En la campaña electoral, Trump prometió a los norteamericanos la Luna. En otras palabras, algo matemáticamente imposible: gastar más, ingresar menos y conseguir el equilibrio presupuestario. Probablemente algunos de sus votantes no hicieron cuentas, y los que las efectuaron no dieron al tema la importancia debida. La mayor parte de ellos quedaron seducidos por tres promesas que llevaban largo tiempo esperando: ningún extranjero os quitará un puesto de trabajo; los trabajadores del sector industrial volverán a tener un empleo bien remunerado, y en las tiendas del país los productos made in USA sustituirán a los fabricados en la China.

El despropósito del plan económico de Trump no está en el aumento del gasto público, sino en la inexistencia de una propuesta de financiación del mismo. El nuevo presidente pretende incrementar sustancialmente el gasto en infraestructuras (un mínimo de 500.000 millones de dólares) y en defensa (duplicarlo). El primero es completamente necesario, pues un gran número de ellas tienen un grado de conservación impropio de la principal economía mundial. El segundo constituye una propuesta típica del partido republicano. Con distintas excusas, lo incrementaron sustancialmente Nixon, Reagan y los dos Bush.

El despropósito del plan económico de Trump no está en el aumento del gasto público propuesto, sino en la inexistencia de una propuesta de financiación del mismo

Un programa económico creíble explicaría los tributos que subirá para financiar la expansión del anterior gasto. Trump no sólo no lo hace, sino que promete bajar los tipos de dos de los principales impuestos: el IRPF y el de sociedades. En el primer caso, su pretensión es pasar de los siete actuales tramos a tres, tal como históricamente han realizado numerosos partidos de derechas en distintos países con la finalidad de disminuir el carácter progresivo del impuesto, y beneficiar en mayor medida a los que perciben un salario más elevado (el tipo máximo descenderá del 39,6% al 33%). En el segundo, su propósito es reducir el tipo nominal que pagan las empresas del actual 35% (el efectivo se sitúa alrededor del 25%) al 15%.

Si cumple con lo prometido, el resultado no admite duda alguna. A corto plazo, el país conseguirá un aumento del PIB, pero en seguida los ciudadanos contemplarán que también incrementa significativamente la tasa de inflación y el déficit público. El aumento de la primera impedirá que continúe la monetización de la deuda generada por el segundo. Las consecuencias serán un elevado aumento del tipo de interés a corto y largo plazo. Sus efectos serán muy perjudiciales. En concreto, veremos una caída de los principales índices bursátiles del país, del número de transacciones y del precio del mercado de la vivienda, de la inversión empresarial y del gasto de las familias. En resumen, el país entrará en recesión y es una incógnita lo que hará Trump para salir de ella.

La principal culpa del empeoramiento del nivel de vida de los estadounidenses recae en una sociedad que aprueba y fomenta una gran desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza 

Una gran parte de sus votantes estarán peor de lo que estaban y se arrepentirán de haberle apoyado. Espero que la decepción les sirva para comprender que ni los mexicanos, ni las empresas chinas, ni la cada vez menor actividad del sector industrial son los primordiales responsables del empeoramiento de su nivel de vida. La principal culpa no está en el exterior, sino en el interior. En concreto, en una sociedad que aprueba y fomenta una gran desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza (la creencia es que los ricos y los pobres siempre lo son porque se lo merecen) y también dentro de uno mismo.

Específicamente, en las personas que no han sido capaces de acepar los profundos cambios acontecidos en la economía mundial en las últimas décadas y aclimatarse a ellos. El voto a Trump, o a cualquier otro político populista, no hará que el histórico cinturón del óxido (cuatro de los seis Estados que han pasado de votar demócrata a republicano pertenecen a él) vuelvan ser lo que fueron en los años 60 y 70. En la mayoría de países desarrollados, la progresiva sustitución del sector industrial por el de servicios no tiene vuelta atrás.

En definitiva, podían existir dudas de que Hillary Clinton pudiera ser la solución a los múltiples problemas de la sociedad norteamericana, pero creo que, si los votantes hubieran estudiado en detalle su programa económico, se habrían dado cuenta de que Trump no era la respuesta, sino un problema añadido. Como la esperanza es lo último que se pierde, muchos allá y aquí esperan que en sus venas corra sangre de moderno líder político español. En síntesis, que haga casi todo lo contrario de lo que ha prometido.

PD: Como la actualidad manda, querido lectores, he decidido sustituir el artículo previsto (Las soluciones a las tres discriminaciones del mercado laboral) por el actual. La semana que viene cumpliré lo prometido.