La desobediencia a la justicia española pronto va a ser un mérito imprescindible para recibir la Creu de Sant Jordi. De momento es solo un título de honor para todo buen político de la causa independentista. Ahora le ha llegado el turno a Santi Vila, dispuesto a asumir las consecuencias de su resistencia a cumplir, "por dignidad", una sentencia que obliga a devolver a Sijena las obras expuestas en el Museu Nacional d'Art de Catalunya y en el museo de Lleida Diocesà i Comarcal. De todos los conflictos de desobediencia en curso, al conseller más dudoso de entre los fieles le ha tocado el caso más surrealista de todos: actuar como si fuera un gobernante de un país colonial.

De todos los conflictos de desobediencia en curso, al conseller más dudoso de entre los fieles le ha tocado el caso más surrealista de todos: actuar como si fuera un gobernante de un país colonial

Los bienes histórico-artísticos del monasterio de Santa María de Sijena llegaron a Cataluña a través de una venta declarada nula por no tener las monjas la posibilidad de vender unas obras de arte sacro que formaban parte de un monumento nacional de Aragón, declarado patrimonio protegido en 1923. Las pinturas murales de la sala capitular fueron rescatadas por una expedición catalana en plena Guerra Civil tras los destrozos causados en el edificio por militantes de la cultura del fuego que hoy solo defienden los socios parlamentarios de JxS.

Las obras vendidas de forma improcedente no deberían tener mayor problema para ser devueltas, aun atendiendo a la reclamación del museo de Lleida para cobrar los costes de conservación de todos estos años. Otra cosa son las pinturas murales expuestas en el MNAC como uno de sus tesoros más preciados. Según los técnicos, sería imprudente su traslado por el riesgo de dañar las pinturas y una lástima romper la unidad museística del románico. Además, el Gobierno de la Generalitat alega que debe cumplir con las obligaciones de su declaración como arte catalán protegido por el Catàleg del Patrimoni Cultural Català.

O sea, que el mérito de haber salvado de su destrucción unos bienes culturales de Aragón da derecho a declararlos arte catalán por el solo hecho de haberlos restaurado y protegido durante este tiempo. No hace falta mucha imaginación para suponer lo que diríamos de haber declarado los americanos las piedras y las pinturas románicas trasladadas desde el Pirineo como arte americano. El gobierno catalán esgrime en su defensa el aval del habitualmente tenebroso Tribunal Constitucional, que en su día sentenció que mientras estén bajo su protección, estas obras pueden considerarse un bien cultural de la Generalitat. Mientras estén bajo su protección, es la expresión clave. Pero es que ahora, sus legítimos propietarios las reclaman.

Todas las naciones coloniales aducen haber salvado los tesoros ajenos que lucen en sus museos de la destrucción o del descuido en el que habrían caído por la falta de recursos de los países expoliados

Todas las naciones coloniales aducen haber salvado los tesoros ajenos que lucen en sus museos de la destrucción o del descuido en el que habrían caído por la falta de recursos de los países expoliados. Una obra de caridad en beneficio de la humanidad y su patrimonio cultural. Puede ser que incluso, en su momento, en el siglo XIX, Londres, París o Berlín tuvieran razón en sus sospechas. También Cataluña actuó correctamente en 1936. Pero no ahora. Porque es una falta de respeto desconfiar de la capacidad de Aragón para conservar su propio patrimonio y porque, en el fondo, se intuye que el conflicto del arte sacro es simplemente instrumental. No responde a criterios culturales sino a prioridades políticas. Y la prioridad, desde hace unos meses, es el ejercicio de la desobediencia, como paso previo e imprescindible para forjar una épica de la rebeldía que pueda ser seguida por una mayoría de los independentistas, cuando llegue la hora.