Entender que la vida es de alquiler, que la vida nos es dada pero que nos la hemos de hacer, configura nuestro modo de ser y de estar en un mundo personal, también en la política que todo lo impregna. El voto que depositamos en las urnas lo prestamos, pero es de nuestra propiedad y no de los titulares de la lista que escogemos cada vez. Hay políticos y periodistas que tienen una afición insuperable a lo que se llama ‘voto cautivo’ y al denominado ‘voto útil’ (para su propio provecho, claro está). “Estos votantes son nuestros”, vienen a decir, y como si fueran los capitostes de una secta se sienten seguros para alelar al personal, con frases huecas y viciadas. Hay gente que con sólo oírla, sé que nunca le confiaría mi voto y, ni siquiera, me iría con ellos a tomar un café; con los años, uno se hace más flexible con algunas cosas, pero más estricto con otras.

La xenofobia es un modo de ‘hacer extranjeros’, es un narcótico que se toma para olvidar la evidente condición humana de 'los otros', quienes están en otro lado

Escucho con atención unas conversaciones recientes de George Steiner con Laure Adler. Han tomado forma de libro: 'Un largo sábado' (Siruela). Comparto este pensamiento de Steiner: “Hay que seguir; somos los invitados de la vida para seguir luchando, para intentar que las cosas mejoren un poco. Hacerlo mejor”. Él considera capital que los hombres aprendamos a ser los invitados unos de otros, de lo contrario iremos hacia la brutalidad de guerras religiosas y raciales. El desafío es ser generoso y abierto, no infligir sufrimiento gratuito a nadie. Siempre y cuando no nos engañemos ante el peligro de las hienas, la firmeza en esta actitud permite que anide el espíritu de paz.

George Steiner valora el delicado arte de sentirse en casa en todas partes. No sólo depende de nosotros, los forasteros, también depende de nosotros, los locales. Si los de fuera deseasen incorporar lo más estimable del acervo cultural de donde han llegado, y contribuir a él, y si los de dentro dispensaran respeto personal a los ‘nuevos’, y acaso cariño, el resto sería sólo cuestión de simpatía o filia, como sucede con las amistades.

Todo el mundo conoce la palabra ‘xenofobia’, una voz que describe una actitud irracional y odiosa; la tirria o fobia que se dispensa a los extranjeros, por el mero hecho de serlo. Pero extranjero es el extraño, el distinto a nosotros. La xenofobia es un modo de ‘hacer extranjeros’, es un narcótico que se toma para olvidar la evidente condición humana de los otros, quienes están en otro lado. Racismo y clasismo van juntos de la mano, su egoísmo constitutivo juega con el fanatismo. Son representaciones de una perversión humana que si no se rechaza, nos engulle inexorablemente. ¿Qué hacer? ¿Aplicar xenofilia? No necesariamente. Este otro antónimo supone simpatía hacia los extranjeros. Es un término que no está recogido por la RAE, pero sí en el 'Petit Robert', diccionario de la lengua francesa, o en el 'Webster’s' británico; desde 1906 y 1948, respectivamente. No saquemos conclusiones precipitadas, almacenemos información significativa y quizá luego, cuando sea, podamos extraer alguna conclusión acertada. Pero nadie es mejor o peor que otros según su procedencia.

Volvamos a la mala intención de las mentiras. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial se propagó la información de que los alemanes cortaban las manos a los belgas. Al poco se reconoció que era una mentira de la propaganda anti alemana; falacias como éstas no tienen perdón. Demasiada gente se lo cree, demasiada gente se envenena y angustia con atrocidades imaginarias, como si no hubieran suficientes barbaridades reales. Es un serio error creer a pies juntillas lo peor de ‘los otros’, con tal de que lo diga un medio de comunicación afín. Y no contar nunca con lo peor de ‘nuestro bando’. En la vida importa acertar, por supuesto, pero la buena voluntad es imprescindible y abate las fronteras que marca una hostilidad sin límite. ¿Cuánta buena voluntad guardamos en depósito o en botica? Botica, por cierto, viene del griego bizantino y significa almacén o bodega. Se quiera o no, la vida humana es intercultural, es mestiza.