefan Zweig, se ha convertido --diabólica contradicción-- en una referencia para los nacionalistas de gran potencia y para los nacionalistas de las esquinas del mundo. Es la reina de la demagogia, la más brutal: "conmigo los atentados yihadistas no se habrían producido"; la más cínica hacia el sufrimiento social: "conmigo la fábrica Whirlpool no cerrará"; la más indiferente hacia la gran tragedia histórica de Europa: se aparta (pro forma) de la presidencia del FN y designa para que la ocupe a Jean-François Jalkh, un escéptico de la utilización del gas Zyklon B en los campos de exterminio nazis.

Xavier Bertrand, presidente del Consejo Regional Hauts-de-France, lúcido miembro de la derecha republicana, ha retratado con precisión al lepenismo y ha identificado su antídoto político en las presidenciales: "El FN va bien porque Francia va mal. El FN no resolverá jamás los problemas de Francia porque los necesita. Votaré sin ambigüedad a Macron". Deseemos por el bien de todos que, cuando el 30 de mayo el santoral francés celebre Santa Juana de Arco, Marine Le Pen no se haya montado en la peana republicana.